La última faraona

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Octavio la miró ensimismado y Cleopatra lo sabía. Él había cambiado, hace mucho era un muchacho flacucho y enfermizo, ahora su constitución era un poco más prominente y sus ojos eran fríos como las aguas en invierno, parecían escrutar el alma de Cleopatra, en busca de alguna debilidad.

-No te sienta nada bien la armadura, Octavio.

El romano sonrió y se acercó a la reina.

-Así que Marco Antonio se ha reunido con César- Observó Octavio con una sonrisa.

-No, está aquí conmigo- Terció Cleopatra mientras pasaba sus suaves manos sobre el pecho envuelto de vendas de Antonio- Ya nos has conquistado, toma las riquezas de Egipto y marcha.

Octavio negó y se situó frente a la reina. Ambos se enfrentaron con la mirada, azul contra verde, oriente frente occidente, Egipto frente a Roma, reina contra emperador.

-He conquistado Egipto, sí- Octavio se acercó aún más a Cleopatra- Pero no te he conquistado a ti. Egipto solo es un premio simbólico, algo secundario, yo te anhelo a ti, tú eres mi auténtico premio, mi deseo más adictivo. Quiero que vengas conmigo a Roma.

La reina le dirigió una mirada cargada de furia.

-¿Para que puedas llevarme tras tu carro? El botín de Egipto...Octavio y su trofeo.

Octavio se alejó y comenzó a admirar las magnífica sala a su alrededor.

-Me gusta la idea, sí.

Cleopatra rió con ironía y Octavio la miró estupefacto.

-Yo no obedezco en la tierra a ningún hombre y menos a un simple mortal- Cleopatra se alejó de Antonio y se plantó desafiante ante Octavio- Soy una diosa...soy inmortal.

-Ah si, Isis reencarnada- Mofó el romano- Tú y yo nos parecemos, deseamos alcanzar la inmortalidad, nos impulsa nuestra naturaleza.

-Sí, nos parecemos más de lo que crees- Cleopatra sonrió- Dime ¿Los senadores seguirán apoyándote cuando te alces como emperador? ¡Eres como César! No te conformarás con ser un nombre más en las páginas del gran libro de la historia, quieres ser algo más.

-Al igual que tú.

La reina miró a Octavio a los ojos, se acercó y pudo sentir la respiración de Octavio sobre su rostro.

-Igual que yo- Corroboró ella.

Cleopatra se acercó dispuesta a besarle pero Octavio se apartó, con suma rabia brotando de su mirada.

-No soy César, no soy Antonio, yo soy Octavio ¡Octavio!- El romano se alejó un paso- Eres como una víbora, si te acercas te muerde sin premio aviso.

Cleopatra soltó una risa.

-Si piensas así es que no sabes nada de serpientes.

Octavio posó su mano sobre la mejilla de Cleopatra. La reina sintió un tacto frío cuando el romano posó su mano sobre su piel. Cleopatra miró disimuladamente y su alma escapó de su cuerpo, sus piernas flaquearon y su corazón abandonó el rítmico movimiento que usualmente tomaba. Llevaba...llevaba.

-No lo olvides, yo siempre te admiré, esos meses que pasaste en Roma...patrocinando artistas, visitando la ciudad y en todo ese tiempo solo tenías ojos para César y Antonio, nunca posaste tu mirada en mi y viste de lo que sería capaz, nunca reparaste en mi...nunca lo hiciste y sin embargo he superado a César, me he alzado sobre Antonio y aún así...Vendrás conmigo a Roma y el pueblo verá como su nuevo pastor lleva su botín hasta las puertas del templo de Júpiter.

-Si lo hago pacíficamente...¿qué obtendré yo?

-Tus hijos serán tratados con magnanimidad, serán pupilos de Roma y vivirán bien.

El Legado de EgiptoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora