—Katia, ya te he dicho que no estoy segura de poder... Tengo el tobillo aún regular, muchísimo trabajo por delante, y no creo que Neumann sea permisivo cuando ya me he ausentado un par de días en el laboratorio.
—¡Me vale mierda tu tobillo, Adrienne! —espeta Katia, apuntándome con el dedo índice. Lo empuña con tanto ímpetu que temo que salga de la pantalla del ordenador para clavármelo en la cara—. ¡La despedida de soltera de Jacqueline estaba organizada mucho antes que tu contrato con Neumonías, y las amigas son lo primero! ¡No vas a faltar ni a la fiesta ni a su boda por ese trabajo!
—¿Lo acabas de llamar Neumonías...? —Niego con la cabeza y miro a Jacques con cara de circunstancia. Hacer Skype con dos personas que no temen fulminarte con la mirada hasta hacerse su voluntad es un poco incómodo, y ya debería haberlo sabido. En fin... Me lo he buscado, por juntarme con gente potencialmente psicópata o pasivo-agresiva—. Jacqueline, sabes que te adoro, pero... ¿Tan importante es que vaya a esa despedida? No estoy en las mejores condiciones para ir de parranda o hacer un viaje en avión con tan poco tiempo.
—No te voy a mentir. Me entristecería mucho que no estuvieras, Non —confiesa, con ese aire de mártir que le ha robado a los santos. Tened muy presente esto, chicos: no hay nada más peligroso que una persona que sabe hacerte sentir mal sin quererlo—. Es un día para estar todas juntas, para pasarlo bien... Se ha ajustado a fin de semana para que puedas venir. Pero si no puedes... No pasa nada, tampoco te voy a obligar. Solo inténtalo, ¿vale?
—Es un día que va a quedar para la posteridad, Adrienne Saetre. —Katia es ese ser humano que padece el síndrome maternal de llamarte por tu nombre completo y apellidos cuando está enfadada, como si su frustración y sus fruncidos morritos rojos no me dieran ya una idea—. Si no estás, vas a perderte uno de los importantes acontecimientos de los que hablaremos a nuestros nietos. Además... Es la primera que se casa de todas nosotras. Inauguramos una etapa, saludamos la era de la madurez. Si no vienes, cerraremos nuestros últimos años como veinteañeras solteras dejándote atrás.
Suspiro hondamente y me tomo un momento para estirar las piernas, masajearme las sienes y encontrar una postura más cómoda en el sofá. No soy una persona de siestas ni de matar las horas tumbada, pero es a lo que he quedado relegada con una torcedura de tobillo. Es el segundo y último día que voy a pasar en casa, aunque acabe rabiando de dolor por pasarme todo el día de pie en los laboratorios. Mejor quejarme por el cansancio físico que por el cansancio mental de estar aguantando permanentemente, ya sea vía Skype, vía iMessage o vía vudú —lo que Katia me va a hacer, a juzgar por el careto que lleva—, amenazas con dejar de formar parte del club de la amistad.
Jacqueline lleva prometida unos pocos meses y pretende casarse en los próximos dos o tres. Si estuviéramos en la época de María Antonieta, pensaría que le han hecho el bombo y el niño necesita nacer en el seno de una familia bien estructurada para no acabar maldito. Pero no es el caso. Y tampoco ha sido cosa de un arrebato pasional, porque Jacqueline tiene muy poco de pasional. Es una persona puramente práctica, que busca la comodidad y la rutina, y Claude es exactamente igual que ella. Han pasado alrededor de quince años juntos; ya iba siendo hora que se arriesgara a pedirle matrimonio. Y no solo se lo ha pedido, historia que contó detalladamente antes de mi primer viaje a Múnich —de hecho, me enteré de que fui seleccionada el mismo día que anunció su futuro matrimonio—, sino que tiene la intención de arreglar todos esos años en ascuas, sin saber si la dejaría o formalizaría del todo la relación, comprometiéndola apresuradamente.
Suena muy poco como Claude, y si me tiráis de la lengua —o tiráis de mi lado retorcido, uno que escasea pero que sigue ahí—, quizás me huela a chamusquina, pero no estoy en posición de criticar. Ya di mi opinión sobre la pareja el día que se me preguntó y más adelante, tras la pedida, lo volví a repetir. No me parece que estén hechos el uno para e otro, lo que no significa que no sean felices juntos, pero en estas cosas, como en tantas otras, mis percepciones valen basura. Y lo entiendo. Quince años pesan más que un «Jacques, más que tu novio parece tu mejor amigo».
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Cuatro veces tuya
RomantizmUna reacción alérgica, una limusina y una corbata atada en las muñecas. Así comienza el largo proceso de sublimación que Leon habrá de llevar a cabo para derretir a la gélida Adrienne. Adrienne Saetre lo tiene todo para formar parte de un ambicioso...