Capítulo 27 - Libertad

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Le pitaban los oídos, todo a su alrededor ondulaba y un amargo sabor saturaba su sentido del gusto. Fijó la mirada en sus manos, que estaban cubiertas de una sustancia carmesí que, debido a la confusión, no lograba identificar. Observó después que delante de él, tirado en el suelo sobre un charco de agua, había un hombre corpulento que parecía emitir rayos purpuras.

Realizó un primer esfuerzo para levantarse, pero sintió un dolor agudo en el abdomen y cayó rendido nuevamente contra la rígida puerta de metal de la sala de escape. Jorge evaluó la situación una vez más y, entonces, supo con total certeza que sus manos estaban manchadas con su propia sangre, que el hombre tendido a pocos metros era el coronel y que el intenso dolor de su abdomen era fruto de una profunda herida, provocada por un mal afortunado choque contra algún elemento afilado:

· ¡Tobías!... – tosió sangre – Tobías... – activó el comunicador de su medidor de pulsera – ¿Tobías me recibes? – el abdomen le dolía cada vez que articulaba palabras – ¿Puedes oírme?

Al no obtener respuesta, realizó una petición de datos al medidor de su hermano para comprobar si lo llevaba puesto. El mensaje que obtuvo fue absolutamente desalentador:

· No... Tobías... – volvió a realizar la petición, obteniendo el mismo resultado – No, no, no... ¡No! – tosió nuevamente, algo se clavó aun más en su estomago – Dios mío... no...

Tom S. Serus... o lo que quedaba de él... comenzó a moverse con bastante dificultad. Aquellas partes de su cuerpo que habían entrado en contacto con el agua emitían un resplandor morado que se extendía por el charco y desaparecía. Como obsesionado por acabar con lo que había empezado, el coronel miró a Jorge y este le devolvió la mirada.

Lentamente, Tom comenzó a arrastrarse por el suelo hasta que logró agarrar la pierna del pobre muchacho. Jorge le propinó una patada en la cabeza, pero de nada sirvió:

· ¿Has sido tú verdad? – el coronel siguió acercándose – Si... lo veo en tus ojos... has sido tú... quien sino...

Mientras Tom escalaba por su pierna, Jorge se percató de que tenía enrollado a ella el cable con el que había tropezado... y el detonador. Al acercar su mano hacia el objeto el coronel intentó agarrarle el brazo, pero Jorge le golpeó de nuevo y se apoderó del ansiado detonador:

· ¿No te gusta el agua? – le miró fijamente a los ojos, con desprecio – Pues que te jodan... maldito cabrón... – apretó el interruptor del detonador

La explosión convirtió el lugar en una maraña de fuego y ceniza que sacudió toda la nave. La gruesa puerta que retenía a la joven voló por los aires y, tras ella, un torrente de agua inundó la zona apagando el fuego tan rápido como había surgido.

Layna Alena fue arrastrada por el caudal de aquel improvisado rio hasta el pasillo cercano a la sala de escape. Abrió los ojos, expulsó el agua que había tragado y una pequeña sonrisa apareció en su rostro. Tras aguantar durante algo más de cinco horas atrapada en aquel féretro acuático, por fin era libre.

Su piel estaba arrugada y su boca dolorida por culpa del tubo que había usado para respirar. La caída magulló sus rodillas y sus codos y, por suerte, eso fue todo. Primero adelantó la pierna derecha, después la izquierda y, acto seguido, se reincorporó a duras penas apoyando sus manos contra la resbaladiza pared.

Vestida únicamente con unos pantalones negros y su ajustada camiseta blanca de tirantes... empapada, temblorosa y algo desconcertada, la intrépida joven se alejó de allí caminando en busca de su tío William y de su amado amigo Shao.

El cuerpo de Jorge estaba destrozado, desmembrado y esparcido por toda la zona. Por el contrario, el coronel yacía inmóvil cerca de la entrada de la sala de escape, le faltaba un brazo, había perdido la mandíbula por completo y tenía la piel cubierta de quemaduras.

Shao Zhi Shen se recuperaba del brutal golpe que había recibido tras aquella inesperada explosión. Durante unos instantes flotó en el aire pasando por alto las leyes de la gravedad. Después, la situación cambió radicalmente y chocó contra las paredes del estrecho pasillo en el que se encontraba con tanta rapidez y brusquedad que su mente no fue capaz de procesar lo sucedido. Shao había escuchado una explosión y, un segundo después, sin saber cómo, estaba tumbado en el suelo. Quizá por la confusión del momento... quizá por un desvarío psicológico... Shao vio algo pasar a su lado:

· Lobo... – dijo mientras extendía la mano hacia el animal – Lobo... – pestañeó, al segundo siguiente su amigo ya no estaba allí.

Recobró las fuerzas, se levantó del suelo y, cojeando, prosiguió su particular cruzada. Había humo por todas partes, el suficiente para nublar su visión pero sin perjudicar demasiado su respiración.

Caminó y caminó por los laberintos que formaban las entrañas de Cora, esquivando los escombros que encontraba en su camino, hasta que, finalmente, giró en una bifurcación y observó, aterrado, a William apoyado contra una pared ensangrentada... inmóvil... junto a su pistola.

Cora: Destino inciertoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora