C A P Í T U L O T R E I N T A

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Salvo unos días en los que Leon estaba demasiado cansado por los duros entrenamientos, y un par de días en los que tuvo que guardar reposo por un resfriado, no nos hemos separado en las dos semanas anteriores a la boda de Jacqueline.

Tengo mis serias dudas sobre Jacques siguiendo adelante con la que podría ser la gran miseria de su vida, pero cuando insinúo que nada la ata a Claude y que puede romper el compromiso si no se siente cómoda, cambia de tema radicalmente. Es evidente que no va a permitir que le comamos el coco, y en cierta parte me alegro, porque eso significa que Marcel no se lo está comiendo por allí... que yo sepa, porque ahora parece que el que fue su amor juvenil se ha convertido en un asunto tabú.

Nada que no pueda manejar sola; palabras textuales suyas, no mías. Ya sabéis que yo no lo tengo tan claro. Pero como dicen por ahí... No se puede ayudar a quien no quiere ser ayudado. Me conformo con tener la certeza de que, aunque no exista una gran fuerza cósmica comprometida con la tarea de guiar nuestro camino hacia la libertad, sí que eventualmente, nuestros actos tendrán una consecuencia, una reacción, y afrontarla podrá suponer una gran mejora. Confío en que Jacqueline, tanto si se equivoca como si no, sabrá encontrarse a sí misma.

La que no termina de encontrarse soy yo. Haberme mudado me ha pasado factura en el justo momento en que mi madre ha decidido invadir mi habitación de invitados. Y entre la presencia de mi infancia y adolescencia, la casi constante compañía de un hombre que parece haber salido de la nada y la ciudad en la que aún me tengo que mover con Google Maps, no termino de ubicarme en una parte del mundo concreta. Y sabréis que no hay nada peor que no tener un hogar establecido, pero también tengo muy presente que no hay nada más importante que sentirse cómodo entre los demás, y en ese aspecto estoy salvada.

Aunque Leon cada vez pase más tiempo con Axel y aunque Lana ande irascible porque está viendo que no va a ninguna parte con el fisioterapeuta, y aunque mi madre no deje de sabotearme mencionando a Even cada vez que puede, esa es mi familia, y los quiero tal y como son, haciendo exactamente lo que hacen. Y sí, como veis, he incluido a Leon en ese querer. Aún no sé cómo ni cuánto lo quiero, no sé si puedo amarlo, ni si estoy enamorada, pero mi momento favorito del día llega cuando se reúne conmigo en el laboratorio solo para charlar un poco, mientras me mira como si temiera que fuera a desaparecer.

Justo como ahora.

—He traído un crucigrama en francés de terminología científica. Seguro que no es ningún reto para ti...

—Estoy ocupada —corto, sin mirar—. Mañana le echo un vistazo.

—Eso ha sido especialmente grosero. ¿Hay algún problema con el gorro?

Por instinto me llevo la mano a la cabeza, donde la prenda de lana sigue haciendo su función.

—No, solo que aparentemente te parece espantoso, porque no puedes dejar de mencionarlo.

—¡Se lo parece a él y a todo Múnich! —grita Lana, pasando por la galería exterior. La ignoro y me centro en mis anotaciones.

—Eso acaba de constatar lo que me venía temiendo. Los que tenéis un problema con el gorro sois vosotros, no yo.

Leon sacude la cabeza y se sienta frente a mí, en uno de los escasos taburetes del laboratorio. Antes me parecía encantador, amplio y perfecto, pero conforme han ido pasando los meses y he visto que no hemos avanzado apenas, se me ha empezado a antojar una trampa mortal. Y que no haya suficientes asientos recrudece el problema.

—Nada de eso... Olvídalo. Eres libre de vestir como quieras. Solo me pregunto si tiene algo que ver con tu estado anímico.

—Anímico, no; más bien físico. Cuando lo llevo no se me enfría el cerebro y tengo menos posibilidades de morir de hipotermia, o de una congestión...

Cuatro veces tuyaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora