XXXVIII. Despedida.

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TAISSA.

El cuerpo me temblaba. Las extremidades comenzaban a fallarme y un «¡no!» proveniente de Derek me hizo caer en el mundo que aún estaba allí, esperando a que me despabilara del dolor y supiera qué hacer.

Sentí un último burbujeo en la espalda, justo donde se hallaba uno de los tatuajes, y me vi envuelta en un hallazgo sorprendente al darme cuenta de que mis manos se acababan de volver una bola de fuego. Meneé la cabeza de un lado a otro, intentando darle sentido a lo que estaba sucediendo. Aún no era una mortal... ¿pero cómo?

Giré la cabeza en dirección al nuevo Railey y por su faceta estaba casi tan confundido como yo. Tuve que ahogar un grito de sorpresa al caer en la cuenta de que pertenecía a tres grupos —probablemente ahora solo dos—, y que para volverme mortal debían hacer mucho más que atacarme con uno solo de mis miedos. Esto iba más allá de su propio entendimiento, y del mío incluido en la larga lista de cosas que ahora no poseía.

Railey iba a hacer otro movimiento, pero un eco de voces me erizaron hasta el último vello capilar.

—¡Alto! —mamá y papá estaban a lo lejos, suplicando por la vida de su única hija... y a mí me brincaron chispas de los ojos, llevaba meses sin verlos ¡y vaya reencuentro! Se me llenaron los ojos de lágrimas y me levanté con un poco de esfuerzo, la diferencia de fuerza era demasiado notoria.

Railey obedeció la orden de Katia y comenzó a alejarse de mí, miré a mi alrededor y habían decenas de personas con la piel pálida, casi azul. La mayoría se había vuelto mortal, y sonreí de puro regocijo.

—Qué bonita reunión familiar —la voz de Katia ya me tenía harta, arrancarle las cuerdas vocales comenzaba a verse ya no perverso, sino necesario.

—¿Por qué hacen esto? —preguntó mamá y yo comencé a caminar hacia ellos. Se les veía abatidos, cansados y angustiados... ellos tampoco estaban ni estarían de acuerdo con la situación a la que nos habían obligado a llegar.

Al no ver ninguna respuesta por parte de nadie, anulé los pocos metros que nos separaban y me fundí en un abrazo con ambos. Se sentía tan bien, era tan fantástico volverlos a tener que parecía incluso un sueño. Me estrujaron contra sus cuerpos y solté un suspiro de alivio, la Tierra aún no se sentía como estar en casa, pero estaba con ellos y eso me reconfortaba lo suficiente como para recobrar fuerzas ante este meollo. Les di un beso en la frente y limpié sus lágrimas, necesitaba que se movieran de ahí, que se fueran y se escondieran. Tenía asuntos que arreglar y que ellos estuvieran ahí solo iba a funcionar de distracción y a ellos iba a servirles de soborno. Y nadie aquí quería eso.

Cree una capa de aire denso y la oscurecí con ayuda del fuego, nadie afuera veía lo que hacía y contaba con poco tiempo.

—Necesito que se vayan ahora, corran hacia donde crean conveniente pero váyanse, van a hacerles daño si se mantienen aquí con tal de atacar mis debilidades. Los amo —les di un último beso—. ¡Ya! —abrí un pequeño espacio entre el escudo y ellos salieron corriendo, me echaron un último vistazo y suplicaron con la mirada que me cuidara. Les devolví el gesto.

Una vez terminé con mi distracción, o más bien, Railey me hizo finalizarla, me giré nuevamente hacia mis compañeros y caminé en dirección a ellos. Owen se colocó delante de mí y Derek me envolvió en un abrazo. No entendía mucho sus cambios repentinos de actitud conmigo, pero me gustaba tenerlo cerca de mí en circunstancias así. Le quería, y no quería quererlo pero ya lo hacía.

—Por favor, deténganse. No queremos que muera más gente de su especie, son parte del cosmos, parte fundamental de todo lo que esto representa. Perderlos a ustedes es perder un aspecto importante de quiénes seremos. No hay más que demostrar, aquí nadie es más poderoso que nadie; porque desgraciadamente, dependemos uno del otro —Owen recitó las últimas palabras sin desdén, en realidad quería que esto se detuviera. Todos lo queríamos.

El tiempo se agota Donde viven las historias. Descúbrelo ahora