C A P Í T U L O V E I N T I S É I S

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No penséis ni por un momento que no me pasé todo el viaje de vuelta regodeándome en mis remordimientos. Por la noche, los pecados parecen ser menores, parecen incluso perdonables; y con un poco de alcohol, se ven hasta con un humor. Motivo por el que pude pasarme toda la despedida de soltera entreteniendo a mis amigas, y cambiando de tema radicalmente o llenándoles más la copa cuando preguntaban por Marcel y Jacqueline. Y si alabo esas horas es porque la jugada surtió su efecto, pero cuando al salir el sol todas se extrañaron y quejaron por la ausencia de la protagonista de la fiesta, acabé viniéndome abajo.

Ya he dicho que se me da mal mentir y que nunca he sentido la necesidad de hacerlo, ¿verdad? Pues esa noche, la de hace un par de días, me estrené como lianta profesional. Fingí que no sabía dónde estaba y aparenté normalidad ante los hechos, mientras me auto-flagelaba mentalmente por haber sido el puente de unión de dos amantes prohibidos. Dicho así suena incluso bonito, pero, ¿sabéis a quién no le resultará encantador? Exacto, a Claude.

Aunque intenté llamar a Jacques para echarle la bronca y para, por supuesto, exhortarle que o dijese la verdad o la diría yo, ella no me lo cogió. Y maldita fuera su estirpe y la mía por juntarme con Lana, porque por ella entiendo que cuando una mujer no coge el teléfono después de haber pasado la noche con un hombre, es porque va camino de enlazar con la mañana, y con la tarde, y así sucesivamente hasta que... Hasta que consigo contactar con ella, tres días después de regresar a Múnich, cuando no puedo reprenderla cara a cara.

No tengo especial interés en mirar a mujeres adúlteras a los ojos, y menos sabiendo que pude detenerlas, pero dicen que mi presencia impone y cuando el objetivo es echarle en cara a alguien su comportamiento, no viene mal contar con el extra de la apariencia lobuna.

Claro que se lo voy a contar a Claude —me dijo en voz baja—. Solo tengo que encontrar el momento...

Evidentemente no se lo piensa decir, aunque me lo jurase hasta convencer al propio teléfono.

Jacqueline es una persona muy práctica; no va a romper una relación de años por ese DESLIZ —en mayúsculas, porque creo que han sido varios y que la palabra no le hace justicia—. Lo único con lo que ha soñado desde que la conozco es con tener una vida tranquila junto a un hombre bueno, rodearse de niños a los que contar cuentos por las noches y seguir manteniendo vivo el negocio de su madre.

Hasta donde yo sé, jamás habría arriesgado su relación por una noche loca, por lo que la respuesta viene implícita en la pregunta: no ha sido una noche loca, sino mucho, mucho más. Sobre esto solo puedo sacar en claro que dentro de toda mujer, por muy pusilánime que parezca, existe una diosa que desea ser elevada a la máxima potencia, y que a veces gana la batalla.

Estaréis pensando que soy un despojo humano... Adelante. Ya he tenido suficientes crisis existenciales en las últimas setenta y dos horas para que me afecten unos cuantos reproches. Quizá haya sido una mala amiga por separarla de la razón; quizá haya sido una mala Adrienne Saetre... Pero uno no puede andar metiéndose en la vida de los demás continuamente. Tarde o temprano te acaba salpicando, y no es que no quiera que el lío de Jacqueline me salpique: como amiga suya, estoy dispuesta a embarrarme hasta las rodillas... Lo que no quería era que se culpase toda su vida por no haberse ido con él, cuando era lo que quería.

Me ha dicho que me quiere... Ojalá pudiera creerle.

Como lectora de mentes o intérprete de sentimientos soy pésima, pero si esas nueve palabras que me suspiró por teléfono no encerraban una pena de años, una pena oculta y cuya carga jamás pudo compartir con nadie, que baje Dios y me corrija. Adrienne Saetre puede decir que no a la estupidez y al masoquismo... Al amor, no. Y a las segundas oportunidades menos todavía, cuando es la primera que espera un milagro.

Cuatro veces tuyaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora