Cleopatra sintió como su corazón se aceleraba al divisar el faro, había vuelto a casa, a su ciudad, al único lugar que ella podía llamar hogar. Desembarcaron y en los muelles esperaban cientos de personas que alzaban hojas de palmeras y ondeaban el estandarte Ptolemaico: Un halcón sobre una corona de olivos. Los niños y mujeres arrojaban pétalos de flores desde las terrazas y los soldados (hombres con túnicas azules, capas blancas y armaduras doradas, con forma de las alas de Isis, que cubrían su pecho modo de coraza y yelmo de halcón) golpeaban sus lanzas contra el suelo de mármol de vivos colores.
Cleopatra y su séquito desfilaban por las calles, montados en sus literas. Una egipcia incluso de zafó de la protección de los guardias y besó la mano de la reina mientras pedía que la bendijera. Cleopatra sonreía con cariño.
-¡¡ISIS!!- Clamaban muchos.
-¡¡NUESTRA DULCE ISIS!!
-¡¡¡¡QUE SERAPIS BENDIGA A NUESTRA FARAONA!!!!
Gritaban cosas como esas, haciendo saber a Cleopatra que en su ausencia Egipto había prosperado y sus gentes estaban felices. Desfilaron durante horas hasta que cruzaron el acueducto hacia la isla de Antirrodos y les recibieron cientos de sacerdotes, Sosigenes, Heliodoro, Olimpo, Mardian el gordo el eunuco que sería tutor de Cesarión, la mayoría de nobles de Alejandría, Anara y Eleo que eran los compañeros de Cesarión y por supuesto el propio faraón, Ptolomeo Teos Filópator II. Cuando Cleopatra se fue de Alejandría aún era un niño de trece años pero ahora era un adolescente atractivo y de piel blanca. Vestía una túnica griega, con su cotado izquierdo al descubierto.
Cleopatra fue hacia él.
-Mi reina y esposa- Dijo el joven mientras besaba el anillo de Cleopatra.
-Mi rey- Dijo la reina haciendo una reverencia.
Ambos monarcas se tomaron de las manos y saludaron a los alejandrinos que les recibieron con gritos y jolgorios de alegría.
Ptolomeo miró a su hermana y le sonrió con sorna y picardía. Algo se removió en el interior de Cleopatra.
Horas pasaron, tras festines y fiestas Cleopatra acostó a Cesarión en sus propios aposentos, en su propio lecho. No se despegaría de su hijo hasta que supiese que había pasado en su hogar. Sus dos guepardos, Ur y Mener yacían dormidos al lado del lecho, custodiando a su ama.
Cleopatra miró sus aposentos, un gigantesco atrio de mármol con distintas dependencias: Aposentos, despacho, capilla a Isis, comedor, baño y terraza. Los aposentos de la faraona, eran iguales que los de sus hermanos.
Cleopatra se acercó a su despacho mientras dejaba a un dormido Cesarión. La reina se sentó frente a su mesa de trabajo y una estantería se abrió. Era una puerta secreta y por ella entraron todos sus consejeros de confianza: Sosigenes, Olimpo, sus cortesanas, Heliodoro, sus cortesanas, Mardian y Ramsés, aquél pordiosero que Cleopatra favoreció y que ahora era sumo sacerdote del Gran Templo de Isis, un mago, como lo llamarían sus súbditos. Vestía ropas blancas y portaba un báculo de oro.
-Majestad- Saludaron los presentes.
-¿Para que nos ha convocado la hija de Isis?- Preguntó Ramsés.
-Yo también me alegro de verte...has cambiado mucho.
-Gracias a su divinidad pero insisto ¿Por qué nos han convocado a estas horas?
Cleopatra respiró hondo.
-Quiero un informe de todo lo que ha pasado este último año, todo.
Sosigenes, su primer mariscal y jefe de la casa de la moneda habló. Las crecidas del Nilo fueron buenas, las arcas estaban llenas y todo marchaba perfecto pero Cleopatra sabía que eso no podía pasar eso, siempre pasaba algo malo.
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El Legado de Egipto
Historical FictionDicen que salí de una alfombra y me presenté desnuda ante César, dicen mucho sobre mí pero ¿qué has escuchado tú? Hice lo que debía hacerse, lo que debía hacer para gobernar cual Isis en el cielo, para defender a mi pueblo...hice lo que había de hac...