Tarso

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-Los llamamos Quinquerremes, tienen cinco líneas de remos. No hay nave conocida más poderosa- Informó el carpintero jefe.

-¿Se mueve con rapidez?- Preguntó la faraona mientras escrutaba detenidamente los planos de los gigantescos barcos.

-Hay...naves mucho más rápidas pero es la velocidad ante la fuerza, son barcos para combatir no para huir- Sonrió el soldado- Junto a nuestros Octeres serán insensibles, nada podrá contra ellas.

Cleopatra asintió y fijó su vista en su alrededor. Estaban en una playa al este de Alejandría. Los muelles estaban rebosantes de barcos gigantes, tanto que harían a Hefesto asentir complacido. Los astilleros y los constructores no cesaban en la construcción. Muchos constructores y esclavos iban apresuradamente de aquí para allá.

-¿Cuántos barcos como este tenemos?- Preguntó la reina mientras se acercaba a la orilla.

-Más de trescientos majestad- Respondió el el carpintero jefe.

La reina ensambló su más cínica sonrisa mientras asentía, mirando a los barcos.

-Bien, estoy muy satisfecha- Hizo un ademán y el carpintero se alejó haciendo una reverencia.

Sosigenes se acercó con premura a su reina. El anciano tenía gesto abrupto y el seño fruncido, clara señal de que esa situación no le complacía.

-Esto arruinará las arcas del estado y lo sabes.

-No exageres, solo será un pequeño desnivel en nuestros ingresos.

-¿Qué vas a hacer con esta armada?

-Una defensa contra la guerra es prepararse para ella, Sosigenes.

-¿Cleopatra crees que puedes hacer frente al poder de Roma? No seas ilusa.

La reina dirigió una mirada de desaprobación e irritación a su mariscal pero una sonrisa ocupó el su rostro, oprimiendo la ira. Sosigenes sintió un calambre en su espalda, cuando Cleopatra sonreía así es que tenía un plan en mente, plan que casi siempre acababa con la muerte de alguien.

-Puede que no pueda contra todo- Dijo la reina riendo. Cleopatra señaló las costas, haciendo que el anciano clavase otra vez su vista en la gigantesca armada- La flota está casi terminada ¿Donde está Marco Antonio?

-Te ha enviado cientos de mensajeros y no has respondido ¿Por qué...?

-¿Donde está, Sosigenes?

-Estaba en Tarso.

-Tarso...está muy cerca, tendré que hacerle venir hasta aquí...debo partir de inmediato, el futuro de Egipto depende de ello, preparad la nave real para la guerra.

-¿Pa...para la guerra?- Inquirió Sosigenes con la mida encendida en un comprensible miedo.

-Sí, una guerra diferente.



La aguas del río de Tarso eran apacibles y la ciudad se extendía de forma desordenada y sin ningún trazado específico. Los edificios parecía griegos, algunos templos se alzaban en las zonas más altas pero el resto eran edificios pequeños y fríos.

Rufio observaba la ciudad con aparente tranquilidad pero nada más lejos de la realidad. No estaba tranquilo, de echo estaba tan preocupado como si hubiese ofendido a los mismísimos dioses y la razón de ellos era Antonio. Su señor había pactado con Octavio César para que ayudase a financiar la campaña hacia Partia pero Octavio guardaba silencio y únicamente envió legiones gastadas y descompuestas y tan poco dinero que ni siquiera podría mantener un pequeño palacio para vivir. Antonio trataba de encontrar apoyo en el este pero el único país, la única persona que podría ayudarle se mantenía silenciosa y apartada: Cleopatra.

El Legado de EgiptoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora