El Comienzo

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El olor a sangre inundaba todo el terreno, los cuerpos se extendían hasta donde alcanzaba la vista y el humo de las hogueras, donde echaban los cadáveres de los muertos se alzaba hacia el cielo, como si el mismísimo Júpiter lo llamase a su lado.

El gran César aguardaba sentado en su tienda de campaña, hastiado de los olores y sensaciones del campo de batalla, si hubiese luchado contra bárbaros esa agonizante sensación no se manifestaría en su pecho pero no eran de bárbaros los cadáveres que regaban los campos de Farsalia, esos cuerpos eran de gloriosos y buenos romanos, sus compatriotas.

César pudo ver como un regimiento de caballería se acercaba a su tienda. Marco Antonio, fue el primer pensamiento que llegó a su atribulada. Esperando a su fiel comandante, César se puso en pie y le esperó en la entrada, el olor era peor.

Marco Antonio bajó de su montura acompañado de Rufio y Germánico, dos de sus ayudantes de campo. Todos parecían cansados y agotados pero con gran rapidez se acercaron a César.

-¡Ave César!- Exclamaron con sumo respeto los tres hombres mientras se llevaban su brazo derecho al pecho.

-Bienvenidos de vuelta- Dijo César extendiendo los brazos e invitando a sus comandantes a pasar.

Una vez estuvieron sentado todos a la mesa, César se sirvió un trago de vino y luego con gesto apaciguado de lo ofreció a sus compañeros.

-Decidme, ¿Qué noticias me traéis?

-Seguimos vuestras órdenes, señor- Empezó Rufio. Era un hombre de pocos años menos que César, tenía un estómago prominente pero pocos le superaban el lealtad.

-Venga- Le apremió César- Me sorprendería escuchar lo que quiero oír, aunque sé que es más probable que Marte descienda a Roma.

-Verás César- Habló Antonio, él era el más joven de los cuatro, era atractivo y fuerte, un buen romano- Seguimos a Pompeyo hasta el puerto más cercano pero le perdimos el rastro, supongo que se disfrazó de pueblerino.

Germánico, quién era el más sensato y serio de los tres tomó el turno de hablar.

-En los muelles había una galera pertrechada para un gran viaje pero ignoramos a donde iba- Miró a sus compañeros con gesto adusto- Creemos que Pompeyo podría haber embarcado en ese navío.

-¿Una galera?- Preguntó César al aire, mas que a sus acompañantes.

Pompeyo embarcó en una galera, ¿a donde podría haber ido, a donde? ¿tal vez a Judea? No, nada se le perdía allí y a occidente no podría ir, si pisase Roma, acabaría descuartizado, a pesar de que su hijo se encontrase allí, así pues, pensó César, ¿Donde? De pronto la respuesta le vino a la cabeza como un rayo del todopoderoso Júpiter, al lanzarlo sobre la tierra.

-Egipto- Dijo mirando el mapa que yacía en la mesa frente a él. César señaló el país de Ra- Los faraones le deben mucho a Pompeyo, les pedirá asilo y puede que oro.

-Egipto- Escupió Rufio- Ese país es...no se te ha perdido nada allí César, olvida a Pompeyo, vuelve a Roma y permite que el pueblo te aclame debidamente.

Roma, volver a Roma, César había estado tanto tiempo lejos de allí que ya la añoraba. Añoraba anda por las calles de la ciudad, visitar el Senado y los templos, presentar sus respetos a sus antepasados, a su hija...su querida hija, Julia. Pero no, no, César tenía un deber y ese deber era ir a Egipto y capturar a Pompeyo, el resto debería esperar, Roma debería hacerlo.

-De todas formas debo ir a Egipto- Informó- El joven rey, Ptolomeo y su hermana han empezado una guerra civil, si siguen como hasta ahora acabarán destruyendo el país, y junto a él gran parte del trigo para Roma.

El Legado de EgiptoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora