Capítulo 11. La fiesta

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Capítulo 11

La fiesta

A eso de unas manzanas, ya se comenzaba a oir el rítmico zumbido de la música y los gritos lejanos sin sentido de aquellos que se pasaron con la bebida. Recordé lo que hablé con Kevin.

-Recuerda que no debes beber -me dijo-, ya que podrías soltar alguna estupidez de esas, relacionado con tu verdadera identidad.

-Oh -dije emocionada-, al parecer me equivoqué, tus últimas neuronas todavía funcionan.

-¡Eh! -gruñó él.

Me fui caminando por el pasillo riendo a carcajadas, dejando atrás a Kevin.

Él tardó un poco en volver a seguirme.

Caminé hasta el punto de encuentro con Drake. Mi corazón latía muy rápido, y temía que se escapara de mi pecho. Pero cuando lo vi de lejos sentí como si cientos de miles de bichejos apestosos decidieran oprimirme el estómago, unos hipopótamos con patines decidieron aplastarme el estómago, ¿mariposas? Y una mierda, hipopótamos con patines. Odiaba esa sensación.

Me acerqué a él, tratando de controlar aquella estúpida reacción. Él iba vestido con unos tejanos negros, unas zapatillas converse y una sudadera de color verde, similar al de sus ojos.

-Hola, Sonrisitas.

Inevitablemente sonreí, a pesar de haberme dicho a mí misma lo contrario. No podía encariñarme con nadie, y él no era una excepción, ni en ese momento ni más adelante, he dicho.

-¿No vas a llamarme Dakota?

-¿Para qué? Si todo el mundo te llama así, ¿que tendría de especial? Y que yo sepa, solo te llamo yo así, lo que convierte ese apodo en algo especial.

Su comentario me hizo gracia y solté una pequeña risita.

-Anda, vamos a la fiesta.

Anduvimos por la acera de camino a la casa de un tal George, el anfitrión. Drake me rodeó los hombros con su brazo, pegándome hacia él. Mi cerebro me ordenó que me apartara, que huyera, que solo me iba a traer desgracias, como John, pero le dejé, es más me apoyé ligeramente sobre su cuerpo. Me giré para verle.

Los últimos rayos de sol, que poco a poco se escondían tras el horizonte, iluminaban su rostro provocando que aquellos ojos verdes brillaran con la misma intensidad que el mismísimo sol y que sus cabellos casi dorados, se mecieran con la brisa.

Se dió cuenta de que le miraba, se giró para verme y me sonrió. Yo rápidamente aparté la mirada y sentir mis mejillas arder. ¿Qué diantres me pasaba?

¿Una enfermedad terminal? ¿Un virus se había adueñado de mi cuerpo? ¿Algo que había comido me había santado mal? ¿La marea roja, como cada mes? ¿Gases?

Nunca había santido nada igual de incómodo. Estaba segura de que no era la comida, o la marea roja ni tampoco gases. Todo aquello era diferente a aquellas sensaciones, era incómodo pero agradable.

Me estaba volviendo una persona bipolar, como mi madre. Esa era la única solución que se me ocurrió en aquel momento.

Se paró en seco y me cogió el rostro con sus manos, me miró directamente a los ojos y pegó sus labios a los míos. Un breve cosquilleo recorrió mis labios. Puse mis manos sobre su pecho, y sentí su corazón latir casi tan rápido como el mío. Cortamos el beso lentamente para luego mirarnos a los ojos de un modo terríblemente bonito. Estaba convencida de que mi cara estaba tan roja como el pintalabios de la señora que acababa de pasar, rojo carmesí.

Ella es un chicoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora