XXIII. Lazos.

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TAISSA.

—¿De verdad creían que iban a lograr escapar de nosotros? —la voz de Katia me desconcertó por completo y comencé a sufrir de taquicardia.

   ¿Qué esperaba? No había sitio a donde correr, no había lugar en donde esconderse estando en un lugar tan desértico de humanidad, tan escaso de vida y sin alguna estructura en las condiciones aptas para poder acceder a ella y salir ilesos.

   —Hemos pedido a Railey que no te haga daño. No queremos que esto funcione así; nuestra prioridad son tú y Owen... y a él no lo veo por ningún lado —Brad explicó.

   —No tiene sentido lo que hacen, reclutaron a personas humanas para conseguir que repoblaran la Tierra luego de un tiempo. Es su planeta, no el suyo —argüí sin separarme del único pedazo de concreto que nos separaba de ellos, evité a toda costa volver a observar a quien fue Matt y suspiré... no había nada por hacer.

   —¿Qué importa cuáles eran los planes iniciales? —refutó Katia— Tuvimos un buen contacto para saber cuál era su guarida y para encontrarlos el día que Matt —el corazón se me quebró un poco más al escuchar su nombre— interrumpió.

Me decidí a salir de la pared que nos escondía y en mi cara se dibujó el perfecto poema de la traición. No sabía de dónde rayos había salido, pero Alex estaba siendo sujetado por Katia y Brad; corrí mi vista hacia todo el sitio y Railey ya no estaba... bastardo, quería entregarme para evitar una pelea por mí y no morir.

—¡Maldito traicionero! —gritó a mis espaldas Miranda.

   —¡Alguien me debe disculpas! —exclamó Evan dirigiéndose a Derek y yo negué de forma rotunda, él no tenía remedio.

—Anda, cuéntales por qué lo hiciste —Alex se veía jodido y a mí me entraban ganas de joderlo más; pero el silencio se adueñó del sitio— ¿No? Oh, vale... ¿en verdad creías que íbamos a protegerte? —Brad espetó en tono de burla y el llanto de un imbécil como él hizo eco en mis oídos.

   Alex comenzó a desesperarse y por más que intentó liberarse del agarre de dos líderes, evidentemente no lo consiguió. Alguien tan mierda, tan cobarde y tan estúpido no podría... ni siquiera podía entender cómo era que alguien lo había elegido.

Brad sacó de un bolsillo dentro de su chaqueta un cuchillo... y debido a su apariencia altamente filosa, al pequeño tubito que se ubicaba dentro del metal y el color verdusco –primera vez que veía la esencia del temor de alguien– impregnado dentro de él, con longitudes largas y el mango de metal bañado en oro; era un cuchillo Luthrok.

Dentro de mí brotó un centelleante destello de regocijo al percibir que pretendían matarlo. Ya había hecho su parte, ¿de qué les servía? Alex por esta ocasión se desesperó el doble que la anterior, intentó por medios imposibles de realizar que lo soltaran. E irrefutablemente dos podían más que uno. Qué bárbaros.

—¡Ni siquiera conocen mi temor! —chilló y yo, que apenas acababa de enterarme qué clase de persona resultaba ser, adiviné enseguida de qué se trataba. Su temor no era difícil de adivinar... así como el mío.

   —¿En verdad crees que no lo conocemos? Con honestidad desconozco la causa por la que algún Limanti te eligió, pero no eres más mas que la misma bazofia a la que hemos estado erradicando. Eres un asqueroso egoísta, solo ves por tu bien y con ese acto atroz con el cual nos entregaste a alguien de tu grupo, nos demostraste que tu peor temor no es nada ajeno a perderte a ti mismo —¿Katia era adivina o es que los humanos éramos demasiado obvios? La segunda, seguro era la segunda opción.

   —¡Yo los ayudé! —gritó Alex en forma de ofensa como último intento de librarse de una inminente muerte. Qué muchacho tan quisquilloso, ¡se lo merecía!

El tiempo se agota Donde viven las historias. Descúbrelo ahora