Capítulo especial: Cuán Aquiles y Patroclo

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Ptolomeo con quince años:

Cesarión fue embestido y cayó de bruces al suelo, penoso. El joven se levantó.

-Deberías aflojar un poco, Eleo.

-Nah.

Eleo era si cabe, más alto que Cesarión, llevaba el pelo corto, con rizos acariciando gentilmente su frente. Su piel era morena y estaba completamente sudoroso, haciendo que su muy bien trabajado cuerpo reluciese como perlas bajo las aguas. Ptolomeo se recordó no bajar la mirada en ningún momento, si lo hacía...bueno, vería la intimidad de su amigo y no era de sus metas.

Al terminar la instrucción Cesarión salió junto a Eleo y se dirigieron hacia el puerto. Ptolomeo con los años había recibido mayor libertad de su madre. Podía pasear solo por Alejandría siempre y cuando que Eleo le acompañase, el sería, por así decirlo, una guardia personal con amistad de por medio.

Ambos charlaron durante todo el camino y cuando por fin llegaron al puerto Magno se dirigieron hacia los amarraderos del sur. Dos grandes Crioesfinges [Arriba], carneros con cuerpo de león que medían casi ocho metros y marcaban la entrada a una calle secundaria que conectaba el puerto Magno con la vía Canópica. Ptolomeo y Eleo treparon por el lomo de una de las estatuas y se recostaron sobre el lomo.

-Toma- Le dijo Eleo tirándole una ganada que había sacado de su zurrón.

Eleo vestía un shenti blanco, dejando todo su torso expuesto. Ptolomeo en cambio vestía una túnica griega blanca con jeroglíficos dorados que cubría su cuerpo y llegaba hasta la mitad de sus muslos, dejando expuestas sus piernas y sus brazos. El joven faraón tenía maquillaje en los ojos: Dos finas líneas que salían de sus ojos y se extendían por los laterales de su cara. También, y como era siempre, llevaba puesto el anillo de Pompeyo.

Ptolomeo y Eleo pegaban mordiscos a las granadas lentamente mientras clavaban su vista en el puerto y el los barcos que llegaban a sus amarraderos: Galeras de velas roja, moradas, azules y naranjas que traían especias y productos de todo el Mediterráneo. Ptolomeo se fijó como por las calles junto al mar caminaban judíos, griegos, egipcios y otros que iban de aquí para allá, mientras vislumbraban las mil y un maravillas de Alejandría.

El sol se estaba poniendo.

-Qué día- Dijo Eleo mientras estiraba sus extremidades, se había quedado dormido en el lomo de la criosfinge. Acababa de despertar

Ptolomeo no puedo evitar mirarle mientras Eleo reposaba tranquilo, en dulce sueño. Su rostro dormido era tan mono y tan dulce, parecía como si el mismísimo Eros, vástago de Afrodita hubiese descendido a la tierra. Tan hermoso, tan dulce y bello...Ptolomeo quedó prendado viéndolo...incluso después de que Eleo despertara.

-¿Miras algo?- Inquirió su amigo mientras sonreía socarronamente.

Ptolomeo se sonrojó y miró a las gaviotas que revoloteaban sobre los mástiles de las naves fondeadas en el puerto.

-Ja,ja. Idiota- Le regañó Eleo.

-¡Oye!- Ptolomeo cayó en el acto.

Eleo estampó sus labios contra los de Cesarión, era un beso tan dulce...los propios labios de Eleo eran suaves, carnosos y calientes. Eleo dirigió el beso que era lento y armonioso como la más perfecta melodía de Febo Apolo. El corazón de Ptolomeo latía rápido y con fuerza como si quisiese salir de su pecho ¡Por Afrodita, era demasiado!

Cuando se separaron, Eleo juntó sus frentes y miró a Ptolomeo a los ojos. Ptolomeo estaba jadeando mientras podía sentir como sus mejillas se ponían rojas y a buen seguro estaban teñidas de un potente color carmesí.

No dijeron nada, no hicieron nada, no dijeron ni hicieron nada durante mucho tiempo, Eleo miraba a Cesarión mientras acariciaba tiernamente la mejilla del joven faraón. Ptolomeo se sentía en el Elíseo, en la Aaru, ¡Isis, en el mismísimo paraíso! Eleo le había besado con el romper de las olas tras ellos, la silueta del faro actuando como única testigo y el cielo teñido de naranja con la ocultación del Sol, Amón-Ra.

-Eres un idiota, Ptolomeo César- Le regañó Eleo.

-Y tú tampoco eres un lumbrera, amigo mío.

Eleo se encogió de hombros y besó a Cesarión, fue un beso profundo y más tosco que el otro, fue más...húmedo. Tras el beso Cesarión quedó en un estado de letargo, apenas recordaba su nombre.

-Tres años mandándote indirectas y no respondiste a ninguna.

Cesarión sonrió.

-Entonces es haberlo dicho claro desde un principio.

Eleo hizo una mueca de desconcierto.

-Te amo, te amo con todo mi corazón pero sé que no soy digno, solo soy el hijo de un general y tú...tú eres el faraón de Egipto, un dios viviente, Horus reencarnado para miles de personas, para mí eres...eres como Ares para Afrodita, te deseo y te amo tanto pero estoy atado a observarte, a soñarte en silencio mientras veo como poco a poco te alejas de mi y acudes a tu puesto en la inmortalidad. 

-Eleo...

-Lo siento.

Eleo se dispuso a saltar del lomo de la criosfinge pero Cesarión le agarró de la mano.

-El idiota eres tú. Da igual si soy faraón o campesino, da igual que sea un dios o un mero humano, da igual si mi sangre es divina o no ¡Eso no me importa! Si tu no estás conmigo no soy nada, no seré faraón, no seré Horus reencarnado, no seré, no...no seré Ptolomeo César. Quédate conmigo...Eleo.

Eleo contuvo una lágrima y acarició con cariño la mejilla de Cesarión.

-Ni Zeus podría apartarme de ti, nadie podría ni nadie puede.

-Te amo, idiota.

-Y yo a ti, faraón de mi corazón.

Ambos jóvenes se acercaron y se besaron.

-Me casaré con quién se me pida y tendré un hijo- Le dijo Cesarión- Pero luego todo será para ti, mi amor, mis risas, mis días y mis noches, mis penas y mis dichas, mi alma y mi cuerpo, todo será tuyo.

-Yo te juro lo mismo- Le prometió Eleo- Pero enserio...deberías de dejar de leer a Homero, te está afectando a la cabeza, amor mío.

-Homero era un genio, de las palabras y del amor.

-¡Oh! ¿Entonces tú eres el mismísimo Aquiles?

-Depende- Le sonrió Cesarión.

-¿De qué depende amor mío?

-Depende de si tú eres mi Patroclo.

-¡Ja,ja,ja! Encantado.

Ambos se recostaron en el lomo de la criosfinge y se besaron con amor y dulzura, con los dioses y la noche como únicos testigos de su secreta promesa de amor. Era dos almas unidas, cuán Aquiles y Patroclo.

El Legado de EgiptoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora