El público vitoreaba con fervor al gran escapista Julio Torres, que acababa de liberarse ante sus incrédulos ojos de las ataduras de una camisa de fuerza mientras colgaba boca abajo sobre una pecera repleta de pirañas.
Tras despedirse cortésmente de su público, Julio no pudo evitar hacer mención a sus dos pequeños ayudantes. Temerosos, salieron al escenario:
· ¡Por favor señores y señoras, un fuerte aplauso para mis hijos! – los niños se colocaron a su lado – ¡De no ser por ellos hoy no estaría aquí ante ustedes!
Sonrojados, pues no estaban acostumbrados a ser el centro de atención, los hijos de Julio saludaron a los allí presentes. Carecían de la soltura de su padre y tendían a salir únicamente durante los actos, llevando los materiales necesarios o aportando el toque de misterio interponiendo una cortina entre los espectadores y su padre.
Las luces del teatro se apagaron, los asistentes abandonaron el lugar y Julio regresó a su camerino acompañado de sus retoños, que cargaban con la pesada camisa de fuerza:
· Ha estado bien, ¿No os parece?
· Si... aunque... – dijo uno de ellos
· ¿Qué ocurre? – su padre le miró, confuso
· ¡No vuelvas a hacernos salir! – respondió el otro
Julio comenzó a reírse a carcajadas, mientras los pequeños, cabizbajos, volvían a sonrojarse. Tras ponerse una camiseta blanca de manga larga, se acercó a sus hijos, se arrodilló ante ellos para estar a su altura y puso su mano derecha sobre el hombro de uno y su mano izquierda sobre el hombro del otro:
· Hijos, la timidez es un paupérrimo enemigo que debéis vencer. – zarandeó un poco a sus hijos para que levantasen la cabeza – Si lográis hacer cosas que otras personas no hacen, por el mero hecho de preocuparse del "qué pensarán"... si lográis eso... el mundo se rendirá a vuestros pies.
Los niños le miraron sonriendo y Julio les devolvió la sonrisa, al mismo tiempo que se levantaba para dirigirse hacia el perchero en busca de su abrigo.
Dando la espalda a sus hijos durante unos segundos, se colocó el abrigo y, tras darse la vuelta, la situación había cambiado con tanta brusquedad que apenas fue capaz de reaccionar. Dos hombres uniformados sujetaban a sus hijos mientras que, un tercero, le apuntaba con un arma:
· Julio Torres... el gran escapista... el gran moroso... – dijo el hombre armado
· Legislador Vólkova... – su voz temblaba – ¿Que le trae por aquí?
· Creo que ya lo sabes Julio – apuntó el arma hacia la cabeza de uno de los niños, que comenzó a llorar
· ¡No por favor! – el legislador volvió a apuntar a Julio – Tengo el dinero, con la actuación de hoy hemos recaudado lo suficiente para...
· Ya hemos incautado los beneficios de la actuación Julio, pero me temo que no son suficientes.
· Cómo... ¿Cómo que no son suficientes? Legislador Vólkova, estoy seguro de que...
· Intereses Julio, aun me debes los intereses...
· Seguro que podemos llegar a un acuerdo... le juro que...
· Ya es tarde Julio, no compliques más las cosas. He aceptado tus retrasos en los pagos durante un año, pero no pienso esperar un día más.
· Puedo conseguir el dinero... solo deme más tiempo...
El legislador alzó el arma y, sin mediar más palabra, apretó el gatillo. El sonido del disparo sobresaltó a los pequeños, que observaron horrorizados como su padre se desplomaba contra el suelo. Sus sollozos y gritos ahogados llamarón rápidamente la atención del Legislador:
· ¿Qué hacemos con los niños? – preguntó uno de los hombres uniformados
· Nunca he matado a un niño, y no voy a empezar hoy... lleváoslos al callejón de atrás, ejecutadlos y deshaceros de los cuerpos... no quiero verlos.
Los hombres asintieron con la cabeza y sacaron a rastras de allí a los dos niños, que pataleaban, lloraban y se resistían sin lograr liberarse de sus agresores.
En el exterior del teatro reinaba un frío invernal. Mientras arrastraban a los jóvenes a través del sinuoso callejón, que parecía no tener fin, uno de los pequeños sacó una navaja de su bolsillo, miró al hombre que lo sujetaba y, sin dudarlo, clavó la navaja en su costado... el hombre lo soltó inmediatamente.
Gritando y maldiciendo, intentó desenfundar su arma... pero el pequeño volvió a arremeter contra él, clavando la navaja en su cuello. Cuando el segundo hombre fue capaz de reaccionar y se dispuso a sacar su arma, no logró encontrarla. El pequeño al que sujetaba había sido más rápido que él.
Un segundo disparo se escuchó aquella noche... dos hombres se desangraban sobre la fría nieve, cuyo color blanco ahora tornaba rojo oscuro. El joven de la navaja se acercó a su hermano:
· Suelta el arma Jorge... – dijo en un tono firme, su hermano le obedeció
· Nuestro padre... debemos...
· Esta muerto Jorge, tenemos que irnos antes de que vengan a por nosotros.
· ¡No digas eso Tobías, eso no lo sabes!
· Jorge... – dijo sujetándole por los hombros – Esta muerto... – comenzó a llorar, al igual que su hermano – Tenemos que irnos...
Jorge y Tobías abandonaron el lugar. Cobijados por el oscuro y gélido manto de la noche, se aventuraron en un mundo totalmente desconocido para ellos.
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Cora: Destino incierto
Science FictionLa nave Cora y su tripulación son los encargados de trasladar un artefacto de origen desconocido hallado en la moribunda luna Oculus, que orbita alrededor del lejano planeta Horus, hasta la tierra. La aparentemente sencilla misión dirigida por el ca...