Un río de lava fluía no muy lejos de una nave plateada que reposaba sobre un llano repleto de rocas ígneas. Pequeños géiseres emitían un constante humo negro cargado de partículas capaces de abrasar cualquier material débil sobre el que se posasen.
En medio de aquel sofocante calor un destello de luz similar a un rayo eléctrico aparecía y se disipaba continuamente cerca del ala de estribor de la nave. Una figura humana sostenía el aparato que lo creaba.
Layna Alena. Pocas mujeres podrían alcanzar su belleza y pocos hombres su ferocidad. Pudiendo haber tenido una vida acomodada, llena de lujos y riquezas, su intrépida forma de ser y el ilimitado odio que tenía hacia su padre llevó a Layna hasta las fauces de la decadencia.
No obstante, y contra todo pronóstico, aquella joven emergió desde las profundidades de una sociedad que se desmoronaba y consiguió un pequeño trabajo como ayudante de carga en una nave comercial.
Con la ayuda del famoso capitán Wolvert logró en menos de un año obtener la licencia de piloto necesaria para tripular una nave de gran envergadura, siendo normalmente necesario un mínimo de dos años.
Layna empezaba a notar como la deshidratación mermaba sus capacidades, sin contar la angustia que producía la dificultad de respirar.
El intenso calor la había obligado a deshacerse del traje de protección contra radiación y quemaduras que por ley debería llevar en un entorno tan peligroso.
En su lugar, los largos pantalones negros del uniforme y una camiseta blanca endemoniadamente sudada cubrían su delicada piel de las brasas que rondaban el aire, un casco de soldador protegía su rostro de la potente llama de la herramienta de soldar y dos pequeñas bombonas de oxigeno a su espalda le permitían respirar.
La última placa estaba casi reparada. Durante diecinueve horas había estado extrayendo las placas metálicas dañadas que formaban el fuselaje y sustituyéndolas por otras nuevas.
Al ser una nave dedicada al transporte de mercancías, normalmente militares, y que se aventuraba en entornos poco habituales, disponía de un almacén con una gran variedad de piezas de recambio vitales para su funcionamiento. Solo sobraron seis placas tras llevarse la última... unos pocos golpes más durante el aterrizaje y no podrían haberse marchado de Oculus.
En la plataforma de elevación, Layna Alena se dio la vuelta y cogió de nuevo el soldador para darle el último toque a la placa y fijarla por completo a la nave. Se pasó la mano por la frente en un vano intento por disipar algo de sudor y calor, se colocó el casco y... se detuvo.
Percibió como un zumbido, se quitó el casco, miró hacía todos los lados y, en la lejanía, algo llamó su atención. No muy lejos, pero apenas visibles por el humo y el tórrido ambiente, pudo distinguir tres sombras que se acercaban a la nave. Una de ellas parecía dirigir la marcha, las otras compartían el peso de una especie de caja que distaba de poder considerarse pequeña.
Rápidamente bajó de su solitaria torre, pulsó un botón y la plataforma de elevación se dirigió de forma automática hacia una compuerta que se cerró una vez que estuvo dentro. Layna se percató de la poca distancia a la que se encontraban las sombras, que ya empezaban a mostrar a los humanos que envolvían, y corrió hacia la entrada.
Se colocó frente a la rampa que daba acceso a la nave y, apuntando hacia los tres hombres con el soldador, exclamó:
· ¡No deis un paso más!
Los hombres hicieron caso omiso a dicha advertencia y continuaron su camino hacia la nave. Layna podía oír detrás de ella la suave voz de Caroline repitiendo "Protocolo 55" mientras la alarma sonaba incesantemente. Agarró con fuerza el soldador y, tras un chispazo, una pequeña llama, como la de un mechero, apareció en la punta de aquella improvisada arma:
· ¡Hablo enserio!
Los hombres cada vez estaban más cerca y ya podía distinguirlos. Uno, de raza negra, calvo y bastante musculoso, iba en cabeza precedido por dos delgados, aunque fuertes, jóvenes cuyos rostros denotaban cansancio y, extrañamente, alivio.
Layna Alena apretó ligeramente el gatillo y el soldador empezó a emitir un ruido similar al que hace el gas a presión al ser liberado.
Cuando aquellos desconocidos estaban casi a su lado se dispuso a freírlos sin el más mínimo reparo, pero una mano amiga la detuvo. William Wolvert posó su mano derecha sobre el hombro izquierdo de Layna:
· No pasa nada Layna... son nuestros... pasajeros. - Dijo con sarcasmo
Layna bajó el arma al mismo tiempo que el hombre musculoso pasaba a su lado golpeándola intencionadamente con el hombro como acto de superioridad. Detrás de él, como perros falderos, los dos jóvenes sonreían mientras subían por la rampa.
Shao Zhi Shen y Lobo, que acababan de llegar, se encontraban en la parte superior de la rampa mirando con curiosidad la enorme caja negra llena de incoherentes garabatos de color dorado que esos desconocidos habían llevado hasta su preciada nave.
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Cora: Destino incierto
Science FictionLa nave Cora y su tripulación son los encargados de trasladar un artefacto de origen desconocido hallado en la moribunda luna Oculus, que orbita alrededor del lejano planeta Horus, hasta la tierra. La aparentemente sencilla misión dirigida por el ca...