XXIV. ¿Matar?

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TAISSA.

—Estás de broma... ¿verdad? —Evan refutó ante tan atroz idea, y yo negué rotundamente.

Tampoco sabía si lo que decía era verdad; pero la reacción de Brad obviaba demasiado una respuesta congruente ante la poca naturaleza de los hechos ocurridos en las últimas horas.

Primero Railey, ¿y ahora tener que descifrar el maravilloso enigma del enlace que había en los tres grupos?

—Tenemos que ir con Owen —sentenció Miranda.

Todos estuvimos de acuerdo ante esa idea y nos levantamos para contrarrestar los efectos colaterales del nuevo descubrimiento, y para aminorar los metros que nos separaban de nuestra guarida.

Al llegar pude vislumbrar el destrozo en el patio primario. El césped había cambiado a cráteres marcando el sitio de las bombas que los otros grupos habían arrojado; y otros tantos hoyos que mi grupo había generado debido a nuestro poder sobre el fuego.

   No soporté ver a un lugar tan genuino en ese estado. Controlaba a la tierra, así que ayudé a regenerar esos profundos hoyos sin conseguir recrear césped. Ese crecería de manera natural, pero mientras menos destrozo observaran mis ojos, mejor sensación me abrasaba la piel.

   —¿Dónde están todos? —murmuró Derek.

   Y era verdad, me había centrado tanto en reconstruir aquello que me había olvidado en el exterior. No había nadie, o al menos no había rastro de nadie. Comenzamos a caminar a hurtadillas intentando hacer el menor ruido posible...

   —¿Escuchan eso? —una voz preguntó a lo lejos.

   Y en menos de lo que me pude dar cuenta ya tenía a un Limanti amenazándonos con sus manos. Los cuatro levantamos las manos para marcar sutileza, docilidad y por supuesto, que no queríamos atacarlos... ¡pertenecemos al mismo grupo, bruto!

   Él nos identificó enseguida a pesar de la poca visibilidad que otorgaba estar bajo la luz de la luna, relajó los músculos a la par que nosotros. Había sido un momento tenso; esto se quería convertir en una guerra civil.

—¿Qué ha pasado? —le pregunté a Jackson mientras nos dirigíamos escaleras abajo. Nunca me había percatado del pequeño espacio entre los únicos dos edificios con los que contaba el sitio.

A unos seis metros de mi habitación en dirección sur se encontraba una puerta que había pasado por alto durante mucho tiempo.

»—¿Eso siempre ha estado ahí? —volví a preguntar a causa de la ausencia de respuesta a mi anterior cuestionamiento.

—Sí —respondió Jackson a secas, observé su brazo y traía una rasgadura que iba desde el húmero hasta el cúbito, abarcando básicamente toda la extremidad.

   Ahogué un grito de horror ante la imagen y después capté que eso tenía a lo sumo dos horas de haber sucedido; ya que los tejidos comenzaban a regenerarse y Jackson no presentaba ninguna mueca de dolor o complejidad de movilidad.

—¿Qué ha pasado? —volví a cuestionar mientras continuábamos bajando escaleras que parecían nunca terminar.

Luego de una larga espera, llegamos a un pasillo que conducía a las puertas, me quedé asombrada ante la inmensidad del sitio y lo reluciente que lucía. Los azulejos eran blancos y no tenían ni un solo raspón, las paredes estaban bañadas en pintura color crema y las puertas eran un simple trozo de madera blanco; nada del otro mundo.

Jackson abrió una puerta y tuve que poner los ojos en blanco al vislumbrar aún más escaleras. Continuamos bajando y al fin pude entender por qué Derek había mostrado tanta molestia a la bomba que había caído en la poza.

El tiempo se agota Donde viven las historias. Descúbrelo ahora