Capítulo especial: El sueño.

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Ptolomeo con siete años:

-¿Es de vuestro agrado, divinidad?- Preguntó el arquitecto.

-Sí, disponed dos grandes estatuas en la entrada y que tenga aspecto griego- Ordenó Cleopatra.

Ptolomeo miraba aburrido como su madre no paraba de hablar y planificar el aspecto del nuevo templo con sus arquitectos. La gran estructura llevaría el nombre del Cesáreo un templo y un palacio para honrar a César y para que Cesarión dispusiese de él cuando quisiese. Ptolomeo sentía cierta alegría al ver que semejante construcción sería solamente suya pero al mismo tiempo se sentía como un simple adorno.

Las obras se situaban frente a la calle principal de Alejandría, la vía Canópica, una anchísima calle de5 km de longitud y 30 m de anchura,   que cortaba la ciudad de este a oeste. A los laterales de la calle se encontraban incontables estatuas de los faraones ptolemaicos y decenas de obeliscos de mármol con piramidón de oro apuñalando el cielo como conmemoración al rey del Sol, Ra.

Ptolomeo y sus dos amigos intentaban pasar el rato jugando con gatos y tratando de adivinar que transportaba cada carreta que cruzaba la vía Canópica. Desde donde estaban Ptolomeo podía divisar las murallas interiores de la Necrópolis y el Soma de Alejandro. Una disparatada idea cruzó la mente del faraón. Su madre estaba ocupada con los arquitectos y nadie prestaba atención a Ptolomeo.

Llamó a sus amigos.

-Chicos ¿Qué opináis de dar una vuelta?

-¿Llamo a la guardia?- Preguntó Anara.

A Ptolomeo la chica griega le parecía linda, su piel era clara y su cabello del color de la miel. Sus ojos eran dos dilatados pozos de verde color y vestía ropas nobles bastante frescas debido a que estaban en pleno Verano. Era hija de una familia muy influyente.

-No, digo de irnos los tres solos.

-¡Estás loco!- Susurró la chica.

-Puede que lo esté ¿Tú que opinas Eleo?

Eleo era hijo del general de su madre, Heliodoro, lo que daba a su familia una posición privilegiada en Alejandría y el la corte ptolemaica. Era su mejor amigo y en cierta forma a veces pensaba que podrían ser hermanos distintos padres. Pensaban y actuaban igual y él siempre estaba allí para Ptolomeo, lo cuál le era reconfortante. Eleo era un poco más alto que Ptolomeo, su piel de mármol estaba tostada por el sol egipcio y en sus mejillas eran manchadas por unas pecas que recorrían su rostro de lado a lado. Su cabello era rizado y negro como el azabache y sus ojos hacían adormecer a Ptolomeo, eran azules como las aguas de Alejandría. Eleo vestía un simple shenti blanco con ribetes rojos.

-Yo estoy a favor, quiero romper un poco las reglas- La respuesta no sorprendió a Ptolomeo, siempre era la misma: Si a Ptolomeo le gustaba a él también.

-Ptolomeo si lo haces aviso a su majestad.

Cesarión sonrió con sorna.

-Yo también soy tu rey. Soy el faraón y ordeno que vengas conmigo.

A la niña se le pusieron las mejillas rojas.

-Ojalá tu madre tenga una niña y así no tenga que casarme contigo.

Eso molestó un poco a Cesarión, sabía perfectamente que si su madre alumbraba a una niña él se tendría que casar con ella pero por otro lado él no quería que su madre se casara...se casó con su padre y debería seguir siempre así.

-Bueno ¿Vamos o no?- Habló Eleo.

Ellos asintieron.

Fugarse fue lo más fácil desde que Cesarión azuzó a Mener y Ur contra Mardian, el pobre Eunuco casi pierda algo más que las bolas...si su madre supiese que Cesarión usaba esas palabras...le mandaría un día con Ramsés, ese sacerdote podía hablar durante horas.

El Legado de EgiptoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora