Nada es diferente

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Octavio estaba cansado, la sesión del senado le había dejado exhausto, los partidarios de Antonio y de Lépido no paraban de exigir y Antonio más que el otro, él quería financiación para su campaña en Partia y Octavio no estaba dispuesto a pagarla, Roma no podía permitírselo así que Antonio buscó la otra opción más viable: Cleopatra. La reina Egipcia aún merodeaba por los pensamientos de Octavio, tras tantos años aún moraba en su mente, le hacía sufrir, no, sufrir no, le hacía desear, el deseo le corroía por dentro. La faraona pudo haber suya cuando era joven, cuando la había invitado a la villa de César, hubiese sido tan fácil...

-César ¿Estás bien?- Le preguntó Agripa.

Ambos estaban sentados juntos mientras compartían una copa, en la sala de invitados de la villa de Octavio.

-Sí, solo estaba pensando

-¿En el asunto de Antonio?

-Sí- Mintió el cónsul.

-Entonces ¿Has decidido?

-Sí ¡Octavia!

La hermana de Octavio apareció por la puerta haciendo una reverencia. Se veía en mejor estado. Hacía pocos meses había fallecido su marido y la viudedad la había dejado en el más tétrico de los silencios.

-Hermano, mi señor Agripa.

-Ya he decidido el asunto de tu nuevo casamiento.

-Hermano, hace solo dos meses...

-Octavia no has salido de mi casa desde que murió tu marido, por tu propio bienestar necesitas nuevos aires y eres muy joven para condenarte a la viudedad.- Octavio sonrió- Él siempre te cayó en gracia ¿No te placería tenerle de esposo?

Octavia asintió sumisamente.

-Con el permiso de vos, hermano mío y de nuestros ancestros acepto esos cambios que me decís.

Octavia se retiró.

-Será tú jugada maestra. Cualquier hombre alargaría su brazo codicioso sobre Octavia.

-Exacto y además ¿Qué mejor manera de expresar mi buena voluntad a Antonio que un matrimonio? Ya envié a Germánico a avisarle.

-Pero...

-Dilo Agripa- Exigió Octavio.

-¿Será tan fácil casarlo con ella? ¿Lo aceptará Antonio?- Agripa tragó saliva- ¿Se lo permitirá esa egipcia?

Octavio bajó la mirada.

-Lo más probable es que no.



Marco Antonio estaba feliz, Cleopatra se había encargado, el romano al igual que César tiempo atrás quiso visitar Egipto, contemplar sus inmortales maravillas. Antonio quedó maravillado y Cleopatra estaba a su lado todo el tiempo, montaban fiestas y pasaban incontables tardes en sus aposentos, amándose. Pero Cleopatra sentía una extraña sensación al estar con el romano, no negaba el placer pero también estaba el deber, el deber que ahora reposaba en el vientre de Cleopatra. Un hijo reposaba en el interior de la reina, solo la corte lo sabía pero el que peor se lo tomó sin duda alguna fue su hijo, Cesarión había cumplido nueve años y en unos escasos meses dejaría atrás la niñez para Cleopatra eso era triste, él era su hijo su alegría y nadie le quitaría su lugar nunca.

-Divinidad- Saludó uno de los guardias entrando en la estancia.

Ella y Antonio estaban compartiendo tórridos besos y suaves caricias en las terrazas de su majestad.

El Legado de EgiptoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora