C A P Í T U L O C U A T R O

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—Y esta es la sala de pruebas.

El tour por los laboratorios Neumann & CO concluye justo a tiempo para evitar que Lana sufra un desmayo. Si hubiera podido traerse la cámara consigo, le habría echado fotos hasta al retrete. Y no podría culparla, porque yo también sigo en estado catatónico después de ver con mis propios ojos la grandeza del sitio.

—Non, tenemos que matar a los aspirantes como sea. Este lugar es increíble. Da hasta vergüenza pisarlo.

Literalmente. Los suelos brillan tanto que en más de una ocasión he agachado la mirada para observar mi reflejo. No es que me sorprenda que uno de los laboratorios más prestigiosos del país, y, si me apuras, del continente, no pueda llamarse maravilla mundana por miedo a quedarse corto... Pero de ahí a verlo con tus propios ojos y saber que formas parte de la iniciativa, hay un largo camino. Largo y deslumbrante.

—¿Acaso esperabas encontrarte una cueva?

—¿Acaso esperabas encontrarte lo más parecido a un plató de Hollywood? —contraataca, con los ojos entornados—. No utilices tu pesimismo ni tu falta de amor por lo que te rodea para restarle importancia. Es para flipar, y lo sabes perfectamente.

—No soy pesimista, sino realista —replico cansinamente. Si me pagaran por cada vez que he pronunciado esa frase, podría pagarle la pensión a todos los jubilados de Múnich y alrededores—. Ahora cállate, que quiero prestar atención al guía.

El guía no comenta nada demasiado interesante, por lo que Lana empieza a comerme la oreja con ideas sanguinarias sobre lo necesario de aplastar al personal. Sus planes de machaque están a punto de seducirme, y no porque planee quedarme aquí a toda costa, sino porque después del encontronazo con el tipo de ayer, la guerra está servida. No obstante, prefiero ser positiva y pensar que no todos van a comportarse de la misma manera, que el susodicho acabará disculpándose y todo quedará olvidado. Además de que no es mi estilo escalar puestos intrigando a espaldas del resto. Tarde o temprano acabaría sintiéndome indigna.

Aun así, el diablo me está tentando a hacer cualquier cosa para esforzarme por el trabajo. Y este diablo no viste de Prada, sino que se ha presentado ante mí como una modernista edificación en blancos y azul klein, repleta a salas habilitadas con el instrumental con el que siempre he soñado. La pulcritud del sitio es para sacarla a relucir. En París me he tenido que pelear hasta llegar a las manos con algún que otro ayudante del laboratorio para que limpie lo que ha ensuciado, y aquí dudo que me dé tiempo a percatarme de las manchas. Según ha anunciado el guía, hay toda una escolanía de limpiadoras permanentemente revoloteando por las instalaciones. Y lo que es más importante: saben la clase de sustancias que se tratan y cómo disolverlas, por lo que no correré el peligro de llegar y encontrarme con un sanguinolento accidente.

—Ahora que ya saben dónde está todo, por favor, sigan el camino de vuelta para llegar al laboratorio central. Allí les estará esperando el doctor Neumann en persona para recibirles e iniciar las prácticas.

—¿Prácticas? —repito, en voz baja. Miro a Lana ceñuda, a lo que ella procede sacando su apreciado iPad Mini y abriendo la libreta de anotaciones.

—Ayer nos mandó un correo el doctor Neumann diciendo que habría una especie de prueba de laboratorio, para ver cómo nos manejamos... Es decir, cómo te manejas tú —recalca—. También hice algunas anotaciones sobre los aspirantes después de la fiesta, en la que por cierto decidiste perderte y dejarme sola. Creo que podrían interesarte, ya que acaba de abrirse la veda para la competición.

—Genial, ¿y qué son esas anotaciones?

Conociendo a Lana, voy a tener que sacarme la cera de los oídos para escuchar la biografía detallada de cada uno de mis enemigos. Y así es como procede, colocándose detrás del grupo a una razonable distancia y susurrándome al oído sus descubrimientos.

Cuatro veces tuyaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora