Capítulo 24 - Invasor

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Exento de vida, el cuerpo del coronel comenzó a emitir una tenue luz violeta que no tardó en convertirse en un aura angelical, un manto protector que parecía envolverlo con más dulzura de la que un hombre de su calaña podría merecer.

Tobías no podía creer lo que veían sus ojos, estaba conmocionado por aquella fantasmagórica visión. Poco después, un ruido eléctrico, como si de chispas se tratase, se unió a aquel lucero recién nacido creando un espectáculo pirotécnico que electrificó el reducido habitáculo y puso los pelos de punta al joven espectador.

Las luces se apagaron sin previo aviso y la puerta automática que daba acceso al lugar se cerró violentamente, sobresaltando aun más a Tobías. Estaba encerrado en un cuarto oscuro donde la única luz provenía del cadáver del hombre más desalmado y sádico que había tenido la desgracia de conocer.

De repente, la luz violeta se convirtió en una vorágine tormentosa que convergió rápidamente de tal forma que parecía estar siendo engullida por el coronel. Las sombras se apoderaron del lugar, y tanto el ruido eléctrico como la luz celestial desaparecieron por completo.

Las luces de la habitación volvieron a encenderse, la puerta se abrió y el cuerpo sin vida de Tom S. Serus reposaba en calma en el mismo lugar donde el joven lo había abandonado.

Sin entender que había pasado, caminó lentamente hacia Tom, se arrodilló junto a él, colocó sus dedos índice y corazón en la yugular del coronel y, finalmente, suspiró aliviado. No tenía pulso.

Una breve sonrisa asomó por sus labios, pero fue fugazmente suplantada por una expresión de pánico abrumadora acompañada de un desmesurado escalofrío que recorrió todo su cuerpo en milésimas de segundo.

El coronel había abierto los ojos y tenía su mirada clavada en Tobías... a pesar de seguir sin pulso. Breves espasmos musculares precedieron a los primeros movimientos de los dedos de las manos y de los pies, acción que provocó que el asustado joven cayera hacia atrás chocándose contra la pared. El brazo derecho fue el primero en realizar un movimiento inteligente.

Tom S. Serus intentó ponerse en pie, pero sus piernas tardaron en responder y se estampó su cabeza fuertemente contra el duro suelo. Sin el más mero signo de dolor, volvió a repetir el gesto y, esta vez, logró levantarse.

Tobías temblaba e intentaba alejarse lentamente de aquel fénix infernal mientras arrastraba su espalda contra la pared sin perder de vista al coronel. Por desgracia, sus movimientos no pasaron desapercibidos para aquel extraño ser. Cuando el joven se quiso dar cuenta sus pies se balanceaban a varios centímetros sobre el suelo. La fuerza con la que Tom le apretaba la garganta con una sola mano era descomunal y el pánico apenas le permitió reaccionar.

Poco a poco, sintió como su vida se desvanecía y todo a su alrededor se volvía negro como la noche más oscura. Sin más preámbulos, Tom apretó una última vez el cuello de Tobías y este emitió un breve crujido... no volvió a moverse. Tom S. Serus arrojó a un lado al difunto, observó el lugar donde se encontraba, miró hacia la puerta y, lentamente, caminó hacia ella.

En el cerebro de la nave, Shao logró reparar los sistemas de control manual. Ese brillo en sus ojos que lo caracterizaba volvió a aparecer. Configuró como buenamente pudo el sistema para restablecer los mandos en el puesto de control y abandonó la zona para ir en busca del capitán. Fue entonces cuando la imagen de su fiel amigo Lobo cruzó por su mente, hacia bastantes horas que no había ido siquiera a ver como se encontraba. Sintió una repentina sensación de culpabilidad y cambió el rumbo dirección a la habitación de Lobo, que se encontraba junto a la sala de maquinas.

Layna no aguantaba más encerrada en aquel lugar. La sensación de claustrofobia iba en aumento, a la par que la preocupación de Jorge por el tiempo que estaba tardando su hermano en volver junto a él.

Miró su medidor de pulsera y observó que tan solo faltaban cinco horas para llegar hasta la tierra. Realizó un gesto con la mano para indicar a Layna que no tardaría en volver, pero ella no se le tomó muy bien. No obstante, el tiempo corría en contra de toda la tripulación y le urgió la necesidad de saber cuánto tardarían en reparar los controles, así que abandonó la zona de escape en dirección al cerebro de la nave.

William seguía en su cuarto, junto a su esposa. Ninguna lagrima descendía ya por sus sonrojadas y arrugadas mejillas, ningún pensamiento rondaba su apabullada mente, ningún sentimiento parecía surgir de su corazón... se había convertido en un hombre sin alma... una estatua que adornaba el mausoleo donde Caroline descansaría eternamente.

La puerta de la habitación de William se abrió de forma automática cuando Tom pasó por delante de ella. Sus miradas se cruzaron... durante unos instantes ninguno de los dos hizo otra cosa que no fuera evaluar al otro.

Finalmente, el labio de William comenzó a temblar, cerró sus puños y los apretó con fuerza, achinó los ojos centrándolos aun más en su objetivo, su nariz se arrugó al igual que se arruga el hocico de un animal cuando ruge de ira, colocó sus pies en la posición idónea para lanzarse sobre su presa y, antes de atacar, solo una palabra fue capaz de pronunciar:

· Tu...

Mientras un colérico William Wolvert se dirigía hacia él a pasos agigantados, Tom S. Serus se mantuvo firme, inmutable y dispuesto a acabar con la vida de todo aquel que se interpusiera en su camino.

Cora: Destino inciertoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora