Procuro no expresar facialmente mi desconcierto, ni mi sospecha. No he tomado una sola gota de alcohol, y estoy muy segura de que he oído a Axel mascullando al fondo una maldición. Por el barullo que se oía, está claro que era una fiesta.
Y aunque estoy firmemente convencida de mis percepciones, no comento nada al respecto. Si le digo a Lana que Axel está balbuceando borracho en un guateque cuando él le ha dicho otra cosa, sería capaz de obligarme a adelantar el vuelo para plantarse en su casa y partirle la cara. O no... Según ella, no tienen ninguna relación. Se han estancado en el «amigos con derecho a roce», cuando yo lo único que creo es que ha visto demasiadas películas sobre chorradas de alérgicos al compromiso. Salta a la vista que se gustan, ¿qué más les da definir el asunto como lo que es, una relación...? Se pasan el día juntos, se ríen y se acuestan, y saltan chispas al mirarse. ¿Qué demonios hay que...?
Acabo de entender por dónde vais. Sí, Leon y yo tenemos una relación similar. Pero no nos hemos acostado y yo no estoy enamorada de él. No lo estoy, y eso me afecta y pone un gran peso sobre mis hombros.
Se me han declarado hombres que no me interesaban muchas veces antes; Donatien, mi compañero de piso, sin ir más lejos. La solución ha sido siempre cortar de raíz o ignorarlo para seguir teniendo una convivencia agradable. El caso es que no quiero cortar nada con Leon. No quiero perderlo. Lo que no significa que sienta algo; es el primer hombre al que me acerco y en el que confío, el primero al que me he atrevido a entregarme —a medias— después de Even. Es lógico que no desee alejarme... Pero no va a quedar más remedio, porque no puede ser. ¿Verdad que no?
—He debido equivocarme —me oigo decir, mientras Lana me conduce al interior de la discoteca. Siendo sincera, no sé cómo es posible que me tenga en pie o pueda moverme cuando cada pensamiento destructivo me pesa un quintal, y cuando su «enamorado» me ha robado el equilibrio—. Habrían ido de fiesta hace unos días... No se le entendía bien, estaba medio adormilado. En fin... Voy a ir al baño, que necesito echarme un poco de agua.
—¿Para qué? ¡Si estás helada!
—Ya, pero... Ahora vengo.
Echo a andar hacia la zona de servicios, con la cabeza hecha un bombo y un extraño nudo en el estómago. Soy una persona muy racional, práctica y controladora... Y cuando digo «controladora», me refiero a que puedo gestionar mis emociones sin problema —a excepción de esas noches en las que das vueltas en la cama planteándote cuestiones metafísicas, claro—, pero en este caso, me siento inútil porque mire donde mire lo veo todo negro. Los sentimientos de Leon están completamente fuera de mis competencias, y es en parte porque contaba con que esto no pasaría.
Pero por favor, no soy tan fría como para restarle importancia, intentar ignorarlo o condenarlo al vacío porque no me sienta igual. Solo debo encontrar la mejor manera de tratar esto, y... ¡Joder! ¿Por qué me ha hecho esto? ¿Por qué nos ha hecho esto? Yo era muy feliz, o al menos era menos desgraciada, teniéndolo ahí sin saber para qué lo tenía ahí. Si tan acostumbrado está a mentir, o eso ha asegurado, ¿por qué no se lo ha reservado? Sí, ya, porque le he pedido que me diga qué problema tiene... Pero ni en mis más locos sueños habría imaginado que saldría con algo así.
Empujo la puerta del baño y la cierro tras de mí para poder suspirar a gusto. Cuando te labras una reputación de intocable y distante, o cuando te labras una reputación a secas, nadie quiere conocerte fuera de lo que supuestamente eres. Por eso no voy a ir proclamando a los cuatro vientos cómo me estoy sintiendo, ni pienso admitir que me preocupa. Ni siquiera a Lulú, que no sé dónde está. Los sentimientos de la gente son para mí algo sagrado, una cosa que me tomo muy a pecho. Nadie tiene por qué saber que Leon... que Leon...
—Me quiere —culmino en voz baja, tragando saliva.
Ese Leon con tantas contradicciones y que siempre ha parecido a mil años luz del resto de seres humanos, escondido tras esa armadura de caballero perfecto que en el fondo es un disfraz para ocultar... ¿Qué? ¿Qué es lo que quiere ocultar? La frustración estaba ahí incluso cuando me subí en su limusina la primera vez, mascullando que no podía ser pero al mismo tiempo agarrándome con firmeza, con una desesperación casi palpable, y que luego se desvanecía... Y que reaparece cada vez que me toca, para extinguirse repentinamente.
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Cuatro veces tuya
RomanceUna reacción alérgica, una limusina y una corbata atada en las muñecas. Así comienza el largo proceso de sublimación que Leon habrá de llevar a cabo para derretir a la gélida Adrienne. Adrienne Saetre lo tiene todo para formar parte de un ambicioso...