Un nuevo día

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Cleopatra retiró la aguja y cortó el hilo. Antonio tenía rostro agotado, miraba ausente la llama de una vela que se mecía con el viento hasta que se extinguió, dejando un rastro de humo que desapareció en la estancia.

Los aposentos de Antonio estaban destrozados, el vino y los exquisitos alimentos yacían esparcidos por el suelo al igual que el vino y la vajilla de plata. Las sábanas de la cama estaban completamente destrozadas y los pilares, recubiertos de cortinas mostraban marcas del filo de una espada.

-Antonio- Le llamó Cleopatra- Amor mío...

Cleopatra acarició la mejilla de Antonio y él se vio obligado a mirarla a los ojos, a esos ojos verdes venenosos que hacían que el corazón de Marco Antonio se precipitaba cada vez que posaba su mirada en ellos, peor ahora...solo hacían recordarle a Antonio la derrota que sufrió en Partia.

-No has fracasado del todo- Cleopatra debió la mirada y pensó con rapidez. Busca una escusa, averiguó Antonio- Conquistaste Armenia, solo Partia se te resistió.

-¡¡Lo más importante es lo que no he conseguido!!- Bramó Antonio, con lágrimas en los ojos.

Cleopatra tomó la mano de Antonio y la depositó sobre su vientre. Antonio pudo notar como su hijo se movía dentro del vientre de Cleopatra, de su reina, de su amada. Por ella haría lo que fuese, superaría lo que fuese.

Antonio acercó a Cleopatra, la sentó en su regazo y la besó con ternura.

-Te amo- Dijo Antonio mientras sonreía, ella le hacía olvidar todo.

-Y yo te amo a ti. Financiaré cuantas conquistas desees, te amaré cuanto desees. Egipto te hará olvidar, olvidar tu pena, olvidar tu derrota, olvidar a Roma, en Egipto el tiempo pasa lento...muy, muy lento.

Antonio le besó.

-Eso suena bien.

Antonio tomó en brazos a Cleopatra y la llevó hasta su lecho donde la tumbó con gentileza y la besó, la tomó, se unió a ella como tanto deseaba, como tantos meses en oriente le habían impedido estar con ella, con su amor.

Al día siguiente Cleopatra se hallaba en las terrazas del palacio. Los jardines estaban cubiertos de risas y gritos de alegría. Antonio jugaba animadamente con Selene, Alejandro y Antilo, quién era como un hijo para Cleopatra. Su amado perseguía a los niños por todos los jardines, riendo y empapando a los niños con el agua de las fuentes. Cleopatra tocó su vientre, unos meses más y nacería su hijo...otra alegría en su mundo. Y hablando de hijos.

-Madre- Escuchó que la llamaban una melodiosa voz que entonaba las palabras en egipcio, nadie lo hablaba salvo...

-Cesarión.

Su hijo estaba precioso, sin la menor de las dudas, él había sido bendecido por los dioses. Su pelo, una masa de cabello color rubio como la arena del desierto le caía hasta la mitad del cuello. Su piel de marfil, estaba tostada por el amable luz de Amón-Ra. Sus músculos estaban desarrollados. Sus ojos eran verdes como los de Cleopatra pero en ellos la reina podía ver la paz de las aguas del Nilo, serenas y hermosas. Vestía una simple túnica griega que dejaba expuesto sus fuertes brazos. Con solo catorce años Cesarión ya era la ambición de toda egipcia incluso de alguna princesa extranjera que con frecuencia visitaban Alejandría como las hijas de Herodes de Judea o las primogénitas del rey de Etiopía.

Cesarión se acercó a su madre y miró como ahora Antonio y los niños se bañaban en una fuente, riendo y gritando a pleno pulmón.

-Parecen felices- Dijo de nuevo en el idioma egipcio.

-Antonio no es de tu agrado- Le respondió Cleopatra en el mismo idioma, al igual que durante toda la conversación.

Cesarión se encogió de hombros.

El Legado de EgiptoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora