Sol y Luna

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El mensajero llegó al alba. El palacio dormía mientras que Heliodoro guió al hombre hacia los aposentos privados de la reina. Las puertas eran custodiadas por dos guardias que al ver a su general acercarse alzaron las lanzas en señal de saludo. Heliodoro guió al mensajero al despacho de su majestad donde también esperaba el viejo Heliodoro y el médico Olimpo que se ocupaba a todas horas del embarazo de su majestad. Ese maldito embarazo que Heliodoro tanto odiaba. Las cortesanas de la reina sirvieron una copa de agua al mensajero quién la recibió con amabilidad.

Unos pasos retumbaron en el piso de mármol y la reina apareció, tapada solo con una bata de seda. Su vientre estaba muy pronunciado, claro signo del inminente alumbramiento. El mensajero se arrojó al suelo con la cabeza clavada en el piso.

-¿Tengo permiso para hablar, divinidad?

-Habla rápido- Dijo la reina mientras tomaba asiento.

-Mi señor Antonio ha llegado a Roma y me manda a comunicaros el veredicto del senado sobre vuestra generosa propuesta.

-Sáltate las adulaciones.

-El senado acepta vuestra propuesta, Cirenaica volverá a a formar parte del reino ptolemaico- Dijo el mensajero sin alzar la mirada.

Cleopatra se levantó de la silla y suspiró, era un suspiro de alivio.

-Lo conseguimos. Heliodoro- Llamó la reina.

El general hizo una reverencia y esperó la orden de su ama, como siempre ocurría y como él siempre deseaba. Para él Cleopatra lo era todo, se había criado con ella, la había protegido en su exilio y su propio hijo era compañero de Cesarión, haría todo por ella, todo.

-¿Sí majestad?

-Manda a la división Ptah para asegurar el país de Cirenaica.

-A vuestras órdenes.

Sosigenes posó una mano en el hombro de Heliodoro y señaló al mensajero que seguía con la mirada clavada en el piso.

-¿Hay algo más?- Preguntó el general.

-¡No! Nada...más- Respondió tartamudeando.

-Tiene miedo- Detectó Heliodoro al instante.

-¿Hay algo más?- Preguntó la reina con gran dulzura.

-Perdóname majestad pero ha...ha...ha habido un matrimonio, un matrimonio de estado entre Octavia, hermana de César y...mi señor Antonio.

Heliodoro miró a su reina, Cleopatra tenía la mirada perdida en la inmensidad de sus aposentos.

-Dadle alojamiento a este hombre y dejadme a solas.

-Majestad...

-Dejadme sola.

Los presentes hicieron una reverencia y se marcharon. Heliodoro se dispuso a llevar al mensajero a sus aposentos pero dirigió una mirada hacia atrás para ver a la dueña de su corazón quieta, fría mientras lloraba en su interior por un hombre...un hombre que nunca sería Heliodoro.

Cuando todos se fueron Cleopatra suspiró y fue a su lecho ¿Por qué? ¿Por qué si no amaba a Antonio sentía ese vació en su corazón...por qué?

La reina se dejó tender en su lecho de plumas, estaba sola, con Mener y Ur como únicos testigos de su dolor, como sus únicos guardianes. Cleopatra dejó escapar sus sentimientos, lloró amargamente, empapando el colchón con sus lágrimas.

Esa noche soñó con Isis, soñó como la diosa abrazaba a su marido Osiris y como a su lado aguardaba su hijo Horus y tras ellos la sombra del temible Set. Isis pasó mil y una penalidades para rescatar a su amado esposo, asesinado por Set pero la diosa nunca se dio por vencida, rescató a su amado y su hijo Horus la vengó. Cleopatra haría lo mismo. Su Osiris ya no estaba pero antes de partir al mundo de los muertos le dejó un Horus, un vengador, alguien que protegería a su madre. Cesarión era Horus, en nada más debía depositar su preocupación y su cariño.

Cleopatra se despertó con un agudo dolor en su estómago. Se incorporó con suma dificultad mientras veía las sábanas empapadas de agua...a la altura de sus piernas.

-¡¡¡Guardias!!! ¡¡¡Guardias!!!

Los cuatro guardias entraron abruptamente a la sala.

-¡¡¡LLAMADA  OLIMPO!!! ¡¡¡YA!!!

Dos soldados salieron corriendo mientras otros dos quedaron impotentes ante su reina.

Cleopatra sabía que Olimpo llegaría tarde, sus aposentos estaban en el otro extremo del palacio pero Cleopatra era hija de Isis, era una diosa y si hacía falta traería a su hijos al mundo aunque fuese sola. Cleopatra empujó.

Las siguientes horas transcurrieron en dolor y gritos provenientes de Cleopatra. Iras y Charmion le susurraban palabras de ánimo mientras secaban el sudor de la reina. Olimpo atendió el parto mientras que Cesarión estaba sentando al lado de su madre, con rostro preocupado.

-Aquí está- dijo Olimpo y tendió en brazos de su reina a un precioso niño de cabello azabache como el de Cleopatra y pequeños ojos cerrados.

Pero Cleopatra seguía gritando y minutos después...

-Es una niña.

Cleopatra tomó en sus brazos a ambos mellizos con amor. La niña tenía el cabello azabache y a diferencia de su hermano, que dormía plácidamente ella estaba despierta con los ojos verdes como las aguas del Nilo clavados en su madre.

-Cesarión...estos son tus hermanos.

El niño se acercó y pasó suavemente la mano sobre la cabeza del niño.

Cleopatra sonrió.

-Alejandro Helios- Dijo besando al niño y luego acarició la mejilla de la niña- Y Cleopatra Selene.

 -Majestad- Se acercó Ramsés- ¿Queréis que yo presente a los jóvenes príncipes al pueblo?

Cleopatra negó y trató de incorporarse pero un dolor desgarrador hizo que cayese nuevamente en el colchón.

-Bueno...tal vez si me vendría bien Ramsés.

El sacerdote tomó a los mellizos en brazos y seguidos de otros dos sacerdotes de Isis se dirigió al balcón. Cleopatra abrazó a su Cesarión mientras el niño envolvía con sus brazos el cuerpo de su madre, dándole a entender que estaba con ella. Cleopatra sonrió, ahora Isis le había dado dos razones más para luchar.

Ramsés salió al balcón de los aposentos de la reina. Los patios exteriores del palacio de Antirrodos estaban llenos de alejandrinos, nobles y plebeyos, mercaderes y artesanos, eruditos y mendigos. Una gran hilera de guardias protegían las puertas del palacio. El sol estaba en su más alto punto y Ramsés alzó a ambos mellizos para que todos los alejandrinos pudiesen verlos.

-¡¡LA DIOSA ISIS NO HA BENDECIDO CON UN PRÍNCIPE SOL Y UNA PRINCESA LUNA!! ¡¡ADORADA  VUESTROS DIOSES, ALEJANDRO HELIOS Y CLEOPATRA SELENE!!

Los alejandrinos vitorearon como una marea violenta.

-¡¡ISIS BENDICE NUESTROS PRÍNCIPES!!

-¡¡BENDITOS SEAN LOS MELLIZOS SOL Y LUNA!!

-¡¡BENDITA SEA NUESTRA DULCE ISIS!!

-¡¡BENDITA SEA CLEOPATRA, ISIS REENCARNAR!!


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A Alejandro y a Selene los alejandrinos los llamaban príncipes sol y luna correspondientemente debido a que Helios era el dios del sol (para los griegos) y su hermana Selene era la diosa de la luna. Ambos, hijos del titán Hiperión y la titánide Tea.

El Legado de EgiptoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora