XXIX. Acceso denegado.

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TAISSA.

No podía engañarme y tampoco podía emanar algo que no sentía. Estaba sintiendo pánico del real y lo estaba manifestando tan bien que por un instante temí habérselos contagiado; pero no podía, ellos no temían... no al menos a algo tan demostrativo.

—¿Qué vamos a hacer? —murmuré y unos ruidos nos hicieron sobresaltar a todos.

—Sh —siseó Derek y colocó su dedo índice sobre mis labios.

Flexionó las rodillas y todos comenzamos a caminar entre las máquinas gigantes que mantenían el lugar en orden y en perfectas condiciones. A hurtadillas, cada uno yendo por diferente pasillo, tuve que mantener la soltura para no entrar en un estado incapaz de controlarme y hacer ruido.

Me mantuve junto a Derek al lado de una máquina y ahí nos quedamos, estáticos, sin dar ni un solo paso. Recargamos la cabeza con delicadeza y suspiramos, mirando hacia arriba e intentando saber qué hacer. No podíamos huir, no había mucho que hacer... nos habían pillado, y nos iban a encontrar.

—Salgan de ahí, no pueden huir —amenazó Katia y sentí a mi pecho ascender y descender con fuerza. Me despegué del pedazo de metal y antes de que Derek me detuviera, salí de mi escondite para enfrentar nuestro destino.

—¿Qué putas quieres? ¿Qué esperas que salga de esto? ¿Por qué deseas un sometimiento incapaz de ejercerse sobre nosotros? ¡Entiéndelo, mierda! ¡Somos uno mismo! —grité y dejé que la furia se adueñara de mi cuerpo, sobre las láminas de aluminio que cubrían la fábrica se empezó a escuchar un fuerte y paulatino golpeteo.

Había generado lluvia con granizo, mis emociones eran tan fuertes que se controlaban por sí solas.

—Solo agacha la cabeza, deja que tus rodillas toquen el suelo y déjate guiar por nosotros. Aún estás a tiempo de cambiarte de equipo... aún puedes sobrevivir con nosotros —colocó los brazos en jarras y yo no pude evitar reír, ¿me estaba contando un chiste? Cuando menos me di cuenta ya tenía las manos hechas fuego y nada a mi alrededor estaba importando.

Derek, Evan, Jackson, Miranda, Owen, Ann y Dylan estaban detrás de mí –mientras los demás seguían escondidos–, a distancia y chequeando el color de los sensores.

   —¿En verdad no lo entiendes? —una sensación de desesperación comenzó a amartillarme lo más sensible de mi cerebro. Por ahí de mi inconsciente estaba sucediendo algo que no podía solucionar; pero que tampoco me interesaba hacerlo.

   Detrás de ella no había nadie salvo Railey, ¿qué más necesitaba? Y enseguida comencé a pensar en una solución para retirarlos de aquí, en cuanto el color cambiara y colocaran su huella... los cohetes saldrían, y no tenía la certeza de si estaban diseñados exclusivamente para nosotros, o si ellos podrían acceder a ellos. Pero tampoco tenía tiempo de preguntar.

   —Solo di que sí, nos marcharemos de aquí y dejaremos que tu ex grupo se prepare para lo que se viene. Es una buena estrategia, es tu mejor camino —el cuello de Railey tronó, miré hacia él y vi que quería comenzar a transformarse. ¡Necesitaba hacer algo ya!

   —De acuerdo —sentencié y la lluvia se detuvo, mis manos volvieron a su estado habitual y un «¿qué?» a mis espaldas me trituró el oído.

   Con las manos hice unas comillas en los aires y deseé que lo hubieran visto, necesitaba que supieran que no lo estaba haciendo por traición, sino para apresurar las cosas. O al menos para ganar tiempo.

   Un foco en mi mente se encendió en cuanto miré hacia atrás y vi a Owen observándome boquiabierto. Derek y Evan entendían lo que estaba haciendo; pero nuestro líder aún no lo captaba.

El tiempo se agota Donde viven las historias. Descúbrelo ahora