Capítulo 26 - Venganza

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El impacto inicial estampó al coronel contra la pared. La potencia de dicha acción dislocó el hombro izquierdo de William... pero, a pesar de sentir como si diminutos pedazos de cristal le desgarrasen por dentro, ningún dolor físico podía eclipsar la fiera tempestad que asolaba su corazón.

El capitán arremetió nuevamente contra su némesis, que se encontraba tirado en el suelo. No existía clemencia posible para aquel hombre... le había arrebatado lo que más amaba, lo único que le hacía sonreír y le daba fuerzas para seguir adelante.

Disfrutar de la compañía de su esposa, de su sonrisa, de su voz angelical, del tacto de su sedoso pelo y de su fina piel, de su profunda mirada donde era capaz de perderse indefinidamente... todas aquellas esperanzas se habían marchitado tras su muerte y, ahora, solo quedaba la certeza de que no volvería a estar con ella nunca más.

Se ensañó golpeando el rostro de Tom. Aunque con cada puñetazo estaba más desfigurado, la expresión del coronel permanecía vacua como si solo llevase una máscara de lo que un día fue:

· ¡Tú me la arrebataste! – la mandíbula del coronel se partió, ahora se balanceaba tétricamente – ¡Que te hizo ella! – Tom le miraba fijamente – ¡Dime! ¡Que te hizo ella para merecerse esto! – William le agarró el cuello – Era un ser puro... no había hecho nunca daño a nadie... – apretó con fuerza para asfixiarlo – no había hecho daño a nadie...

En aquel momento de debilidad, Tom salió de su letargo. Con la facilidad con la que se mueve una pluma, lanzó a William contra el techo... la mala suerte hizo que chocase contra una de las duras tuberías metálicas que recorrían el techo, partiéndose la espalda.

El espantoso grito que profirió se escuchó en toda la nave. El primero en oírlo fue Jorge, que corrió rápidamente hacia el origen esperando que su hermano estuviera bien. Layna y Shao lo percibieron en segundo lugar, por desgracia, como si fuera un murmullo. Un ruido así podía provenir de cualquier parte de la nave, ella no podía hacer nada y él no pensó que fuera grave.

Tom se acercó a William, que se retorcía de dolor, y lo sujetó por el cuello. Elevándolo unos centímetros sobre el suelo, al igual que hizo con el pobre Tobías pocos minutos atrás, se dispuso a acabar con su vida. Mientras la espeluznante mandíbula del coronel se zarandeaba con cada ligero movimiento, William se derrumbaba aún más:

· Hazlo... – dijo utilizando las pocas fuerzas que le quedaban

Contra todo pronóstico, aquel remolino de oscuridad que parecía estar compuesto de abejas de cristal apareció de improviso y los rodeó. Oculto bajo esa masa de aire cargada de negatividad y minúsculos rayos eléctricos, William escuchó un suave siseo y se percató de que Tom empezaba a reducir la presión ejercida sobre su cuello. Segundos después lo liberó por completo, posándolo sobre el suelo con cuidado. La sombra se disipó, huyendo una vez más a través de los conductos de ventilación.

William no era capaz de comprender lo que había sucedido, pero se dio cuenta de que el hombre contra el que estaba luchando no era el mismo que había matado a Caroline. El coronel se había convertido en la marioneta de aquella criatura alienígena que rondaba la nave y, por alguna razón, aquel ser no deseaba que William muriese.

Tom giró la cabeza repentinamente, tenía un nuevo objetivo. Jorge, que acababa de llegar allí observó petrificado como el coronel se acercaba hacia él:

· Se...señor... no... – balbuceó mientras caminaba hacia atrás – no era nuestra intención desobedecer sus ordenes... le juro que... – chocó contra la pared – yo nunca...

Sin esperar ni un segundo más, se marchó corriendo... y Tom le siguió.

William lloraba desconsolado. A la angustia producida por la pérdida y al dolor corporal había que añadirle el hecho de que sus piernas no le respondían... había quedado completamente paralítico de cintura para abajo tras el golpe.

Incapaz de moverse... incapaz de pedir ayuda... incapaz de soportar la realidad... William Wolvert sacó la pequeña pistola que llevaba oculta en una funda camuflada atada a su pantalón. Comprobó que la única bala que tenía estaba en su lugar y, poco a poco, su temblorosa mano llevó el arma hasta su boca.

Shao acababa de llegar a la habitación cercana a la sala de máquinas con la esperanza de que su amigo estuviera mejor, pero ya no estaba allí. Le llamó repetidas veces, buscó en los cuartos cercanos... Lobo no respondía.

En medio de aquella desesperación un nuevo sonido se escuchó en la nave, y esta vez no era un susurro... era el claro estruendo producido por un arma de fuego tras dispararse.

Como alma que lleva el diablo, el joven Shao abandonó la búsqueda de Lobo y fue en busca de William, la única persona de la nave que tenía un arma.

Layna también escuchó el disparo, pero su sorpresa no acabó allí. Jorge entró en la sala de escape a toda velocidad, tropezando con el cable que estaba conectado a los explosivos. Al levantarse del suelo miró hacia atrás... Tom S. Serus le embistió... y el cristal, a través del cual Layna veía el exterior, se cubrió de sangre.

Cora: Destino inciertoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora