En la villa de César había un gran ánfora rojiza, con grabados que seguramente se remontarían a la fundación de Roma, un ánfora preciosa. Cleopatra la estrelló contra la pared. Lo mismo hizo con papiros, muebles, esculturas y decoraciones, las arrojó contra la pared o al suelo.
-¿Ya os sentís mejor?- Preguntó Charmion.
-Todavía no- Gruñó Cleopatra- Iras, plato.
La cortesana acercó un plato a su señora. Cleopatra lo arrojó por la ventana.
-Ya está, ahora si me siento mejor.
La reina se sentó en una silla de sus aposentos, estaba agotada, vale había sido su culpa el romper todo lo que encontró pero necesitaba desahogarse y por Isis, ese método le funcionaba pero no quitaba el amargo sabor que perduraba en el honor de la reina: La puta de César, la puta de Roma, así la habían llamado esos romanos, esos salvajes.
-Les maldigo, hasta el último de ellos, les maldigo a ellos y a su condenada ciudad.
-Nunca debimos venir- Terció Charmion mientras recogía los pedazos de cerámica esparcidos por el suelo- Nosotras pertenecemos al desierto, a Egipto.
-Exacto, este clima, incluso este aire me huele a excrementos de animal- Se quejó Iras.
-Así huele todo el imperio romano Iras, donde quiera que se instalan los romanos dejan una peste, una mugre con olor a estiércol.
-Ese joven, Octavio, se rumorea que es un hábil político con muchos aliados- Alegó la joven nubia.
-¿Y? ¿Le doy una medalla por ello?- Se quejó la reina mientras bebía una copa de vino.
La reina bebió, hasta en roma el vino era diferente, era de un sabor más fuerte que el de Egipto aunque gracias al comercio Cleopatra había probado todo tipo de alimentos venidos de tierras distantes, de Persia, de la India, de la lejana China, de Partia, de toda Europa y de toda África, de las estepas de Asia hasta las ciudades doradas de Bactria, todas ellas mandaban navíos a Alejandría. El solo pensamiento de su ciudad hacía a Cleopatra entristecer.
-Bueno, una medalla no pero podría ser un buen aliado en Roma.
-No- Terció Iras- El gran Marco Antonio sería una opción más viable, cuenta con el apoyo de los ejércitos.
-Pero Octavio goza de simpatía en el senado.
Solo dos días llevaban en Roma y sus sirvientas ya conocían todos los cotilleos de la ciudad, a parte de que la reina había ordenado a su mariscal, Sosigenes, que enviara espías a Roma, que destripasen los secretos de la ciudad, que averiguasen a las figuras más importantes, Cleopatra no hacía en falta conocer a nadie, ella ya sabían quienes eran todos y como se opondrían a ella.
-¡No volváis a mencionar un nombre romano en mi presencia sin mi expreso consentimiento!
-Disculpas majestad- Dijeron las sirvientas.
Cleopatra salió al atrio de la villa, algunas sirvientas romanas estaban arreglando flores o poniendo aperitivos aquí y allá.
-Alteza- Llamó una de ellas- Un mensajero quiere veros.
-Hazlo pasar- Dijo Cleopatra en tono despectivo.
Un chico romano, bastante joven, de rostro firme y mejillas rosadas entró al atrio. Su pelo era castaño rizado y lo llevaba hasta el cuello, sus ojos eran castaños y vestía una túnica blanca un poco suelta. Cleopatra encontró cierto atractivo en el joven, le recordaba a los tipos de chicos que su padre, el faraón, hacía colar en sus habitaciones durante las horas nocturnas, su padre siempre había gustado de la compañía masculina, como sus ancestros griegos creía que el deber era para el matrimonio y el placer solo lo podía dar un hombre a otro.
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El Legado de Egipto
Historical FictionDicen que salí de una alfombra y me presenté desnuda ante César, dicen mucho sobre mí pero ¿qué has escuchado tú? Hice lo que debía hacerse, lo que debía hacer para gobernar cual Isis en el cielo, para defender a mi pueblo...hice lo que había de hac...