—¿Hoy no vamos a ingerir calorías? —ironizo, mirando a Leon con los ojos entornados.
No ha servido de nada que le diga que se deje de limusinas. Pensaba que a los millonetis o les gustaba que sus citas quedaran fascinadas por toda la parafernalia que incluye el ser rico —ya sabéis: trajes, cochazos, cenas caras—, o se tomaban como un soplo de aire fresco que las mujeres con las que salen pasen un poco de largo de todo ese despliegue de fanfarronería en taza, pero no. Leon no está ni en un grupo, ni en el otro. Está en el de molestarme. ¿Que Adrienne no quiere subir en coches alargados? Pues vamos a subirla. Si total, ¿qué es lo peor que puede pasar? ¿Que la influencia pornográfica de la limusina se le contagie y acabe sentándose en mi cara? Magnífico, ¡es justo lo que busco!
Hace unos cuantos días que me retiraron el vendaje del tobillo, y en el tiempo que he estado sentada en el sofá, he hecho el bonito total de diecisiete sudokus, porque Leon pensaba que no era capaz de hacer más de tres al día. O de cuatro. En fin, la apuesta ha ido subiendo. El caso es que ha pasado un tiempo desde que podía permitirme ser una borde y querer estrangular a los inversores con su propia corbata, justificándolo por el dolor de mi tobillo maltrecho, pero el mal humor sigue ahí instalado.
—Y tampoco vamos a partirnos el pie. ¿Qué te parece?
—Me parece que es difícil partirme el pie cuando me llevan en coche. Admítelo, Leon. Admite por qué vas siempre en limusina. —Hago una dramática pausa—. Has suspendido el examen de conducir más de tres veces.
—En realidad tengo el carné, solo que nunca me he comprado un coche. ¿Por qué? ¿Te haría ilusión que te diera una vuelta? Puedo pedirle a Axel su bólido, aunque es muy probable que me dé un puñetazo solo por sugerirlo. Se pone muy sensible cuando me refiero a su esposa con tanta insolencia.
—No le veo el encanto a los conductores. Si fuera así, ahora mismo estaría yendo a quién sabe dónde con un taxista. Y quizá me iría bien, porque siempre he pensado que para serlo tienes que tener conversación.
Él eleva las cejas.
—¿No te doy suficiente conversación?
—No es por nada, señor Dresner, pero está a punto de agotar sus cinco preguntas diarias. Solo le queda una. «¿Qué te parece?» —empiezo a enumerar, sacando el pugar—. «¿Por qué?» —Saco el índice—. «¿Te haría ilusión que te diera una vuelta?» —Enseño el corazón. El de la mano, enseñar el otro habría sido un poco complejo—. «¿No te doy suficiente conversación?» —concluyo, mostrando el anular, indiscutiblemente el más feo de todos, y luego me palmeo los muslos—. Tiene una sola para descolocarme.
Leon despega los labios para decir algo, pero al final solo hay un cómodo silencio en el que él sonríe levemente.
Valoro muchísimo poder estar callada con alguien sin que nos sintamos violentos, y Leon ha sido desde los orígenes una de esas personas con las que me siento mejor cuando no hablamos, aunque eso probablemente sea porque con su labia puede conseguir cosas que no logra con una mirada...
Eso es una tontería, olvidadlo. Con Leon se confirma el refrán que vuestra abuela mete hasta en la sopa con afán educativo: una mirada vale más que mil palabras. Sobre todo hoy, que lleva una bomber verde militar que le sienta como un guante.
Sí, puedo fijarme de vez en cuanto en la ropa de los hombres.
—Me arriesgaré a quedarme sin preguntas por hoy. Y si no, improvisaré la manera de sonsacarte información. ¿A dónde crees que vamos? ¿Tienes alguna preferencia de cita en particular?
—¿Es ahora cuando te pido cualquier cosa, por ejemplo, la Luna, y me la compras? ¿Serías capaz de hacer eso por una noche movidita?
—Encuentro encantador que puedas quitarle el romanticismo a todo sin sonar ni remotamente soez. Y sí, creo que podría bombardear diez satélites por una... noche movidita. Soy un hombre muy hedonista, sibarita, y además, bastante exagerado. No le doy valor a las cosas materiales, y ahí entra cualquier astro; sobre todo si las comparo con mis concretos y estrambóticos deseos. Por tanto, y de nuevo... Sí, puedo desarticular el Sistema Solar para que puedas usar los planetas como accesorios si a cambio te tengo un rato.
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Cuatro veces tuya
RomanceUna reacción alérgica, una limusina y una corbata atada en las muñecas. Así comienza el largo proceso de sublimación que Leon habrá de llevar a cabo para derretir a la gélida Adrienne. Adrienne Saetre lo tiene todo para formar parte de un ambicioso...