Entre dolorosos mordiscos y fuertes sacudidas, Tom S. Serus se retorcía en el suelo como una serpiente alrededor de su presa, pero la presa era él. En un momento de lucidez, rodeó con el brazo que tenía libre al enloquecido animal y se lo colocó entre las piernas quedándose en una posición calculadamente perfecta para romper el cuello de Lobo en apenas unos segundos. Aquella situación le resultó bastante familiar al cuarentón coronel, haciéndole olvidar por un instante el dolor y atrayendo hacia sus ojos un glorioso momento de su vida:
· ¡Mátale, mátale, mátale! - coreaban decenas de repugnantes individuos mientras un hedor a sudor enrarecía el ambiente
En aquel pequeño bar del sector 97 un joven Tom S. Serus se enfrentaba a la muerte y, una vez más, parecía que iba a salir victorioso.
Su víctima, un militar alemán que había bebido demasiado y no controlaba las malsonantes palabras que profería con tanta facilidad, era incapaz de respirar y notaba como lentamente toda su vida se esfumaba junto a su aliento final.
Entre tanto ruido el crujido del cuello del alemán acabó con la pelea. Tom se levantó del suelo, apartó a la gente de su camino y terminó de beberse el whisky que había dejado en la barra. La imagen de un hombre uniformado fue lo último que vio antes de quedar inconsciente tras una fuerte sacudida y un tremendo golpe en la cabeza:
· ¡Lobo, detente! - una voz desconocida surgió de la nada
Incapaz de reaccionar, se dejó ayudar. Todo era borroso. Extrañas figuras aparecían a su alrededor al mismo tiempo que una mezcla desmesurada de colores le provocaba una nauseabunda sensación.
Cuando quiso darse cuenta estaba tumbado, rodeado de sangre, con dos atontados mirándole y una hermosa mujer desinfectándole la herida con un abrasador líquido transparente. Cerró los ojos, pero un tremendo pinchazo le obligó a abrirlos de nuevo:
· ¡Ten más cuidado zorra! - exclamó
Otro pinchazo aun más doloroso que el anterior, seguido por unas palabras que Tom no logró entender, lo dejó parcialmente catatónico. Pasados unos minutos la angustia cesó. Con el brazo vendado, salió por la puerta sin saber muy bien hacia dónde ir.
Jorge y Tobías seguían a su amo como perritos obedientes. Lo odiaban, pero también le tenían un miedo atroz. Habían oído muchas historias sobre aquel peculiar hombre... ninguna acababa bien para sus adversarios. Ellos eran totalmente opuestos a Tom, nunca conseguían hacer nada por muy fácil que fuera.
Tan solo cuatro años antes de encontrarse en aquella nave los gemelos malvivían como rateros, simples y penosos rateros. De los muchos hurtos que llevaban a cabo pocos acababan exitosamente, y algunos acababan de forma realmente patética:
· Ponte el pasamontañas - le dijo Tobías a su hermano
· Ya... espera... espera... - Jorge estaba tan nervioso que se puso el pasamontañas al revés - Ahora.
Los dos patosos ladrones esperaban, camuflados por las sombras de un callejón, a su próxima víctima. Una anciana, aparentemente adinerada, caminaba con su diminuto chihuahua hacia el escondite de aquellas alimañas preparadas para el ataque:
· Ya casi esta aquí. - susurró Tobías
Armados con un par de pistolas de juguete, pintadas para parecer más reales, se dispusieron a salir de su agujero, acorralar a su presa, conseguir el dinero y marcharse con viento fresco:
· Uno... - susurró Tobías - dos... ¡tres!
Los valientes abandonaron el nido y nada más salir chocaron de frente contra dos guardias de justicia, que les placaron e inmovilizaron.
Tobías no se había percatado de que la calle iba en dos direcciones, y estaba tan concentrado en su objetivo que olvidó por completo asegurarse de que la zona estaba libre de testigos o cualquier otra amenaza. Jorge no daba crédito a la estupidez de su hermano... ni a la suya propia por haberle seguido.
Tom S. Serus deambuló de un lado a otro por los estrechos pasadizos hasta que, sin saber cómo, llegó al puesto de control de la nave y se dejó caer sobre el primer asiento que encontró. Los gemelos se miraron mutuamente:
· Coronel... - dijo Jorge
· Cállate... - Tom se echó la mano a la cabeza, el dolor era insoportable
· Coronel... - dijo Tobías
· ¡Qué os calléis! - su brusca respuesta le taladró la cabeza
Sin mediar más palabra, Jorge y Tobías observaron la inmensa estructura de forma hexagonal que se veía a través del gran panel de cristal del puesto de control, flotando en medio de la nada, en un lugar remoto del espacio... lugar hacía el que se dirigían directamente.
La nave se vio azotada por una fuerte e inesperada turbulencia. Una alarma empezó a sonar y, junto a ella, una voz femenina repetía: "Protocolo 94".
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Cora: Destino incierto
Science FictionLa nave Cora y su tripulación son los encargados de trasladar un artefacto de origen desconocido hallado en la moribunda luna Oculus, que orbita alrededor del lejano planeta Horus, hasta la tierra. La aparentemente sencilla misión dirigida por el ca...