A todos

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Cleopatra bajó por la pasarela, con Heliodoro y Eleo, padre e hijo, custodiando sus espaldas. Los alejandrinos gritaban con júbilo, hondeaban con orgullo el estandarte púrpura de los Ptolomeos y alzaban ramas de palmera, como símbolo de victoria. Las mujeres y niños, desde las terrazas y balcones de sus casas arrojaban pétalos de rosas.

Cesarión le esperaba en un trono, frente a dos grandes estatuas de Ptolomeo I. Junto a él estaba toda la corte, Antilo y los tres hijos menores de Cleopatra y la mayor parte de los nobles.

Cleopatra pisó suelo egipcio con altivez y orgullo. Alzó los brazos, en señal de poder, demostrando a todos, demostrando a Egipto que su faraona volvía victoriosa de la guerra.

Cleopatra se sentó en un trono, junto a su hijo y faraón y unos esclavos les llevaron el trono sobre sus hombros por las calles de Alejandría. Los ciudadanos besaban las manos de la reina, arrojaban flores a su paso. Los sacerdotes encabezaban la procesión, alabando a los dioses, entonando cánticos y arrojando incienso.

Llegaron a Antirrodos donde los pétreos muros y los adoquines de mármol recibieron a Cleopatra como solo puede recibirla un hogar. La reina se adentró en el palacio, allí fue donde su hijo pequeño, Filadelfo, se adelantó a los demás.

El pequeño abrazó a Cleopatra. La reina sonrió y le tomó en brazos.

-¿Dónde está padre? ¿Por qué no ha venido contigo, madre?

Las piernas de la reina temblaron, su garganta se resecó y un dolor golpeó su corazón cuan ariete que aporreaba unas puertas.

-Tu padre vendrá más tarde amor mío...ve con tus hermanos a jugar a las terrazas, yo iré luego.

Los tres menores se fueron, dejando a Cleopatra sola con los demás.

La reina caminó altiva hasta sus aposentos pero al pasar ante una estatua de Antonio no lo pudo evitar, se derrumbó.

Cayó sobre el suelo de mármol y lloró con desesperación, en ese momento solo Iras y Charmion estaban con ella...no, Cesarión también estaba, agazapado en la oscuridad de una esquina, bajo la estatua de su padre.

-Hemos perdido- Dijo el chico, concentrando su mirada en el piso- Hemos perdido Egipto.

-No...Octavio tardará meses en venir, puede que...

-¡¿Qué?! ¡¿Decidme madre cuál es la escapatoria?!

Cleopatra lloró, no sabía la respuesta a esa pregunta, no la sabía. Iras y Charmion la abrazaron, una por cada lado de Cleopatra, ella siempre estaban allí, nunca se alejaban.

Cesarión se acercó a su madre y depositó un beso en su mejilla.

-Tranquila madre, no...no pasa nada.

-Eleo ha sufrido algunas heridas...quizá quieras ir a verle.

Cleopatra presenció como el rostro de su hijo tornó lívido y estupefacto.

-Ve con él, vamos.

Cesarión asintió y tras volver a besar la mejilla de su madre se marchó.

La reina se levantó y se acercó a su escritorio, al otro lado del atrio. Cleopatra se sentó y trató de hacer cuentas, de aplicar sus conocimientos matemáticos, de procurar buscar una solución, las matemáticas nunca le defraudaban...una pena que esa fuera la primera vez, no encontraba una salida, no la había. Los números de soldados perdidos eran inimaginables y las naves hundidas...mejor ni pensarlo.

A su mente vino el día que partió hacia Grecia, Helios quedó ensimismado con la armada, él amaba los barcos, suplicó a Cleopatra y Antonio que lo llevasen con él...a Antonio, su amado Antonio que yacía bajo el mar.

El Legado de EgiptoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora