Capítulo 18 - Caroline

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La sangre seca de los pies del coronel se iba esparciendo lentamente por el suelo a medida que avanzaba por el estrecho pasillo. De fondo aun se podía escuchar la incesante alarma sonar y una tenue voz femenina hablando.

Tom S. Serus no sentía el más mínimo dolor en la herida de su costado, ni frío en las plantas de sus pies, ni remordimiento por haber abandonado la sala de escape sin ayudar a la pobre mujer que estaba a punto de morir ahogada. "Menos trabajo para mi" pensó cuando la vio atrapada al otro lado de la puerta.

Ahora su objetivo era Caroline. Los Legisladores que le obligaron a quedarse en Oculus le dejaron bastante claro que ya era hora de dar por finalizado el proyecto Cora... un año de exitosos resultados era todo lo que necesitaban para llevar a término aquella tecnología que revolucionaria el mundo.

Tom se detuvo. En letras grandes y verdosas se podía leer la palabra "CORA" escrita sobre una gran puerta y, junto a ella, un pequeño panel con un teclado numérico que parpadeaba. Se acercó al panel, le quitó la tapa, buscó un par de cables, los arrancó, provocó un cortocircuito y la puerta se abrió. "Demasiado fácil" pensó.

Ante él apareció una enorme sala llena de cables que descendían por las paredes, serpenteaban por el suelo y llegaban hasta una especie de mesa central donde el cuerpo de una anciana reposaba inmóvil, protegida por un cristal de forma cilíndrica. Cientos de cables parecían salir directamente de la rapada cabeza de aquella mujer, sin contar los dos tubos que le salían por los orificios de la nariz y un minúsculo tubo que le introducía un líquido translucido por el brazo.

Había un teclado alfanumérico y una pantalla junto a aquella mesa. Tom no perdió el tiempo y se acercó inmediatamente, pulsó un botón, en la pantalla apareció la frase "Introduzca contraseña", el coronel tecleó unas cuantas teclas, apareció en pantalla la palabra "Correcto" y la bóveda cristalina que envolvía a la mujer comenzó a desplazarse, desapareciendo por unas pequeñas rendijas que bordeaban la mesa.

El virus no había tenido ningún problema para extenderse por el software secundario de la nave, ya que el principal era Caroline, y esa era la razón por la que Tom pudo usar una contraseña que conocía de antemano para eliminar la protección:

· Buenos días señora Wolvert. – Se acercó a la indefensa anciana – ¿O quizá buenas noches? – La agarró por los brazos y tiró fuertemente de ella, provocando que el fino casco de plástico con cables que tenía en la cabeza cayera al suelo – Supongo que da igual, ¿Verdad?

Con una crueldad atroz, arrojó el cuerpo de la anciana contra el suelo como si de un saco lleno de piedras se tratase. Al chocar contra la dura superficie emitió un fuerte ruido y, a su vez, la alarma dejó de escucharse... la voz de Caroline se desvaneció.

Tom cogió el casco de plástico, se lo colocó en su calva cabeza y todo lo que le rodeaba desapareció... ahora era parte de la nave y podía controlar todo aquello que desease, desde cámaras de seguridad hasta el rumbo a seguir.

Algo llamó su atención. Una de las cámaras captó a William Wolvert y Shao Zhi Shen corriendo por los pasillos de la nave. El coronel no pudo evitar regocijarse por su éxito.

William y Shao recorrían a toda velocidad la larga extensión de pasillos que los separaban de la sala donde Caroline reposaba. Escasos segundos atrás la alarma había dejado de sonar y el capitán temió lo peor. Sus sospechas se disiparon cuando los altavoces emitieron la voz de un conocido enemigo:

· ¡Capitán! Que agradable sorpresa... – dijo con sarcasmo, William y Shao se detuvieron – Jorge, Tobías... – los gemelos se miraron mutuamente, asustados – Me molesta mucho vuestra falta de lealtad... pero ya tendremos tiempo de discutirlo más adelante. – William y Shao comenzaron a correr nuevamente – Es inútil caballeros, yo controlo la nave ahora. – La puerta de la sala donde se encontraba el coronel se cerró – ¡Soy un dios, y vosotros sois mis súbditos!

Las luces de los pasillos por donde pasaban William y Shao parpadeaban, las puertas que eran automáticas se abrían y cerraban a su paso... el coronel reía a carcajadas.

Por fin llegaron hasta el cerebro de la nave, al otro lado de aquella muralla estaba Caroline... tirada en el suelo... indefensa. William golpeó la puerta y exigió al coronel que le dejase entrar, sin éxito:

· Ahora siéntense y disfruten del viaje. – el sarcasmo seguía vigente – Les recomiendo que se abrochen los cinturones. – dijo entre risas – En solo diez horas llegaran... al infierno...

Aquella sensación de poder absoluto era nueva para el coronel, y le encantaba. Nunca había sentido mayor placer que en aquel momento. Ninguna mujer... ningún asesinato... nada le había hecho sentir algo así nunca en su vida.

No obstante, lo que Tom desconocía por completo es que no estaba solo en aquel lugar. Desde que logró escapar del artefacto, gracias a un fortuito capricho del destino, había estado escuchando todas las conversaciones de la nave, observando cada movimiento que se producía, aprendiendo sobre aquellos seres que habitaban la zona.

Una de las cámaras dejó de funcionar. Poco después, como fichas de dominó, fueron fallando todas las demás hasta que finalmente el coronel quedó a ciegas. Comenzó a escuchar un revoloteo a su alrededor, como el zumbido de un enjambre de abejas de cristal chocando entre sí... así que se quitó el casco.

Lo último que vio fue como una inmensa sombra negra que volaba por encima de su cabeza se abalanzaba sobre él, rasgándole la piel, introduciéndose por todos sus orificios y obligándole a postrarse contra el suelo entre desgarradores gritos de dolor.

Cora: Destino inciertoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora