C A P Í T U L O V E I N T I O C H O

9.8K 1.3K 347
                                    

Me doy la vuelta a cámara lenta, más por la impresión de que, de nuevo, esté en el mismo lugar y a la misma hora que yo, que porque me arrepienta de lo que he dicho. No soy de las que al explotar en caliente dicen cosas que no piensan; he sido sincera al pedirle a Lana, quizá de muy mala manera, que nos deje en paz a mí y a mi vida sentimental de una buena vez. Que Leon me esté mirando ahora bastante molesto me importa un rábano.

Las cosas han sucedido así porque ha querido. Si le duelen unas cuantas verdades, no haberse portado como un caprichoso. Es imposible enamorarse de una veleta, aunque viniera siéndolo desde el principio por motivos que ya conocemos. Lo de enamorarme, digo.

—¿Qué haces aquí? —pregunto, abrazando mi oso de peluche.

—Iba al hotel a supervisar unas cosas y he visto a Lana por la ventanilla. Me ha hecho un gesto para que me pare... —Encoge un hombro y se guarda las manos en los bolsillos. Esa actitud tan suya que me ayuda a imaginar cómo fue su época de universitario pelado—, y eso he hecho. Pensaba que quería que la llevara a alguna parte.

—Eso pregúntaselo a ella.

—Adrienne, ¿cómo funciona eso de los taxis aquí? —me llega la voz de mi madre. Aparece poniéndome una mano en el hombro—. He llamado uno hace un buen rato y no llega... Oh, disculpe si he interrumpido algo.

Leon esboza su sonrisa de amabilidad, y yo me encojo un poco más sobre mí misma. Pero no voy a agachar la mirada solo porque me moleste que sea guapo incluso cuando no se lo propone, incluso cuando sus gestos son de pega. Incluso cuando está seco, porque es obvio que lo que mejor le sienta es andar empapado.

—No se preocupe. Soy Leon Dresner, compañero de la señorita Saetre en los laboratorios. —Avanza y le estrecha la mano a mi madre, que asiente cortésmente—. Es complicado conseguir un taxi en hora punta. Si quieren, puedo llevarlas de regreso en mi coche.

«No es un coche, es una limusina», estoy a punto de replicar. No lo hago porque sería pasarse de cansina. Demasiadas veces he repetido que restarle importancia a su riqueza no va a hacer que desaparezca, que deslumbre menos o que la inmensa mayoría deje de sentirse en inferioridad.

Mi madre no entra en esa mayoría, porque deja que la invite al interior de su «coche», junto con Soren y una Lana que no me dedica una triste mirada antes de acomodarse en la hilera lateral. A quien sí le sonríe es a Leon, como si tuviera que darle apoyo moral. Imagino que solo trata de mosquearme —como si eso fuera posible—, pero cabe la posibilidad de que algo se me esté escapando cuando él hace una inclinación de cabeza.

La predisposición de los asientos y mi propensión al mareo me obligan a colocarme al lado de Leon, en la pareja de lugares que dan al frente, mientras que las otras se acomodan delante de lo que parece el mini-bar.

—¿De qué va esto? —murmuro por lo bajo, abrochándome el cinturón—. No es justo. Mi madre es mil veces más impresionable que yo.

—Descuida —dice, en tono vacío. Levanto la mirada y lo pillo con la vista clavada al frente, rígido—. Mi objetivo no es impresionaros, ni a tu madre, ni a ti.

Mi cuerpo se tensa en cuanto se pronuncia, con una extraña suavidad cortante que me deja sin palabras. De acuerdo, lo nuestro ha terminado... Y sí, no me he referido a él con cariño hace unos minutos, pero, ¿es necesario ponerse borde?

—Si pensabas ser desagradable, podrías no haberte ofrecido a llevarme.

—Visto de ese modo, podría no haberme ofrecido a muchas cosas desde el principio.

Cuatro veces tuyaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora