No soy una persona de sorpresas, pero por esta vez, quería hacer la excepción apareciendo repentinamente en casa de Lulú. El problema es este: no sé a dónde diablos se ha mudado Lulú, y preguntarle ya mandaría al carajo la visita esporádica, así que no me ha quedado más remedio que ser recibida en el aeropuerto con los brazos abiertos.
Repito: no soy una persona de sorpresas, ni suelo tomar decisiones aleatorias sin previa consulta con una lista de pros y contras. Por eso mi intención de viajar sin decir nada tenía un motivo. No quería ver cómo mis amigas, las que antes no se separaban ni para atrás, renunciaban a venir a verme porque son demasiado orgullosas para arriesgarse a cruzarse. Y se supone que arreglamos las cosas antes de la boda de Jacques... Pero que Katia faltara a la ceremonia recrudeció el problema, y ahora, Jacqueline y ella se hacen el vacío, Nina está muy ocupada con Lana, Lana no puede moverse sola, y... En fin, solo me queda Lulú. Que no es poco. Ni mucho menos.
—¿Cuánto te vas a quedar? Es para hacer un plan de quedadas. Me han dado las vacaciones en la editorial y puedo pasarme estas dos semanas acompañándote a cualquier parte. Puedo —repite—, y lo voy a hacer. Ya que estás aquí, además, podrías enseñarme a conducir, que tengo que sacarme el carnet. Gael está harto de llevarme y traerme a todas partes, y no tiene paciencia para ponerse conmigo. Además... —añade, toqueteándose el borde del vestido—. Al final no sé cómo lo hago, que acabo encima suya y con el claxon incrustado en la espalda. Así no voy a mejorar nunca.
Decido darla por perdida después de soltar una carcajada. Antes de tomar el vuelo, le dije que no quería hablar de Leon ni nada relacionado con él para desconectar completamente, y que esperaba que me enterrase en anécdotas aburridas sobre su vida en pareja. Eso no me va a ayudar, lo sé: de hecho, que haga referencia directa a la cama no me ayuda a borrar de mi mente la despedida de Leon... Pero por lo menos puedo volver a los viejos tiempos, cuando éramos Lulú, sus problemas, y yo. Yo, claro está, en calidad de psicóloga. Algo que, sinceramente, me encantaba hacer.
—Vamos a pasar por mi casa para que coja dinero, luego recogemos a Lana y a Nina, y nos vamos por ahí un rato, ¿vale?
Dicho y hecho. Lulú se ha mudado recientemente con Gael a un apartamento diminuto muy cerca de donde trabajan... Sí, como lo oís, donde trabajan. No os hagáis los sorprendidos, ya lo sabíais. Lo que hace que me pregunte: ¿no se aburren de verse la cara? Se despiertan y acuestan juntos, hacen sus horas laborales juntos, y pasan el tiempo libre juntos. Lo normal sería cansarse.
Pero Gael no parece cansado cuando coincidimos entre una muralla de cajas por desembalar. Más bien parece un poco mosqueado.
—Hola, Adrienne. Me alegro de verte —saluda, inexpresivo.
Se alegre de verme tanto como se alegra de la bajada de impuestos en Sídney; el hombre es la falsa cortesía personificada. Y eso con quienes le caen bien. Quienes le caen mal solo reciben cinismo en cantidades industriales.
—Lo mismo digo. Tenéis una casa muy bonita.
—Y muy asequible. Lulú tuvo la gran idea de alquilársela a David el Gnomo. Parece que a ella no le molestan los techos bajos —comenta por lo bajo, pasando por mi lado—. Voy a discutir con ella, ahora te la devuelvo.
—¿Me tapo los oídos?
—No servirá de nada. En esta casa se oye todo.
Entonces espero que no tomen la llamada de la pasión o algo así, no sé si tengo ganas de escuchar gemidos varios... Especialmente si vienen de mi mejor amiga.
—¿Has puesto la lavadora, o has puesto la matanza de Texas versión pastilla de jabón?
En efecto, se oye perfectamente.
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Cuatro veces tuya
RomanceUna reacción alérgica, una limusina y una corbata atada en las muñecas. Así comienza el largo proceso de sublimación que Leon habrá de llevar a cabo para derretir a la gélida Adrienne. Adrienne Saetre lo tiene todo para formar parte de un ambicioso...