VI. Hallazgos.

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DEREK.

Habían pasado ya dos días y Taissa aún no despertaba. Comenzaba a sentirme preocupado, pero Evan como siempre, con esa gran cabezota que tenía lograba sacarme de quicio y hacerme olvidarlo todo.

—¡Basta ya, Evan! —grité.

Todos los de mi grupo vivíamos en diferentes lugares pero siempre en pareja. Yo había elegido a Evan y Evan me había elegido a mí, llevábamos años conociéndonos y creí que estar con él iba a ser bueno.

Pero cada día me estresaba más y más su manera desquiciada y desesperante de querer controlar al mundo. Sabía bien que nuestro poder podía contra el de los Climators, pero contra los Flugors... eso ya era otra historia.

—Wow, creí que estabas de acuerdo conmigo —espetó, ensombrecido por mi repentino cambio de humor.

   —Entiendo tu molestia contra los otros grupos. Pero sabes que soy más pacifista que conspirador contra todo aquel que se me cruce. Me gusta cumplir mi misión y para eso estamos aquí, no para idealizar como matar a los otros grupos, ¡como si eso fuera posible! —vociferé y él, sin rechistar ni fulminarme por última ocasión, tomó su chaqueta y salió de la casa.

   Dio un portazo tan fuerte que por instantes temí que se cargara la puerta, ¡él iba a tener que comprar una!

Un ligero carraspeo capturó toda mi atención. Taissa estaba sobre la cama que teníamos en la habitación para huéspedes. Era normal que todas las casas en la actualidad fueran blancas, brindaban paz y seguridad. Caminé por las limpias baldosas y me aventuré al pasillo que me llevaba hasta ella.

Comenzaba a despertarse y se le veía tan confundida que me sentí mal por ella. Claro que ninguno de nosotros podía percibir lo que era un genuino sentimiento. No éramos humanos pero habíamos estado conviviendo con ellos, entonces supongo que aprendí a ser empático con esa situación de los sentimientos y sensaciones.

—Ya despertaste, dormilona —le brindé una sonrisa para reconfortarla. Pero no hallé nada de reconfortación en su rostro.

¡Pues claro que no, idiota! ¡Básicamente la había secuestrado! Nadie se siente feliz por ser secuestrado... a menos que comiencen a generar el síndrome de Estocolmo.

—¿Qué hago aquí? —intentó moverse, pero le había puesto un muy buen sedante y altas dosis de este. Poseía fuerza inhumana y cualquier sedante no hubiera podido contra ella.

—¿No recuerdas lo último que pasó? —guardó silencio por unos instantes y después se le ensombreció la cara, como quien acaba de hacer el descubrimiento más importante de la historia.

—Pero mi familia... —arrastraba las palabras, creo que sentía pena por ella.

—Lo siento, no puedes volver con ellos —no entendía lo que eso significaba en sí, pero intentaba ponerme en sus zapatos y supongo eso era algo muy doloroso. Nunca tuve familia, así que no sabía bien de lo que hablaba.

   —¿Por qué no? —me senté a un lado de ella y por instinto se hizo hacia atrás, alejándose lo más posible de mí.

—Tranquila, no quiero hacerte daño. Te he elegido, debes entender que quiero todo lo contrario. Mi único objetivo contigo es salvarte antes de que los cataclismos acaben con lo que alguna vez fue la vida humana.

   —Pero mis padres, mi novio...

   —Ahora no hablaremos de eso. Estás demasiado asustada y aún no lo entiendes bien. Te daré todas las respuestas que tú quieras, estoy para eso —intenté sosegarla, pero debido al movimiento veloz de sus manos y luego su pasividad sabía que era lo que menos estaba consiguiendo.

El tiempo se agota Donde viven las historias. Descúbrelo ahora