Idus de Marzo

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La estatua dorada se erigía grande y gloriosa frente a las pobres representaciones del resto de deidades romanas. La estatua medía ocho metros y era de piedra recubierta de bronce dorado, iluminaba la tétrica sala del templo como un faro en mitad de la noche.

Los congregados miraban la representación con gesto de asco. Eran muchos los allí congregados, casi doce nobles hombres con fuego e ira en sus corazones.

-En el templo, el lugar más sagrado elevaba una estatua a su concubina- Indicó uno de los presentes, el más joven.

-Es indignante...maldita puta egipcia.

-Aquí no acaba nuestra situación Habló uno de ellos, el más anciano.

-¿Qué quieres decir, Cicerón?- Preguntó uno.

-Ahí han reservado sitio para otra deidad- Dijo señalando un hueco vacío a la siniestra de la estatua dorada- Cuándo el dios César se alce al lado de la diosa Cleopatra ¿Cuánto tardará el pueblo en tratarlos como tal? ¿Cuánto durará nuestra Roma, nuestra república?

Todos volvieron la mirada a la estatua.

-Debemos hacer algo...debemos cortar la cabeza de la serpiente.

-¡¡¿Cómo?!!- Preguntó Cicerón.

-Ahora que lo recuerdo...una vez le pregunté a César como deseaba morir y él dijo..."rápido"

-¡Esto es una locura!- Exclamó el joven- No puedo participar en esto.

Cicerón se acercó al joven y posó una mano en su hombro.

-Él tiene un hijo, si vive lo nombrará príncipe de Roma...a ti te perjudica más que a nadie que eso suceda.

El muchacho lo pensó unos instantes.

-César me dio todo cuánto tengo hoy...no puedo volverme contra César, es mi maestro, mi mentor y mi modelo a seguir. No puedo traicionarlo...pero no me opondré a vosotros ni revelaré vuestras intenciones. Haced lo que debáis.

El joven miró una vez más la estatua dorada de Cleopatra y se fue con su mente lleno de conflictivos pensamientos sobre la faraona.



Ante los ojos de Cleopatra parecía irreal el que hubiesen pasado dos meses desde el atentado, un mes desde que la vida de su hijo estuvo a punto de extinguirse como la llama de una vela. Cleopatra tenía motivos para estar preocupada pero también para estar feliz puesto que César había sido ungido con el cargo de dictador vitalicio de Roma, teniendo cada vez más autoridad, a no mucho tardar obtener el poder absoluto...pero también se negaba a contemplar la idea de que la persona tras los asesinos mandados contra Cesarión fuese Octavio, su sobrino no sería capaz de eso, declaró César. La situación de la faraona era cada vez más precaria, toda Roma se volvía contra ella y su hijo...debía actuar rápido. El cumpleaños de su hijo fue hace apenas unos días, su Ptolomeo crecía cada vez más y con él crecía la amenaza que representaba para los romanos.

Ella estaba observando Roma, desde su terraza, la ciudad era gigante pero ni de lejos era Alejandría, su ciudad era limpia, y de mármol puro, roma era sucia y de piedra. Mientras la reina se internaba en esos pensamientos a su espalda apareció César, seguido de Marco Antonio.

-¡¡Cleopatra!!- Saludó el romano.

Ambos se besaron y César sostuvo con ánimos los brazos de la reina.

-Nuestro objetivo está próximo.

-No...no lo entiendo- Expresó Isis sobre la tierra.

El romano le ofreció su brazo y ambos, seguidos del fiel ayudante de campo, empezaron a dar una vuelta por la terraza.

El Legado de EgiptoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora