—¡Qué puta pasada! ¡Y dices que todo esto es tuyo!
Nina es la única que ha tenido el valor de exteriorizarlo. Katia, Jacques y Lulú solo miran a su alrededor, impresionadas, mientras que Lana empieza a toquetearlo todo, una costumbre que tenía antes de llevar gafas de cristal negro. Según ella, ser invidente es la excusa perfecta para invertir en Ray-Ban.
Entiendo el entusiasmo. Los laboratorios erigidos en la vieja y destartalada instalación donde solía trabajar no son moco de pavo.
—Están a mi nombre, así que sí, me pertenece. Pero no me gusta decirlo en voz alta. No me he gastado un euro para levantar esto y me sienta mal que me recordéis que...
—Que lo ha hecho Prince Charming por amor —concluye Lana.
—Ese hombre se ha ganado una plaza en el cielo. —Sonríe Lulú.
—Tiene otra en mi cama, si quiere —comenta Katia en tono jocoso.
Eso va a ser legalmente imposible, me temo.
Bueno, si quiere ponerme los cuernos, puede hacerlo, pero no se lo recomendaría, porque en un divorcio podría salir peor parado que yo. Pero olvidemos todo este pesimismo para hablar de lo importante, que es que Leon y yo nos casamos ayer.
Sí, ayer. Estuvimos cinco años prometidos por capricho mío, una pequeña venganza por su «mentira piadosa» y, por supuesto, una prueba determinante para saber si podría esperar por mí más de dos llamadas y tres mensajes de texto.
Lo hizo. Mil ochocientos veintisiete días después de la pedida de mano en la Torre Eiffel, soy oficialmente Adrienne Saetre-Dresner. Una interesante aliteración de «d» y «r» que es la nueva burla entre mis amigas.
—Adrrrienne Drrrresner —exagera Nina—, ¿dónde está el baño?
—Agnes, ¿puedes llevar a mi adorable troupe de vaginas al servicio?
Agnes es mi eficiente ayudante. No me habla de zapatos de tacón ni de su fracasos amorosos, ni tampoco utiliza su iPad como fuente primaria de información sobre los más ricos según la revista Forbes, pero es buena en su trabajo. Es justicia poética. Agnes es aburrida y excelente para lo suyo. Lana es muy buena amiga y era horrible soportando mis horarios intempestivos. Ahora somos todos felices. Ella la primera, habiendo encontrado un hombre en su centro de rehabilitación que, según comenta, «tiene voz de tenerla enorme».
Lulú se casó con Gael hace dos años. Katia ha estado yendo y viniendo de París a Madrid, de Madrid a Granada, y de Granada a Lyon. Se ha convertido a la vida nómada, que no sé cómo diablos se financia, y parece contenta con ello. Nina y Axel son el claro ejemplo de que algunas cosas son inmutables sin importar cuánto tiempo pase. Siguen trabajando a lo suyo y siguen sin creer en la monogamia. Ivan, en cambio, representa la superación: ha recuperado la movilidad integral del brazo y se ha casado con una mujer a la que considera el amor de su vida. Jacqueline por fin tiene lo que siempre ha querido. Amor, tranquilidad y una niña preciosa.
—¿No puedes tomarte ni un día de descanso para estar con tus amigas?
Levanto la vista de mi libreta de cuentas, en la que en realidad no hay números sino más bien garabatos infantiles: soles con gafas de sol y padres rubios cogidos de la mano me saludan desde el papel.
—Las enfermedades terminales no descansan, señor Dresner.
Me apoyo en la mesa para recibir un casto beso en los labios. Se sienta frente a mí, tan tranquilo como en sus orígenes, y apoya la mejilla en la mano para empezar a señalar los utensilios con los que trabajo.
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Cuatro veces tuya
RomanceUna reacción alérgica, una limusina y una corbata atada en las muñecas. Así comienza el largo proceso de sublimación que Leon habrá de llevar a cabo para derretir a la gélida Adrienne. Adrienne Saetre lo tiene todo para formar parte de un ambicioso...