Nueve

616 106 20
                                    

No había nadie en casa. Eso no era nada nuevo.

Dejé la caja en la mesita de centro y me quité los zapatos dejándolos a un lado del sofá. Me senté para después subir mis pies y recostarme. A penas era las once de la mañana y yo tenía sueño. Pasé mis manos debajo de mi cabeza y cerré los ojos, no me podía relajar del todo, por más que quisiera no estaba tranquilo.

¿Por qué le dije eso a Gerard?

¿Acaso me volví loco?

Mierda, ¿en serio dejaría que me conociera? Más bien ¿lo dejaría entrar a mi hogar por otra cosa que no sea del trabajo? Tal vez no se lo tome tan en serio, es decir, tampoco es como que venga ahora. Aunque debo reconocer que estoy algo aterrado. A parte de Vicent, es la persona con la que más contacto he tenido en quizá mucho tiempo.

Me quedé viendo al techo, sin ningún punto específico. Esperando una señal imaginaria. Me levanté para ir a la cocina, debía desayunar quisiese o no. También tenía que ir al doctor para hacerme unos análisis más que nada, para checar mis plaquetas.

Al abrir el refrigerador sólo vi un cartón de leche, agua en una jarra, media manzana, y un paquete de jamón abierto.

¿Qué carajo?

Por eso no comía bien, no tenía nada en casa y no recordaba la última vez en la que había ido al supermercado. Revisé la alacena para buscar cereal y no había. Sólo estaba un paquete de fibra con pasas (para el cereal que evidentemente no había), mayonesa, y otras cosas que en mi puta vida he utilizado.

Golpeé la barra y maldije después, se me olvidaba mucho el hecho de que estaba lastimado. Fui a mi habitación en busca de unas vendas, eso por lo menos me recordaría que me había jodido las manos en un ataque de ira y melancolía.

Cuando las encontré me senté en la cama y empecé a desenrollar con lentitud.

Acabé y revisé la hora, marcaba medio día. Revisé algunos mensajes que en realidad eran pocos, le dije a Vicent que después le contaría porqué me retiré temprano. Me metí a contactos y busqué el número de mi padre. Cuando lo vi me quedé un poco petrificado, ¿qué le diría? ¿me contestaría siquiera?

Porque la última vez que nos hablamos fue en julio del año pasado, y ahora estábamos en octubre.

Le apreté a la opción de llamar y esperé unos timbres, al primer intento no atendió, al segundo me mandó directo a buzón. Me iba a rendir, seguro tenía cosas que hacer y después fruncí el ceño.

¿Qué mierda puede ser más importante que su hijo? ¿por qué él no me había buscado?

Negué y volví a marcar, esperé y finalmente contestó.

¿Si? —dijo después de unos segundos de silencio.

Papá.

¿Frank? ¿eres tu?

Si.

Lo siento, es que se me borraron los contactos y no sabía cómo localizarte.

—En realidad es fácil, no estoy en otro país —dije con fastidio.

Yo si —dijo e hizo una pausa. —Perdona por no decirte antes.

¿Desde cuándo?

Ah ¿mes y medio? Sólo he estado de viajes y no he parado.

No te preocupes.

—Y, ¿Cómo has estado Frank? Te extrañé todo éste tiempo.

Se nota.

Lo sé, soy un terrible padre.

Estoy bien, justo acabo de entrar a vacaciones.

¡Eso es grandioso hijo! ¿sabes? Podrías venir conmigo, estoy en L.A.

No lo creo.

Pero puedes pensarlo.

Ajá.

Después de que me contara las otras cosas que ha conocido por estar en diferentes lugares me dijo que regresaría en diciembre y también me dijo que ésta vez quería pasar los días festivos conmigo.

Se escuchaba relajado y feliz, me sentí bien al saber que le estaba yendo de maravilla. A él también le había afectado lo de mi madre, tal vez mi papá fue el que sufrió más pero ahora, el mundo le sonreía. Claro, estaba solo pero eso no le impedía disfrutar de las cosas buenas que le brindaba su empleo. Yo, al contrario, estaba más jodido que un anciano ermitaño y a penas iba a cumplir los veintiocho.

Me cambié de ropa y busqué un poco de dinero, iría de compras. Al estar en mi auto vi un poco empañados los cristales, no sabía como el clima cambió en unas horas. Se había puesto todo más frío y cómo si quisiera llover.

Me agradaba, en realidad lo hacía. Metí las llaves y esperé a que el motor se calentara un poco. Cuando estuvo listo me encaminé al supermercado que estaba más cerca. No habían tantos autos en las calles lo cual agradecí internamente. Me estacioné y me calenté las manos con mi aliento aún dentro de éste.

Salí y busque un carrito para meter mis cosas. Me entretuve un momento en la sección de electrónica, habían unos auriculares que me llamaron la atención. Seguí adelante, metí un poco de verduras y frutas, también otros dos cartones de leche, cereal, pan, y sólo hasta que el carro estuvo algo lleno fui a la caja a pagar por todo.

Llegó mi turno y la banda comenzó a moverse con las cosas. La cajera las pasó una por una y me preguntó como pagaría, saqué mi tarjeta y se la di. Al firmar me la devolvió y le di el papel.

—Oye, ¿cómo te llamas?

—No, adiós.

Agarré mis cosas que ahora estaban en el carrito, le di unas monedas a la persona que me ayudó a empacar y salí de ahí.

No había desayunado, tenía que preparar algo al llegar a casa.

ColdDonde viven las historias. Descúbrelo ahora