Cuatro

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No entiendo porqué las personas se empeñan en buscar la aceptación de los demás, o sea, al final siempre terminan decepcionándote o traicionándote. Estaba sentado en mi escritorio leyendo un libro, uno de mis autores favoritos era John Katzenbach y ésta vez estaba leyendo "Juegos de ingenio", encontraba fascinante el modo en el que narraba las historias y también el género que manejaba, ya que era suspenso, e irónicamente a veces resultaba más realista.

Gerard llegó y saludó a todos, yo sólo le di una mirada rápida y regresé a mi lectura.

Irradiaba felicidad, armonía y todo lo bueno que podrías imaginar. Su carisma era tan grande como su sonrisa. Me dio ganas de vomitar, me dio impotencia y no entendía por qué, no quería que se me acercara pero como el mundo me odia lo hizo. Poco a poco me di cuenta que cada vez que veía que las cosas estaban bien yo me sentía demasiado raro, no me gustaba. Y eso estaba mal, creo. 

En fin.

—Buenos días Frank.

Di un movimiento de cabeza y pasé a la siguiente hoja.

—¿Ya leíste todo?

—Sólo han pasado dos días pero leí la mayor parte, es demasiado y también me faltan las cintas.

Negué y cerré mi libro sin antes poner el separador.

—Tenemos que ir a la casa de un familiar de una de las víctimas, Bridgit.

—Está bien.

Gerard sonrió ampliamente y me levanté, fuimos hasta el estacionamiento.

—¿Tienes auto?

—Ah, no. Vine en avión y todavía no sé conducir bien —dijo mientras miraba su zapato.

—Entonces vayamos al mío.

Lo guíe a mi hermoso Audi negro y abrió la boca asombrado, por primera vez le sonreí pero sólo fue porque estaba presumiendo. Mi ego se alzó más si eso era posible.

—Wow, e-es hermoso.

—Lo sé, sube.

Cuando también entré metí la llave y volteé a verlo.

—Por eso mismo lo cuido mucho, es cómo mi bebé, así que ten las manos quietas y ponte el cinturón. Evita tocar lo menos que puedas.

Gerard siguió mis instrucciones y encendí el motor. Programé el GPS a la dirección que me habían mandado y me detuve en un semáforo.

—¿Qué harás en la tarde?

—No sé.

El pelirrojo asintió y ladeó su cabeza.

—¿En serio no quieres que te invite a comer?

—Yo tengo dinero, no necesito que me pagues nada. Gracias.

—Oh bueno, pero podemos ir a...

—Eres muy molesto Gerard —lo interrumpí.

Al llegar a la casa salimos del auto y toqué la puerta, no se escuchaba tanto ruido así que en cuestión de segundos una señora nos abrió.

—Pasen, gracias por venir.

—Si señora, venimos porque dijo que tal vez nos puede ayudar.

Saqué una libreta y busqué un lapicero en mi chaqueta. Nos sentamos, yo en uno individual y ellos en el sofá grande.

—Exacto, bueno, Bridgit era mi sobrina. Ella vivió conmigo más de cuatro años y en ese tiempo ella era adolescente, de hecho seguía conmigo cuando se graduó, me contaba todo. Cuando entró a trabajar me dijo que tuvo unos problemas con unos compañeros de trabajo, quisieron que ella renunciara y casi la golpeaban por ser una mujer.

ColdDonde viven las historias. Descúbrelo ahora