César y César

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En su vida Cleopatra había cruzado pocas veces el mediterráneo, no le gustaba, ella era Egipto y alejarse de su país, de su hogar, hacía que un gran agujero destrozase su alma.

Cleopatra estaba tumbada en un diván de su camarote. Vestía un sencillo traje blanco. Iras le masajeaba los pies mientras que Charmion hacía lo mismo con sus manos. Un joven esclavo la abanicaba y su pequeño Cesarión estaba tumbado en las alfombras del suelo, jugando con unos soldados de plomo.

-Me hastían estos viajes, son tan cansados- Habló Cleopatra con los ojos cerrados- Si debo navegar prefiero hacerlo por el Nilo, es mucho más apacible.

-Ja, ja. Majestad vuestra fue la decisión de venir- Le recordó la joven nubia mientras ponía sus manos en remojo.

-Cierto, Charmion, no me lo recuerdes- Le pidió con una sonrisa.

Las cortinas de la puerta del camarote fueron corridas a un lado y el capitán del navío real entró. Era un griego regordete, las correas de su armadura estaban a punto de soltarse y sostenía su menes con la mano izquierda.

-Divinidad, estamos llegado a puerto. La comitiva romana ya nos está esperando.

-Gracias capitán- Cleopatra se incorporó- Disponed el desembarco, yo me prepararé.

El capitán hizo una reverencia y se retiró. Cleopatra se levantó y sus sirvientas la vistieron con un sensual vestido blanco y rojo que dejaba a la vista su seno izquierdo, sus manos estaban rebosantes de pulseras y anillos de oro, en su cuello colgaba un colgante ankh* y sobre su cabeza le pusieron una tiara que tenía la forma de una serpiente enroscándose entre sí, era de oro y con dos pequeños rubíes rojos como ojos.

A Cesarión le pusieron una toga romana, a Cleopatra no le agradaba la idea pero era necesario, debía comprar a los romanos, traerlos a su lado lo más pronto posible y que mejor forma que representando al hijo de César como buen ciudadano romano.

Cleopatra sabía que César estaría allí personalmente para llevarla hasta Roma, no podía ser de otro modo, las misivas que le había enviado lo confirmaban y los espías de Sosigenes en Roma también apoyaron esa información. César estaría allí y cuando viese a su hijo a los ojos...la victoria estaría servida en bandeja de plata.

Una figura apareció al otro lado de la cortina de la puerta, era la figura de un hombre robusto, ataviado con una armadura a juzgar por la complexión de la sombra, tenía que ser César.

-Reina Cleopatra- Llamó él.

No...no, no era César, la voz no era tosca como la suya, era serena y potente.

-¿Alteza?

Cleopatra comenzó a dar vueltas sin saber que hacer. Hizo un rápido gesto para que sus cortesanas se llevasen a Cesarión, no podían verlo, no tan pronto y ella...se fijó en unas cortinas, detrás de su joven esclavo, el que la estaba abanicando, le pareció la mejor opción. Se escondió tras ella.

-Con vuestro permiso.

El romano entró al camarote. Era joven...poco mayor que Cleopatra, era fuerte y robusto, su cabello castaño estaba muy corto, como el de todos los romanos y su rostro era fiero pero atractivo, extremadamente atractivo. Sus ojos eran marrones y cálidos. Efectivamente era un soldado, vestía una armadura y por su espalda caía una capa carmesí.

-¿Quién eres tú?- El romano sin quitar la sonrisa de su rostro dirigió su mirada a las cortinas donde se ocultaba Cleopatra.

-Soy Marco Antonio, ayudante de campo de César. Él pide disculpas por no haber podido asistir pero hay asuntos delicados en Roma que debe atender. Me ha pedido que retransmita su respeto y afecto por tu real persona, especialmente su afecto.

El Legado de EgiptoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora