Esto es Egipto

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-Majestad- Susurró Iras- Majestad.

Cleopatra abrió los ojos poco a poco, la habitación estaba en penumbra. Ella yacía en su lecho, arropada por sábanas de seda y a su lado Julio César yacía dormido. Cleopatra miró a Iras. La cortesana hizo un asentimiento de cabeza y la reina se levantó.

Iras envolvió el cuerpo desnudo de su reina con una de las sábanas de la cama y por encima le puso un manto, luego ambas salieron silenciosamente de los aposentos.

Charmion las esperaba fuera, sujetando las correas de Mener y Ur y seguida de dos guardias reales. 

La reina caminó por los oscuros pasillos de su palacio y fueron descendiendo hasta los sótanos. Las oscuras estancias eran probablemente lo que Cleopatra más odiaba de su palacio, por no decir lo único, era oscuro, las paredes eran roca excavada, desigual y oscura, por todos lados caían goteras pues estaban bajo los lagos de los jardines. La reina y sus cortesanas bajaron unos escalones de piedra y llegaron a un angosto pasillo, iluminado por la tenue luz de las antorchas.

-Lo siento majestad- Dijo un guardia, un romano- No debo permitir la entrada a nadie.

-Soy la reina de Egipto, y estás en mi palacio, hazte a un lado inútil.

El romano pareció acobardarse pero en el momento en el que vio a Mener y Ur, con sus afilados colmillos acercándose a él, decidió irse. Cleopatra hizo un gesto para que aguardaran y ella siguió sola el camino. 

Ella estaba en la celda del fondo, su traje estaba totalmente raído, apenas cubría su torso y su pelo había acabado cubierto de mugre y suciedad. En sus ojos Cleopatra pudo ver un vacío, una impotencia que le arrebataba la vida a la prisionera.

-¿Vas a matarme ya, oh divina faraona?- Preguntó sin levantar la cabeza del suelo.

-Todavía no- Dijo la reina sonriendo- Dime Arsínoe ¿Lloras a nuestro pobre hermano?

-¿Y tú? Era tu enemigo al igual que yo- Dijo la princesa mientras se levantaba.

-Lo volviste contra mí.

-Lo protegía de ti- Terció su hermana- Harías cualquier cosa por conseguir el poder...- Arsínoe quedó a centímetros de su hermana-...Incluso convertirte en la puta de César.

La ira danzó con constancia en los ojos de la reina.

-¡¡No soy su puta!!- Cleopatra agarró a su hermana del cuello, clavó sus uñas en la piel de ella y con furia la arrojó al suelo- Soy su conquistadora.

-¡Le has entregado el imperio de nuestro padre!- Gritó furiosa Arsínoe del suelo.

La reina soltó una sarcástica y seca risa.

-Padre al que tú mataste.

-¡Eso es mentira!- Dijo Arsínoe levantándose y apartando la vista de su hermana, no la podía ver a los ojos.

-¡No finjas conmigo Arsínoe!- La reina clavó sus uñas en los brazos de su hermana y la obligó a mirarla a los ojos- Intentaste envenenar su mente, volverlo contra mí y al no hacerte caso...envenenaste su cuerpo ¡Tú lo mataste!

-Eso no es cierto...yo lo amaba.

-¡Tú no sabes lo que es el amor, eres igual que Berenice*! En tu corazón solo hay cabida al odio y al engaño- La reina soltó a su hermana- Me das asco.

-Si me matas César sabrá lo que eres: ¡¡Una serpiente y una puta!! ¡¡¿Crees que César te mantendrá en el trono de Egipto cuando se canse de tenerte en su cama?- La reina cayó- ¡¡Responde puta!!

Cleopatra salió de la celda y cerró la puerta pero antes de irse miró una última vez a su hermana.

-No nos volveremos a ver Arsínoe pero te prometo algo- La reina se acercó a los barrotes y clavó su mirada en los ojos castaños de su hermana- Acabaré lo que nuestros ancestros no iniciaron, lo que no completó ningún Ptolomeo.

El Legado de EgiptoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora