C A P Í T U L O O C H O

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—Creo que si Jacques está dispuesta a adaptarse no tenemos derecho a reprochárselo. Es su decisión. Quizá algo forzada, eso no lo discuto, pero a final de cuentas es su boda. Su boda, no la nuestra.

—Gracias, Lulú —sonríe Jacqueline, visiblemente apenada—. Y no me gusta que habléis así de Claude... Respeto vuestras opiniones, pero estoy muy segura de la decisión que he tomado y creo que jamás he sido tan feliz. No me obliga a no fumar o beber, ni me obliga a nada. Señala que no le gusta y que quiere lo mejor para mí, y yo lo adopto porque tiene razón. Igual que yo tampoco quiero que haga otras cosas.

—¡Paternalismo! —grita Nina, formando una bocina con las manos—. Venga, hombre. Dime una sola cosa que le hayas prohibido tajantemente. Bueno, no. Dime mejor algo que le hayas dicho que te gustaría que no hiciera. —Al ver que Jacques abre y cierra la boca un par de veces, incapaz de comentar nada, chasquea la lengua—. Ahí está. Una relación es estar al mismo nivel, y él tiene más poder sobre ti.

—Creo que deberíais dejar de meteros en eso —dice Lulú—. Bastante nerviosa estará ya con la boda para que encima intentéis poner a su pretendiente por los suelos...

—Bueno, habló de putas La Tacones —exclama Nina, mirando a mi mejor amiga—. Una a la que le encanta estar bajo el mando de un capullo de mierda y se adapta a sus cambios de humor por el placer de...

—Mira —corto, antes de que se desmadre todo. Giro el ordenador sobre mis rodillas y señalo la pantalla, donde hay una foto de un hotel con un amplio jardín en la zona trasera—. Aire libre y sitio cerrado, dos en uno. Así ninguno tiene que conformarse con lo del otro si no le gusta. La otra posibilidad es casarse dos veces, pero primero: os haría falta bastante dinero y Katia no te dejaría reutilizar el vestido. Segundo: no estoy dispuesta a gastarme mi sueldo para poder comprarte dos ajuares. Y tercero: llegar a ese punto denotaría que sois incapaces de poneros de acuerdo y eso solo auguraría lo mal que os iría en el futuro.

—Eres la Kim Possible de los sentimientos: lo resuelves todo —comenta Jacques, divertida—. Llama, grita, si me necesitas...

—Mejor la Manny Manitas de los problemas del corazón —replica Nina.

—Solo soy una persona razonable. Y si eso es todo, ¿podríais ir yéndoos de mi casa? Tengo que irme a trabajar.

Nina suelta un bufido.

—Eres la peor anfitriona que he visto en mi vida.

—Ahora mismo no soy la anfitriona, sino la persona cuya vivienda acaba de ser perpetrada. Es decir: una víctima de allanamiento. Demasiado bien me lo estoy tomando —puntualizo—. Lo que hace que me pregunte... ¿Cómo habéis entrado? ¿Ha usado Lulú su llave de emergencia?

Sí, claro que la ha usado. Lo que me extraña es que Lulú se haya tomado eso como una emergencia, cuando se la di precisamente a ella porque no vendría para contarme que se le han acabado las reservas de los batidos dietéticos —como Katia— o para hablarme de su último fracaso en una audición —el caso de Nina—; cosas que me pueden contar por teléfono perfectamente mientras utilizo el manos libres y puedo dedicarme a otras cosas. Como por ejemplo, mirar el correo en busca de una buena noticia, justo lo que estoy haciendo.

Las chicas obedecen mi orden y se despiden con besos en la mejilla, en la frente —Nina me estampa uno en la boca— y Lulú me da un abrazo apretado, pero se le nota en la cara que va a poner cualquier excusa para quedarse un rato más. Así pues, no me sorprende en absoluto que se siente a mi lado en el sofá y apoye su cabecita morena en mi hombro. Es una suerte que el invierno esté acechando, porque tiene la clase de pelo grueso capaz de hacerlas de abrigo de visón.

Cuatro veces tuyaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora