C A P Í T U L O V E I N T I U N O

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¿Aparentar normalidad durante el trayecto de vuelta? Salvado, y con honores. Lo de cruzármelo al día siguiente en los laboratorios ya no fue tan bien, y es que no me entraba en la cabeza que hubiera sido capaz de quedarme medio desnuda en un baño universitario con él.

Definitivamente acababa de aprender, en no muy favorables condiciones —sí, ya sé que el orgasmo fue bien, pero seguía siendo un váter mil veces usado y en pocas ocasiones desinfectado—, lo que podía hacer la atracción en una mujer. Incluso en una mujer enamorada de otro hombre, lo que me lleva teniendo en vilo unos cuantos días.

Los cuernos siempre me han parecido aberrantes, pero ahora que lo pienso y lo he vivido, realmente no pude pensar en quien debía mientras me tocaba. Even ni siquiera existió. Por lo que es posible que, cuando una persona le pone los cuernos a su pareja y asegura que no sabía lo que estaba haciendo, hay una alta probabilidad de que no esté mintiendo.

Por supuesto que no pienso excusar a los salidos y a las sueltecitas de moral que se ríen de sus parejas; aunque Nina no pare de hablar de las ventajas de las relaciones abiertas, sigo y seguiré «chapada a la antigua». Lo único que quiero haceros entender es que perdí completamente la cabeza, algo que no tiene nada que ver con lo que soy y la imagen que pretendo darme a mí misma para conocerme bien. Y el hecho de que sea tan sensible a las atenciones de Leon puede concluir en que, tal vez, consiga lo esperado en la tercera cita. Solo espero que se le ocurra una grandísima estupidez para ir desencantada y frenarlo a tiempo.

Pero en los días que han seguido al momento Parrilla por Carleigh —luego lo pensé largo y tendido y, joder, tiene su gracia—, me he dado cuenta de que Leon tiene otras formas de seducción, y que se ha tomado muy en serio eso de asaltarme entre unas y otras citas para que no me olvide de él. Como el martes aquel en el que se me acercó mientras trabajaba, con una actitud profesional que podría haberme hecho gracia si no fuera ya elegante y serio de por sí, y me soltó:

—¿No tiene algo que darme, señorita Saetre?

Confío en que entenderéis que en ese momento lo primero que se me ocurrió fue un beso. Después de haberme pasado alrededor de media hora, casi cuarenta y cunco minutos, enrollándome con él en el baño como una colegiala, tenía —y sigo teniendo— muy presente la demanda de su boca. No sería tan raro que me exigiera un rápido besito.

Pero no se refería a tal cosa, claro. Esa solamente era yo pensando mal, o pensando demasiado bien... Qué más da. Porque siendo sinceros, no me habría molestado disculparme un momento para meterme en un armario con él, y eso, amigos míos, es una falta absoluta de profesionalidad. Consolaros con que tuve muy presente que si se le ocurría proponerlo, lo descartaría sin tapujos. Mi lugar de trabajo es sagrado, especialmente cuando podría salvar vidas.

¿No ha sonado eso muy Derek Sheperd? «Hoy es un buen día para salvar vidas...»

—He venido a por mi sudoku de hoy. Traigo bolígrafo rojo para corregirlo. No voy a tener piedad si has fallado en un solo número, Adrienne. Cada vez soy más exigente —añadió, haciendo especial hincapié en la frase para que me lo tomase como lo que era: una indirecta bastante directa.

Bueno, ¿se cree que es el único que quiere dar un paso más? Mis hormonas tienen muy bien delimitado el perímetro de su bando, y comprende mi bajo vientre y todo ese conjunto de zonas erógenas que dicen «buenos días» cuando me lanza una miradita y me hace un saludo con la cabeza al pasar por el pasillo. Pero lo siento, soy una mujer racional, y os aseguro que si el Solaray no pudo conmigo, nada lo hará.

Cuatro veces tuyaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora