Hacía años que no dormía con un hombre, e incluso cuando estaba con Even, era rara la ocasión en la que despertaba con él a mi lado. No era nada personal, por supuesto, no os tiréis encima suya; simplemente tenía que trabajar a horas indecentes y para eso debía madrugar. Y no, que se levantara a horas indecentes no significa que su empleo fuese indecente, no vayáis a imaginároslo como un proxeneta, o un camello, o un mafioso... O a saber en lo que estáis pensando.
El caso es que es una sensación extraña, que unida a la añoranza de lo bien que me sentaba de vez en cuando sentirme querida desde el inicio de la jornada, hace que me incorpore con el ceño fruncido. No estoy diciendo que sea malo, ni que me moleste que Leon esté despatarrado en mi cama... Solo que parece un nuevo amanecer.
—Guten morgen, meine liebe —murmura con voz soñolienta. Me giro, envuelta entre las sábanas y echo un vistazo a su gloriosa desnudez.
—¿Qué dices de la morgue? ¿No es un tema un tanto turbador para tratar a las seis en punto?
Leon se ríe y tira de mí para tumbarme a su lado. En un abrir y cerrar de ojos, lo tengo encima, acariciándome las piernas desnudas desde la rodilla a la cadera.
—Podría ponerme a hablar del holocausto a las siete de la mañana, contigo desnuda a mi lado, y nada podría empañar mi felicidad —le susurra a la cara interna de mi muslo.
Y así es como acabamos teniendo una sesión de sexo bastante ruidoso. No me molesto en dar explicaciones cuando me siento a desayunar en la cocina; mi casa, mis normas, mis polvos. Creo que todos los que han invadido las habitaciones colindantes son bastante mayorcitos para no escandalizarse o venir a darme codazos... Y ese creo viene porque una siempre tiene sus reparos, unos que no me han caído nada mal cuando descubro a mi madre, a Soren y a Lana cuchicheando entre ellas y lanzándome miraditas salidas.
No, aparentemente no son lo bastante maduras.
—No me imaginaba a tu madre como una mujer graciosa y con aire juvenil —comenta Leon, que en lugar de desayunar, apoya los codos sobre la mesa y me mira fijamente.
Un poco incómodo cuando llevas tres croissants, pero no he venido al mundo para quedarme con las ganas.
—Yo tampoco te imaginaba a ti como un poderoso millonario de pelo rubio —comenta la susodicha, sentándose a mi lado y rodeándome la cintura.
—¿Por qué no?
—Bueno... Even era muy moreno y estaba más bien pelado —ríe ella. No debe darse cuenta de que me tenso, porque continúa—. Era un hombre muy inteligente, y no digo que tú no lo seas, pero él vivía de ello.
No me atrevo a mirar a Leon a la cara. Y lo siento, siento si estoy siendo infantil, siento si estoy decepcionando a mi lado curioso y ahora insatisfecho, pero es demasiado pronto para ser primera espectadora de uno de sus legendarios cambios de humor.
—Ah, ¿sí? —pregunta, interesado. A priori no detecto ninguna irritación en su tono—. ¿A qué se dedicaba?
—Eso ya te lo contaré yo en otro momento —zanjo, levantándome con la intención de vestirme... y de huir, por supuesto, pero esta es mi coartada perfecta—. Mamá, Jacqueline suele llamar sobre las nueve o nueve y media, cuando abre la floristería... No voy a estar porque tengo que trabajar, así que dile que me envíe un mensaje con las noticias o si no, la llamo más tarde.
Ahí parece que estoy preocupándome por mi amiga la adúltera —nunca dije que las etiquetas tuvieran que ser cariñosas o hacer referencia a sus virtudes—, pero en el fondo es un fútil intento de desviar la conversación. Fútil, y recalco, porque mi madre continúa mirando a Leon con interés.
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Cuatro veces tuya
RomansaUna reacción alérgica, una limusina y una corbata atada en las muñecas. Así comienza el largo proceso de sublimación que Leon habrá de llevar a cabo para derretir a la gélida Adrienne. Adrienne Saetre lo tiene todo para formar parte de un ambicioso...