Apariencias y secretos

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Arquitectura romana, Cleopatra la miraba con severidad, apenas era una copia barata de los edificios y templos de sus ancestros griegos. Los edificios romanos eran monumentales, más altos que los encontrados en Grecia pero sus muros estaban pintados de colores chillones, tales como el rojo o el amarillo. Tamaña combinación dañaban la vista de la faraona.

-Divinidad ¿Comenzamos?- Preguntó uno de sus sacerdotes.

-Proceded, enseñad a los romanos la grandeza de los egipcios.

El hombre asintió y golpeó el pavimento de la acera con su bastón.

Cleopatra tenía pensado sorprender a todos los romanos con actuaciones tan soberbias como glamurosas. Debía dejar a todos esos pusilánimes con la boca abierta y tenía el plan perfecto.

Primero desfilarían varios escuadrones de soldados de Cleopatra, nobles griegos entrenados en las artes de la guerra de Alejandro, armados con picas y escudos y estandartes con punta de oro. Tras ellos irían soldados egipcios nativos custodiando los tesoros que Cleopatra traía como muestra de gratitud al César. Bailarines nubios contados por docenas bailarían danzas sin parar, haciendo que los romanos quedasen con la boca abierta. Luego irían los espectáculos más esperados por Cleopatra: Decenas de egipcios avanzarían y bailarían cubriendo sus rostros con máscaras de los dioses del país del Nilo: Neftis, Set, Osiris, Sejmet, Serket, Sobek, Anubis y todos los demás. Todos ellos mostrarían cuán superiores eran sus dioses y su reina. Al final llegarían mujeres, vistiendo trajes y llevando alas de cera, representando a Isis, habían casi cien chicas jóvenes y tras ellas marcharía la propia Cleopatra, custodiada por los mejores jinetes del Nilo mientras que ella yacía en una litera completamente dorada y con dosel de plata.

A medida que Cleopatra marchaba junto a su gran desfile los romanos más humildes de la ciudad se arrodillaban a su paso y suplicaban limosna. Jinetes a los laterales de la litera les complacían y arrojaban monedas de oro con el rostro de Cleopatra acuñado en ellas, debían saber quién les daba esas monedas, no era César, ni el senado, sino ella.

La comitiva comenzó a detenerse a las puertas de la casa de César. El edificio era imponente, era una mansión romana con una estatua de la diosa Venus frente a sus puertas. Según contaba la leyenda romana, la familia de los Julios, la familia de César, descendía de esa deidad. A Cleopatra le hizo gracias, cuán raudo los romanos se jactaban de su supuesto linaje divino, linaje que poseían tras una victoria militar. Extraña forma de nombrarse descendiente de un dios.

Cleopatra entró a la casa, seguida de sus cortesanas. La decoración del lugar le agradó a Cleopatra, era refinada pero sencilla, los colores era más suaves y todo un poco más modesto, incluso sin saber la verdad, Cleopatra habría dado por echo que esa era la casa de César, simple pero hermosa.

Su amante romano esperaba frente a unas puertas. César vestía su túnica blanca y roja de senador romano.

-Saludos reina Cleopatra- Dijo el romano, besando la mano de la faraona- ¿Has pasado una noche placentera?

-Podríamos decir que así ha sido César.

El romano le sonrió con complicidad y la tomó gentilmente del brazo.

-Ven, te quiero presentar a algunas personas.

Entraron a la sala que estaba tras César y el lugar estaba lleno de esclavos, sirvientes, nobles, generales y senadores. César desde luego había mandado que la fiesta se celebrase por todo lo alto. 

Primero se acercaron a una mujer de mediana edad.

-Mi esposa, Calpurnia.

Ambas mujeres, Cleopatra y Calpurnia, hicieron una ligera inclinación de cabeza a modo de respeto y saludo.

-Es un honor conocer a la esposa del gran César.

-Mío es el honor majestad. Mi esposo te procesa gran afecto ¿Como no iba a sentir yo lo mismo?- Dijo con una falsa sonrisa.

Tras ella se acercaron a un muchacho poco menor que Cleopatra, veinte años tal vez. Era escuálido y alto pero de rostro atractivo y rizados cabellos rubios. Sus ojos eran azules y escrutaban a Cleopatra con un interés bastante lujurioso. Vestía una toga completamente blanca. Al lado del muchacho había una joven muy parecida a él.

-Mi sobrino adoptivo, Cayo Octavio y su hermana Octavio- Ambos sonrieron a la reina. Ya conocerás en profundidad a Octavio es el futuro de Roma.

El futuro de Roma. A Cleopatra le cruzó un calambre por todo su cuerpo, si ese joven era el futuro de Roma...no lo sabía, podía llegar a ser un futuro tumultuoso, un futuro en el que Egipto deba llevar las armas a las puertas de Roma, debería ser así si César no cambiaba de opinión respecto a lo de su heredero. Pero Cleopatra se encargaría de ello, se haría cargo de que los ojos de César solo estén con ella y Cesarión, luego barrería a Octavio de su camino, a él y a todo el que fuese un estorbo.

-Es mi tío, César, el que ha decidido de sea el futuro de Roma, majestad.

-Bueno Octavio, de ser así en un futuro tal vez podamos ser potenciales aliados- Le sonrió Cleopatra.

-Eso espero majestad- Sonrió.

¡Ahí está! Bramó Cleopatra en su mente, esa era la sonrisa que ella estaba esperando, la sonrisa de un mentiroso, Cleopatra conocía bien ese gesto, ella lo inventó y lo usaba todos los días.

-Este es mi agrio crítico y querido amigo, Marco Bruto- Presentó César.

-Ah sí, tengo conocimiento de que te expresas con notable libertad, Marco Bruto, en mi tierra ya habrías sido arrojado al Nilo.

-Por suerte para nosotros, en Roma no hay reyes majestad, todos los hombres son iguales y los que amamos la república queremos que siga siendo así- Dijo mirando a César.

César le presentó a Lépido, otros senadores y generales, y a algunas figuras importantes. Luego empezó la fiesta.

La música llenaba los odios de los invitados. Sirvientes, vestidos como faunos servían la comida y el vino. Cleopatra se encontraba hablando de política con César y Octavio, conversaban de aspectos culturales y de economía, sobre todo de economía.

-Mi tío me a hablado de las maravillas de Alejandría, espero visitarla algún día.

-Debo decir que a pesar de la grandeza de Roma, allí me encuentro más en casa.

-Por cierto alteza- Dijo Octavio con una sonrisa y cambiaba de tema- ¿Egipto no debía una deuda de millones a Roma?

-Así es sobrino- Habló César- Pero la reina y yo hemos llegado a un acuerdo mutuo y a cambio de la reducción de la entrega anual de trigo por parte de Egipto, su majestad Cleopatra dará su apoyo en la guerra contra Partia.

-¡César, Octavio!- Llamó Marco Antonio desde el fondo de la sala- Bruto debe hablar con vosotros de inmediato.

-Entiendo. Hablaremos mas tarde majestad.

Cleopatra se despidió de los hombres y cuando se disponía a retirarse de esa maldita fiesta alguien envolvió su brazo.

-Acompañadme a las terrazas, allí las damas nos reunimos para hablar de los últimos cotilleos- Dijo Calpurnia, en su rostro tenía una sonrisa maléfica.

-Será un placer.

-Por cierto majestad, habéis levantado gran polémica entre los romanos...hasta os han puesto un apodo.

Eso no le pintaba nada bien a Cleopatra, algo le decía que debería irse o ella misma podría hacer algo llevado por el orgullos. Como los héroes de antaño tal era el defecto de la reina, su orgullo tan alto como los dominios de Nut.

-¿Cuál es?

-La puta de César, majestad.



El Legado de EgiptoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora