—¿Qué tal va la búsqueda? —me pregunta Donatien, sentándose a mi lado en el sofá. A medio metro de distancia, suficiente para no incomodarme. El espacio perfecto.
Adoro que haya cosas que nunca cambian.
—He encontrado un piso muy coqueto en el Barrio Latino —contesto, sin apartar la mirada de la pantalla del ordenador—. Es bastante más caro que vivir aquí, pero supongo que se debe a que no compartiré gastos con nadie y es una zona concurrida. De todos modos creo que voy a llamar.
No me hace falta mirar a Donatien para saber que está intentando meterse en mi cabeza. Y no lo entiendo, porque los dos sabemos perfectamente por qué me mudo. Ha sido mi compañero de piso desde que me establecí como mujer independiente en París, es decir: durante más de cuatro años. Yo llevaba ya unos meses trabajando como fija y podía permitirme dejar el hotel, así que encontré entre muchas ofertas el amplio apartamento de un estudiante de ingeniería. Pensé que no estaría nada mal vivir con alguien que, aunque no trabajaba en mi campo, al menos estaba metido de lleno en el mundo de las ciencias. Y así fue: Donatien resultó ser un chico encantador, perfecto para mí. Educado y amable, pero reservado; simpático y generoso, pero no pesado; preocupado y directo, pero no metomentodo.
El problema vino cuando se me declaró. No me pilló por sorpresa: que tenga una mente racional no significa que no perciba lo que ocurre a mi alrededor a nivel sentimental, y Donatien se dejaba en evidencia muchas veces. Lo que pasa es que nunca pensé que se atrevería a decírmelo, y aunque a mí no me incomoda ni me molestan sus sentimientos —hay que ser un poco ruin para darle la espalda a alguien solo por no quererle de vuelta—, creo que le será de ayuda que me vaya para superarlos. Y de paso lo superarán también mis amigas, que cada vez que se pasan por mi casa o simplemente se les presenta la ocasión, aprovechan para hacer una bromita de mal gusto sobre lo mucho que me ama, la buena retaguardia que le hace el chándal y... En fin, un conjuntos de comentarios desagradables e incómodos sobre zonas varoniles y apuestas sobre su duración que no merece la pena repetir.
—Sabes que no te tienes que ir, ¿verdad? —me pregunta, con una sonrisa. Por suerte ya hemos superado el periodo de tensión, lo que significa que podemos mantener una conversación sin cortarnos—. A pesar de todo me gusta tenerte por aquí. Eres organizada, limpia y no haces ruido. Eres extremadamente valiosa como compañera.
—Eso no lo dudo. Cuesta encontrar a alguien con quien sea fácil la convivencia y ambos tuvimos suerte —cabeceo, cerrando la tapa del portátil—. Pero creo que ya va siendo hora de que pruebe a vivir sola. Voy a pasar los treinta y tengo un trabajo estable. A lo mejor no llego a formar mi propia familia, pero un poco de independencia no me vendría mal. No puedo pasarme el resto de mi vida fregando los platos solo los martes y jueves y evitando de lleno la colada... Tendré que afrontar la realidad alguna vez.
Donatien se echa a reír y yo acabo haciendo lo mismo. A menudo me he preguntado por qué no me gusta. Aunque sea bastante más joven que yo y escuche demasiado a Phil Collins —y como decía Brendan en Sing Street, una mujer nunca se enamora de un hombre que escucha a Phil Collins— es bastante guapo, tiene una visión del mundo muy parecida a la mía y sé a ciencia cierta que nunca violaría mi intimidad. Luego recuerdo que no es culpa de Donatien, sino mía. No creo que una persona pueda forzar sus sentimientos o se enamore en base a una serie de criterios, y ni mucho menos creo que sea posible que lo haga cuando ha vivido en una crisis emocional durante años.
Sí, estoy hablando de mí. De vez en cuando lo hago.
—De acuerdo, pero creo que deberías esperar a que te llamaran de Múnich —dice sabiamente, levantándose—. Si al final te vas la semana que viene sería una estupidez que pagaras el alquiler del mes en el Barrio Latino. Quédate estos días que quedan y luego decidirás. —Cuando se aleja por el pasillo, me llega su voz como un eco—. ¿Café?
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Cuatro veces tuya
Roman d'amourUna reacción alérgica, una limusina y una corbata atada en las muñecas. Así comienza el largo proceso de sublimación que Leon habrá de llevar a cabo para derretir a la gélida Adrienne. Adrienne Saetre lo tiene todo para formar parte de un ambicioso...