Sombras en la noche

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-César- Llamó Octavio mientras bajaba la escalinata de mármol del Senado.

-¡Sobrino! Buenos días.

César iba vestido con un traje de color marrón y sobre él llevaba la impecable toga blanca de los senadores romanos.

Cuando Octavio se reunió con su tío depositó dos besos en sus mejillas, como era costumbre. Ambos hombres comenzaron a pasear por el foro, tranquilos, observando como se llevaba a cavo el día a día de los romanos.

-Estoy angustiado y...muy preocupado- Expresó el joven muchacho.

-¿Por qué?- Inquirió su tío mientras se detenía en mitad de la plaza.

-Por la reina de Egipto y sus engaños para que reconocieses a ese niño como tu progenie.

Al gran César no le gustó ese comentario pero expresó serenidad con una pequeña sonrisa de afinidad.

-Octavio, Ptolomeo es mi hijo, sangre de mi sangre y carne de mi carne.

-¡Por Júpiter!- Expresó el romano pasivamente- César, Cleopatra te está utilizando para alcanzar sus fines. Todos se percatan de ello, todos menos tú y ahora ese niño... Debes hacer algo al respecto o tu posición en Roma se vería seriamente debilitada.

-¿Hacer...qué, Octavio?

El romano observó que nadie les escuchaba y procedió.

-Deshacerte del pequeño- Dijo sin pudor- Es una amenaza para ti.

-Mi hijo no es una amenaza para mí y tampoco para ti, Octavio- El muchacho romano puso mala cara. César miró hastiado el rostro de su sobrino, tomó la nuca del muchacho y chocó su frente con la suya, de forma suave- Tú serás mi heredero en Roma. El futuro de Ptolomeo es Egipto.

-Claro- Dijo sonriendo con afinidad.

César le devolvió la sonrisa pero poco a poco cambió su expresión a una de enfado mientras presionaba cada vez con más fuerza la nuca de Octavio.

-Tú serás el heredero de Roma pero como le toques un pelo a mi hijo te mataré yo mismo- César besó la mejilla de su sobrino- Buenas tardes, Octavio.

El muchacho puso mala cara mientras veía a su tío alejarse por el foro. Octavio no creía a César, habían pasado varios días desde la fatídica fiesta en la que Cleopatra deslumbró a toda Roma. Calpurnia estaba en constante depresión en sus aposentos, el Senado miraba rabioso a la reina egipcia y César...veía al hijo de esa ramera como la luz de sus ojos. Octavio sentía las ganas de vomitar.

-Señor Octavio.

El romano dio la vuelta. Ante el se encontraba un romano vestido con modestos ropajes, era un emisario.

-¿Si? ¿Qué quieres?

El mensajero rebuscó entre sus numerosos pergaminos y le extendió uno a Octavio.

-Gracias...y ahora lárgate.- Dijo tirando una moneda al joven.

Octavio desenrolló el pergamino, olía...Octavio no reconocía el olor pero le resultaba, en cierto modo, excitante. El pergamino era una invitación, una invitación de Cleopatra.

Minerva y Marte se debatían en la cabeza de Octavio, la sabiduría y el valor, la precaución y el arrojo. Él sabía que no debía ir a la villa de César pero por vez primera Marte ganó a Minerva y Octavio acabó yendo a la villa a media mañana.

El atrio estaba lleno de sirvientes y algún que otro guardia. Una sirvienta negra, una nubia, salió de una estancia, era bella, poseía una extraña belleza exótica, como Cleopatra.

El Legado de EgiptoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora