XXV. Hipocresía.

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"Podemos evadir la realidad, pero no podemos evadir las consecuencias de evadir la realidad."
—Ayn Rand.

DEREK.

—Eh, sí... no creo que eso vaya a ser posible —inquirió Evan de la forma más natural posible, como solo él podía hacerlo.

—¿Qué dices? —Owen frunció el ceño y recargó todo su peso en la pierna derecha.

—Creo que si los matas, moriremos —se alzó de hombros y yo fruncí los labios. Vaya, tenía razón, me estaba tomando demasiado en serio esto de ser humano.

—¿Qué carajo estás diciendo? —intervino Jackson y antes de crear caos entre el grupo, nos retiramos hacia donde anteriormente estábamos, donde ellos no nos escucharan.

—No estoy seguro. Los créditos del descubrimiento van para Tai —ella asintió con la cabeza y yo me crucé de brazos. Sería una larga explicación...







—¡Todos arriba! —el grito de Owen me despertó del mundo de ensueños y abrí los párpados lentamente.

Había sido agotador el día anterior y había caído totalmente rendido. Si no fuera por el plan de Owen, ahora mismo seguiría durmiendo y soñando con unicornios. Vale, no; pero si pudiera pedir un deseo sería el de seguir durmiendo.

   Nadie más puso tanta prórroga como yo ante el simple hecho de despabilarse y me vi en la desmesurada obligación de secundar sus actos. Me levanté del colchón inflable más cómodo de mi vida humana y me froté los párpados. No era normal sentirme tan escaso de energía... los inmortales no sentían eso.

   —¿Tienes algo? —la voz de Tai apareció detrás de mi hombro y me embelesé ante la mirada tan profunda que me hacía creer que estaba viendo al mismo océano.

   Evan carraspeó la garganta y cuando corrí mi vista a él me guiñó el ojo. Bufé al recordar mi última plática a solas con él y ahora sí me levanté de la cama. No tenía ánimos para otra interrupción de ese tipo.

   —Todo bien —le respondí a Tai a la vez que le regalaba una sonrisa y ella hacía lo mismo... y ahí estaba de nuevo esa sensación desconocida arrinconándose en mi estómago como cientos de bichos voladores revoloteando de un lado a otro. ¡Y un demonio! No entendía.

Nos bañamos lo más pronto posible, nos vestimos y una vez listos, todos nos reunimos en un solo punto a las afueras del patio. Habíamos descubierto algo, así que la sensación de protección había sido transformada a la desilusión de un lazo invisible entre los grupos.

—Vamos a ir a por ellos —repitió Owen con la orden más autoritaria que había escuchado proveniente de él y se me erizaron los vellos de la nuca. ¿Qué carajo? ¿Así que estas reacciones tenían los cuerpos de humanos?

Creería de un bebé la falta de conocimiento ante las reacciones naturales de su cuerpo... ¡pero no de alguien que lleva 40 años viviendo en la misma anatomía!

   —E intentaremos llegar a un acuerdo con mutuos beneficios —aclaró Jackson estando a su derecha.

   —¿Acuerdo? —pude escuchar la desilusión en la voz de todos a mi alrededor. Ellos aún no sabían lo que estaba pasando, y para ser franco yo tampoco tenía el conocimiento preciso y conciso sobre la situación que nos estaba golpeando.

   —No podemos matarnos —explicó Owen y se aclaró la garganta.

   —¿Ah, no? —¿cómo demonios le hacían para aparecer y no hacer ni una pizca de ruido?

El tiempo se agota Donde viven las historias. Descúbrelo ahora