Epílogo - Destino

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La oscuridad reinaba, inmutable, alrededor del viejo y afligido capitán Wolvert. Sumido en un profundo sueño, abrió sus ojos y observó que navegaba por borrosos recuerdos tripulando una nave sin nombre. Era imposible vislumbrar el límite entre el cielo y la tierra, pues todo lo que tenía ante sus ojos era un ennegrecido océano y el espacio infinito.

Hacía frío en aquel pequeño habitáculo donde creía encontrarse, mucho frío. Cuando intentó levantarse del asiento sus piernas no le respondieron, era incapaz de moverse. "Capitán..." dijo una voz que parecía provenir de todo el entorno, "se le contrató para esta misión debido a la importancia del cargamento..." siguió diciendo la voz:

· ¡¿Quien está ahí?! – exclamó William, asustado

"¿Cuando recibimos este mensaje?". Esta vez reconoció inmediatamente esa voz, pues era la suya. "No pasa nada tío William, tu siempre has estado cuando te he necesitado". La voz de Layna resonó a su alrededor. "Estabas graciosísimo con aquella camiseta tan apretada" susurró Caroline, apaciguando ligeramente los nervios de William, que iban en aumento ante aquella extraña situación:

· Te echo de menos Caroline... – dijo William

Tras pronunciar esas palabras, las voces arremetieron contra el capitán: "Protocolo 94, fallo del sistema", "Ahora voy a hacer que te disculpes...", "Protocolo 55", "¡No, Layna!, ¡Vuelve ahora mismo!", "¡No quiero morir así!", "En solo diez horas llegarán... al infierno", "No hay forma de repararlo", "Se acabó":

· ¡Basta, basta! – exclamó, al mismo tiempo que se tapaba los oídos

"¡Tú me la arrebataste!", "¡¿Está muerto?!", "Caroline...", "¡Basta de mentiras!", "¡No tuve más remedio!", "¡Basta!", "Caroline...", "¡William!":

· ¡He dicho basta! – repitió, furioso

Las voces cesaron y todas las turbias imágenes que rondaban los sueños del capitán se disiparon velozmente tras el choque de su nave, envuelta en llamas, contra el oscuro océano.

Al mismo tiempo que el cuerpo de William convulsionaba durante una milésima de segundo, sus ojos azules se abrieron por segunda vez. El agua de mar entraba a raudales a través de una gran abertura en el puesto de control.

Cuando aquel líquido salino estaba a punto de cubrirle el rostro, se desabrochó el cinturón y quedó asombrado al darse cuenta de que sus piernas volvían a obedecerle.

Esperó hasta que el último espacio con aire fue cubierto por el agua y, antes de abandonar la nave por la abertura, observó una última vez el puesto de control... no había rastro alguno del ente oscuro.

La superficie del océano parecía estar cada vez más lejos. Por mucho que intentaba nadar hacía ella, cada vez era más difícil moverse. Sentía como sus pulmones ardían, como todo su cuerpo parecía entumecerse y como la aterradora sensación de morir ahogado se apoderaba de él. Cuando su cabeza salió a flote, respiró una tremenda bocanada de aire que llenó sus pulmones con el ansiado oxígeno:

· ¡Layna! – volvió a coger aire – ¡Shao!

No obtuvo respuesta. Al mirar a su alrededor observó algunos restos de la nave flotando sobre la superficie circundante. Nadó hacia dichos restos, se aferró al primero que soportó su peso y descansó.

Poco después, las pulsaciones de William retomaron su ritmo normal. Extrañamente, no sintió la necesidad de tomar su medicación para el corazón. A lo lejos, vio lo que parecía ser una de las cápsulas de salvamento flotando junto a una lancha motora. Aunque el sol cegaba parcialmente su visión, distinguió a su querida sobrina bajando de la cápsula, seguida del joven Shao:

· ¡Layna! – repitió – ¡Shao!

Por muchos gritos que profirió, por muchos gestos que realizó... no parecían escucharlo. Sin pensárselo dos veces, se deshizo del improvisado flotador e inició el largo viaje a nado hasta su familia... y no descansó ni se detuvo en ningún momento, ni siquiera cuando la lancha motora se alejó a toda velocidad de allí en dirección a una isla cercana. Sentía como si una fuerza sobrehumana lo poseyera.

Finalmente, percibió el tacto de la arena bajo sus pies... había llegado a la isla. Un cansancio súbito lo envolvió y sus piernas volvieron a ser inservibles. A pesar de aquello, continuó su camino arrastrándose sobre la suave arena blanca en dirección al lugar donde estaba la lancha. Casi había llegado junto a su familia:

· Layna... Shao... – siguió arrastrándose hacia ellos – Layna... – cuanto más se acercaba más cansado se sentía – Shao...

A pocos metros de su objetivo, William se derrumbó contra la arena. No era capaz de entender lo que le sucedía y, por un instante, temió que aquel ser se hubiera apoderado de él para sobrevivir y que, al llegar a la playa, hubiera abandonado su cuerpo. No obstante, aquel supuesto quedó rápidamente descartado:

· Levanta, William. – dijo una voz conocida

· ¿Caroline? – una joven Caroline, situada frente a él, sonreía

· Pues claro que soy yo, bobo. Venga, levanta.

· No... no puedo...

En aquel momento William observó, pasmado, sus juveniles manos. La fuerza que lo había abandonado volvió repentinamente, se incorporó y miró su cuerpo... era joven:

· Pero como... ¿Cómo es posible Caroline?

· Preguntas, preguntas, ¿No te cansas de preguntarte siempre por qué las cosas son como son, cariño?

· Perdón Caroline. – volvió a mirarse las manos – Es que no entiendo lo que está sucediendo...

Caroline le sujetó las manos y le lanzó una tranquilizadora sonrisa:

· ¡Layna y Shao! ¿Están bien? Tengo que encontrarlos.

· Tranquilo William, están bien. – seguía sonriendo – Tu mismo los has visto siendo rescatados. Las personas con las que están ahora les ofrecerán la protección que les prometiste... es todo lo que necesitas saber.

Aunque esas palabras sosegaron esa preocupación, otra abrumó a William al instante:

· Estoy... yo... ¿Esto es el cielo, Caroline?

· ¿El cielo? No bobo, esto es lo que siempre debería haber sido. Tu y yo, una playa, rodeados de estrellas...

Caroline hizo un gesto con la mano y, arrastrando el sol de este a oeste, el caluroso día dio paso a una agradable noche de luna llena:

· Y una respuesta... aun espero una respuesta, William.

· ¿Respuesta? – preguntó William

· Una vez te pregunté, ¿Si la noche fuera eterna te quedarías conmigo para siempre, aquí bajo las estrellas? Hiciste una broma, pero no me diste una respuesta... y, ahora, te la exijo.

William sonrió brevemente, bajó la mirada, volvió a alzarla y respondió:

· Mi respuesta es sí. Aunque la noche sea eterna siempre estaré contigo Caroline... te amo más que a nada en este mundo y te aseguro que me quedaré contigo todo el tiempo que me sea concedido.

Tras decir aquellas últimas palabras, abrazó a su amada. El simple contacto con su piel le provocó un dulce escalofrío, el aire que espiraba ella se convirtió en un dulce aroma que inspiraba él y, sin dudarlo un segundo más, besó los labios de la que siempre había sido su único y verdadero amor.

Cora: Destino inciertoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora