C A P Í T U L O V E I N T I S I E T E

9.9K 1.3K 411
                                    

Lo sabía. Sabía que acabaría arrepintiéndome, y aun así, no he podido frenarme. Estúpida, estúpida, ¡estúpida!

Sabía que me arrepentiría de volver a mandar a Lana a por mi almuerzo, cuando es evidente que va a seguir colando carne entre mi ensalada hasta que mueva el culo y me consiga yo misma lo que me guste del bufé.

¿Qué pensabais, mentes retorcidas? ¿Que me he arrepentido de acostarme con Leon? Porque sí, de eso también me arrepiento, no os quepa la menor duda. No por los motivos que podáis imaginar: Even no ha cruzado mi mente para hacerme sentir sucia, solo para hacerme comprender que estaba dándole demasiada importancia a algo que no la tenía. Bueno, creo que podría decir esa frase mejor sin que quede despectiva hacia las maniobras de Leon... Pero no se me ocurre nada mejor, y aunque ya sabía de antemano lo que iba a suceder después de que desapareciese de casa... He descubierto que no estoy preparada para su ignorancia.

Han pasado varias semanas desde el momento en la bañera, y Leon ha cumplido su palabra de dejarme en paz tras esa noche. No he podido echarle mucho de menos porque entre las llamadas a Jacqueline y los intentos por recomponer mi grupo de amigas después de que dijera la verdad sobre Marcel he estado ocupada, pero en cada momento libre he pensado en él. Y no precisamente alegrándome de su tercera, cuarta o quinta bomba e humo.

Debería estar contenta, dando palmas, porque por fin me he quitado de encima al hombre intenso que solo quería acostarse conmigo... Pero no lo estoy, ni siquiera aferrándome a ese frío «no te quiero» que me soltó con... ¿Con qué objetivo? En fin, pensar en eso es una estupidez. Primero, porque todo lo relacionado con esa siniestra llamada durante la despedida y la manera que tuve de resolver en el baño nuestra falta de comunicación, es un misterio indescifrable, al igual que el porqué de la mentira de Axel a Lana. Segundo: porque ya nada puedo cambiar. Y tercero... Tanto si retiró su declaración de sentimientos para arreglar su orgullo magullado como si no, ya ha demostrado que no significo nada para él. Hasta donde yo sé, la gente no ignora a otra gente si la aprecia, aunque su estúpido acuerdo haya concluido.

Entendedme, por favor... Sigo con la resaca post-sexo y me entran los siete males cada vez que recuerdo que se largó casi en cuanto terminó, como si fuera su maldita parada para repostar o, en este caso, descargarse. Tengo todo el derecho del mundo a seguir dándole vueltas a esto, porque cuando por fin me arriesgo a cambiar mi concepción del sexo, me anulan por completo la ilusión de volver a hacerlo...

Vale, eso ha sido una exageración. Obviamente lo repetiría, y solo con él; por las noches, en lugar de hacer un recorrido por todo lo que he hecho durante el día, me estanco en el recuerdo de su cuerpo contra el mío, el agua corriendo por su pecho y la húmeda presión de su boca sobre mis partes sensibles... Y nadie puede sacarme de ahí, ni siquiera yo misma. Pero a donde quiero llegar es a que, aunque no ha conseguido hacer que me sienta sucia, me ha decepcionado después. Ha hecho que me arrepienta, y ese era mi único e inicial miedo, uno con el que aseguró que podría luchar.

Y una mierda.

Pero por si fuera poco, la boda de Jacqueline y Claude sigue adelante. Y diréis que no es para tanto, porque en fin, hay hombres que perdonan las infidelidades y mujeres que cuando juran no volver a hacer algo, hablan en serio... Pero Jacques no ha dicho la verdad, y para colmo de males, está embarazada. Dios sabrá quién es el padre, porque yo no, y es demasiado pronto para que Jacqueline pueda averiguarlo e informar al pariente, si es que piensa ponerle al corriente de esto... que lo dudo.

Aunque tampoco acaba ahí la historia. Katia, esa Katia obsesionada con Marcel y que planeaba declararse en la despedida de soltera, se ha enterado del desliz de Jacqueline —como ya he mencionado antes— y su naturaleza rencorosa ha hecho acto de presencia. Ni que decir tiene que, durante una de mis visitas en fin de semana a París —esa en la que, por petición mía, Jacques soltó el pastel—, debatimos acerca del asunto y Katia decidió darse en retirada dando taconazos. Aún no hemos tratado de contactar con ella, y mejor, porque creedme... Una Katia Cavellier enfadada es bastante peor que las diez plagas. Es peor que diez plagas elevadas a la centésima potencia.

Cuatro veces tuyaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora