Capítulo especial: Aprendiendo a ser mejor.

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Estos capítulos especiales narraran las anécdotas del joven Cesarión a medida que va madurando y creciendo. El joven faraón debe encontrar su papel en los mortales juegos de su madre y también encontrar sus propios objetivos y motivaciones.

Ptolomeo con Cinco años:

Ptolomeo estaba cansado de escuchar a Gerásimo, el erudito no paraba de repetirle lo importante que era él y que para un faraón era imperativo aprender todo lo posible. A su derecha Anara parecía que iba a caer rendida en cualquier momento, la joven griega yacía con la cabeza sobre la mesa de estudio. En cambio su amigo Eleo no paraba de reírse de la voz de pito de Gerásimo y de la panza de este. El resto de chicos miraban con atención al maestro o simplemente no miraban.

Estaban en la biblioteca, en una de las aulas de estudio que solían usar los eruditos para dar clase a los novicios. Su madre había dado la orden de que todos los hijos de los nobles fuesen instruidos en las artes de las matemáticas y la filosofía y cuando Isis hablaba todos se arrodillaban ante su voluntad.

-Ptolomeo- Le regañó el filósofo. El faraón levantó la mirada de inmediato- ¿Puedes decirnos cuales son las opiniones de Aristóteles sobre la vanidad?

El chico bajó la mirada, no sabía la respuesta.

-Bueno...¿Otro?

-Maestro- Levantó la mano Antígono, el hijo de una familia de nobles comerciantes.

-Adelante Antígono.

El muchacho respondió correctamente y le dirigió una mirada de burla a Cesarión.

-Maestro ¿Cesarión no debería tener tarea extra por no saber la respuesta?- Preguntó Arkantos.

El viejo filósofo miró al suelo y Cesarión sintió como las gélidas miradas de los guardias se posaban sobre Gerásimo. Si el maestro decía algo contra Cesarión su cabeza podría adornar una pica en el puerto

-Cierto...Ptolomeo quiero que repases estas lecciones e investigues los razonamientos filosóficos de Platón. Por hoy ya hemos terminado.

Ptolomeo recogió su pergamino y salió de la estancia con sus dos compañeros. La biblioteca estaba llena de filósofos, esclavos colocando los tomos en sus respectivos estantes y soldados en cada marco de las puertas.

-Gerásimo es un maestro muy aburrido- Se quejó Anara- Un filósofo, maestro y viejo senil.

-Es alguien con talento...eso dice madre.

-¡¡Eh!! Ptolomeo.

Antígono y Arkantos se acercaron con una sonrisa sorna. A Ptolomeo le caían fatal, eran unos matones y siempre trataban de superar a Ptolomeo en todo, incluso eran los alumnos de Gerásimo quién era pagado por su madre, debería favorecerle a él. Isis haz que se vallan, suplicó el faraón.

-Espero que te vaya bien la tarea de esta tarde.

-Antígono seguro que se la hacen, es un príncipe mimado.

-No soy un príncipe.

-¿Cómo?- Preguntó Arkantos como si no lo hubiese escuchado.

-¡No soy un príncipe! ¡Soy vuestro faraón!

-Entonces Egipto está condenado- Rió Antígono.

Uno de los guardias de Ptolomeo le dio una mirada mientras llevaba una mano hacia el mango de su kopis, las intenciones eran claras.

-Vamos- Ordenó Cesarión.

Él y sus amigos salieron de la biblioteca y el en patrio una docena de guardias le esperaban, con una litera para llevarle hasta el palacio. Mardian, su eunuco particular estaba esperándole. Ptolomeo se despidió de sus amigos y subió junto a Mardian a la cómoda litera.

-Oye Mardian.

-¿Si, faraón?

-Yo soy alguien importante...¿no?- Preguntó Ptolomeo con cierto rubor.

-Absolutamente mi señor, sois la estrella que ilumina Egipto, sois el faraón.

-Pero yo no gobierno...eso lo hace madre.

El eunuco sonrió.

-Cuando seáis mayor gobernaréis junto a vuestra madre, os casareis con una bella muchacha y tendrás hijos.

El niño sacó la lengua ¿tener hijos? Que asco.

Por fin llegaron a Antirrodos, Ptolomeo entró en el palacio y fue directo a sus aposentos. Al llegar pudo ver como sus muchos gatos jugaban felizmente en el atrio. Él se dirigió a su cama y se tiró boca abajo sobre el mullido colchón.

El pequeño trató de ahogar sus lágrimas, estaba harto de ser el peor en todo, todos les superaban en todo lo que hacía: Estudiando, respondiendo las preguntas...y en unos años cuando empezasen el adiestramiento militar...si le superaban en eso ¿Qué clase de faraón sería para Egipto cuando fuese mayor?

Estuvo tumbado mucho tiempo hasta que sintió una mano sobre su espalda. Cesarión se dio la vuelta y pudo ver los cálidos ojos verdes de su madre y ella, sonriéndole con ternura.

-Perdón, no pude venir antes, tenía una reunión ¿Cómo está mi pequeño César?

Cesarión miró a su madre, en Roma recordó escuchar a algunas personas decir que ella era mala, pero Cesarión sabía que eso eran mentiras, su madre era dulce y comprensiva, sus ojos eran cálidos y amorosos .

-¿Cesarión? ¿Qué te ocurre?

-Nada madre, solo he tenido un mal día en la biblioteca.

-¿Gerásimo es un tutor muy severo?- Inquirió ella.

-No es solo que...

-Dime Cesarión.

-Madre soy malo en todo.

-Eso es una tontería...

-¡No lo es!- Gritó el niño- ¡Los demás me superan en todo, jugando, estudiando...! Yo no soy bueno en nada.

-¿ah no?

-No.

-Pues si eres bueno en muchas cosas ¿Te digo cuales?

El chico asintió dudoso.

-Eres bueno encantando gatos, también eres un chico muy avispado, eres bueno siendo dulce y amable con todos y lo más importante y algo que solo tú eres capaz de conseguir.

-¡¡¿Qué es eso?!!- Preguntó el niño ahora un poco más animado.

-Eres el mejor y el único que consigue hacerme sonreír y sentirme alegre. Nadie puede hacer eso.

-Pero...sigo siendo malo en otras cosas.

-Mira Cesarión, Isis no concibe a ningún ser en este mundo con la capacidad de  ser bueno. Para ser bueno en algo solo hay una forma de conseguirlo: Debes esforzarte, es como si tienes que escalar una montaña y cada metro que subes es un acción en la que eres bueno. Solo tu puedes subir la montaña, usando tus propias fuerzas- El niño se vio un poco más preocupado- Pero para eso Isis creó a las madres, para ayudar a nuestros hijos a escalar.

Cesarión sonrió y se fue corriendo al estudio.

-¿A donde vas?

-A escalar la montaña- Le gritó el niño dejando atrás a su madre con una amplia sonrisa.

Cesarión comenzó de inmediato a hacer las tareas que Gerásimo le encomendó. El chico no se daría por vencido, ese era el modo de ser un buen faraón, de llegar a ser tan grande como su padre, como el gran Julio César.

El Legado de EgiptoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora