—Le he dicho que estoy enamorada de él —confiesa Lulú, mirándome con el cuerpo encogido por el pavor y la cabeza gacha—. Se lo he dicho, Non. En un arrebato... Fui a su despacho a enseñarle las nuevas páginas del libro, y se comportó como un estúpido diciendo que Marcel solo quiere acostarse conmigo, y que si soy una infantil por querer darle celos yendo de un lado para otro con él... Y le dije que era un imbécil, y... —Se cubre la cara con las manos—. Luego admití que no estaría con otro porque lo quiero a él.
Imaginaos cómo ha sido mi vida hasta que llegué a Múnich. Antes vivía en un pisito relativamente céntrico con un hombre enamorado de mí, que me contaba sus desvaríos amorosos esperando que un día le dijera «oh, Donatien, estoy tan celosa; déjalas a todas y ven conmigo»; trabajaba en un laboratorio muy humilde donde mi ayudante, la misma que la actual, lloriqueaba todos los días sin faltar uno sobre lo malos que eran los hombres con ella... Y luego salía en mis tiempos libres con mi grupo de amigas, que siempre dedicaban algún rato a exponer sus tristezas en el ámbito sentimental a la expectativa de que, o les resolviera la vida, o les diera una sacudida.
Volver a París, aunque sea para una despedida de soltera durante una noche, es revivir todo eso, y a la vista está: Lulú deshaciéndose en lágrimas porque su compañero de trabajo no sabe lo que es la gestión emocional, o el respeto, o ya de paso, el «tú por tu lado y yo por el mío, ya que no nos hacemos ningún bien».
Que conste que no me estoy quejando. Si tuviera que molestarme algo, es ese individuo en concreto y lo que es capaz de hacer con Lulú en un abrir y cerrar de ojos. Lucille Viel es bastante fácil de emocionar; no diré que llora con cualquier cosa porque Lana le ha robado ese puesto, soltando lagrimitas con los abrazos gratis de las Ficzones, pero cuando se trata de ese hombre, el llanto es irrevocable. Y eso es lo que me repatea.
Cada uno tiene su definición de amor, ¿no? Y no necesariamente debe coincidir con la mía. Pero es cierto que unos poseen una idea más justa con el propio individuo, una más sana, y claramente, Lulú no es de este grupo. Lulú es —y no creáis que no se lo digo—, una masoquista. Antes nos peleábamos porque estaba en contra, pero por suerte, de un tiempo al día de hoy y gracias a la aparición de Gael, ha terminado por aceptarlo.
—El mundo no se ha terminado. De hecho, creo que ha salido el sol para ti. Te has desahogado, has sacado de dentro lo que necesitabas vomitar, y ahora eres libre... ¿No te sientes más ligera? Hoy no tendrás tus mejores momentos, pero puede que mañana, al verlo con perspectiva, decidas que te importa un bledo. Ya has puesto las cartas sobre la mesa; has dejado claro lo que esperas y buscas. Es cuestión de que él se aclare para que todo marche bien.
Lulú asiente exageradamente y se seca las mejillas.
—Es verdad... Yo ya no puedo hacer más. Acepté a ser su compañera, y no pienso tolerar que se enfade porque rehago mi vida cuando encima me echa en cara mentiras. Parece que no conoce a Marcel, lo metiche que es y lo que le gusta un cotilleo... —bufa, más para sí misma—. Sí, tienes toda la razón. Y si no, pues te la voy a dar igualmente. No quiero pasarme esta noche llorando, cuando es un día muy especial para Jacques. Ni siquiera aunque el disfraz me siente fatal.
En realidad sería difícil que algo le sentara mal a Lulú. Al menos en la opinión masculina, cuando tiene todas esas curvas y esa sonrisa radiante. Le saco casi una cabeza, y ella me saca cuatro tallas de sujetador y dos de pantalón como mínimo. Aunque en este caso ninguna de las dos lleva vaqueros —Lulú en concreto no los lleva jamás—, sino una especie de kimono ceñido que hace referencia directa a la película Memorias de una geisha, preferida de la novia.
Una vez cerrado el tema de Gael, nos reunimos con el resto de las chicas para darnos unos últimos retoques. Nina no falta cantando Maroon 5 a grito pelado, como si no fuera a pasarse toda la noche con la música elevada; Katia nos repasa los labios una a una con su especial labial de Chanel, y Lana... Lana solo se dedica a mirarme a través del espejo con los ojos entornados.
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Cuatro veces tuya
RomansaUna reacción alérgica, una limusina y una corbata atada en las muñecas. Así comienza el largo proceso de sublimación que Leon habrá de llevar a cabo para derretir a la gélida Adrienne. Adrienne Saetre lo tiene todo para formar parte de un ambicioso...