VIII. Incertidumbre.

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DEREK.

Taissa se levantó con la temperatura hasta el subsuelo. Me observó con los ojos desorbitados y después soltó una risa estrepitosa.

—¿Esto es otra puta broma, Derek? —¿y de cuándo a acá le había hecho la primera broma? La observé, dubitativo.

¡Oh, claro! Se lo había echado como un cubetazo de agua helada... o hirviendo. Se le veía desconcertada, agobiada y en un punto alarmante de querer saltar por la ventana. Las lágrimas comenzaron a correr por su rostro y no supe qué hacer. Un... ¿abrazo? ¡Sí!

Los humanos se abrazan para consolarse.

Intenté acercarme a ella, pero en menos de un segundo levantó la mano para impedir mi avance. Escondió la cabeza entre las rodillas y comenzó a sollozar cual niña pequeña. Enternecí mi rostro y no pude deducir la razón por la que lo hice.

   —Tranquila...

   —¿¡Cómo putas quieres que me tranquilice!? —se giró a verme con la cara roja de furia y me echó una gélida mirada— ¡Toda mi vida se acaba de ir a la mierda! ¡Un día desperté y estabas tú en mi pinche terraza y después todo se fue al demonio! ¡Fuiste tú el inicio de mi infierno! —sentí un pinchazo en alguna parte del pecho. No supe qué era y tampoco quería saberlo.

   —Oye, yo no hice nada. Ustedes fueron quienes acuciaron su fin —refuté, frívolo.

   —¡Y yo nunca quise esto! ¡Toda mi vida luché por una causa perdida! —se cubrió el rostro con las manos... supuse que de puro horror en su mero esplendor.

   —Y lo sé, por eso te elegí... —me lo pensé un poco— bueno, te elegimos. Todos los humanos son causa perdida, menos tú y las otras 299 personas que se elijan.

   —¿Y después qué? El fuego, agua, mar y la misma tierra harán de esto un lugar inhabitable. ¿Qué pasará conmigo y esas personas durante ese lapso y qué pasará después? —su voz se fue sosegando y las lágrimas iban escurriendo en demasía, solo que ahora solo lloraba y no gritaba.

   Me observaba como una niña frágil, indefensa y rota. Me observaba como quien ha tenido que sufrir lo peor del mundo... y es que de hecho lo estaba haciendo; lo iba a hacer.

   Por un instante algo se desató dentro de mí; y fueron esas ganas de querer que se sintiera protegida. No quería que nadie más la tocara, que nadie le hiciera daño... y mi razonamiento y lógica no me permitían hallar una respuesta. Llevaba años observándola, pero poco tiempo entablando charla con ella. Esto no era normal, no hasta mis límites de lo que separa a lo extraño de lo normal.

   —Elige a mi grupo. Vas a tener los tres poderes, pero si nadie observa tu espalda y juntos hacemos que controles tus otros dos poderes, lo vamos a conseguir. Por favor —tomé su mano y no la quitó—, elígeme. Prometo que voy a protegerte.

   —No respondiste a mis preguntas... —murmuró por lo bajo y acaricié sus nudillos, quería calmarla. Esa era mi única intención.

—Los llevaremos a una nave, esta nave estará suspendida como un satélite rodeando a la Tierra. Observaremos y esperaremos el momento indicado para que ustedes puedan bajar a habitarla de nuevo. La Tierra comenzó a ser destruida desde el 2010, los humanos se han esforzado por terminar con ella y luego de tantos años... ha llegado el juicio final. Necesitamos terminar con esa gente de más. El planeta está sobrepoblado de gente imbécil y la Tierra necesita de todo; menos de eso —suspiré, ella se quedó ausente.

Miró hacia la nada y guardó silencio. No sabía cómo digerirlo y hasta cierto grado lo entendía. Entendía que no pudiera siquiera tragar lo que le estaba contando. Era... era demasiado para una vida mortal como la que ella había llevado hasta ahora.

El tiempo se agota Donde viven las historias. Descúbrelo ahora